El Brexit duro pone en riesgo 200.000 empleos en Reino Unido
- Gigantes como Airbus, BMW, Jaguar o HSBC estudian su repliegue
Eva M. Millán
El hartazgo empresarial ante la parálisis del Brexit ha provocado una revolución corporativa entre nombres habitualmente confinados a las páginas económicas. Sugerencias hasta ahora veladas sobre potenciales traslados al sur del Canal de la Mancha en caso de divorcio caótico, o meramente, incluso, de que la salida británica opte por la denominada vía dura, han dado paso a ultimátums elocuentes a un Gobierno que ha sucumbido a las luchas cainitas sobre el grado de separación de su mercado de referencia: o facilita claridad ya, o gigantes como Airbus, Jaguar, HSBC o BMW, concretarán un repliegue que, de momento, aparece fundamentalmente como el peor de los escenarios de sus planes de contingencia.
La lista de negocios dispuestos a moverse de Reino Unido crece al mismo ritmo que el estupor ante el bloqueo de un proceso del que se ignora prácticamente todo, menos los plazos.
El 29 de marzo de 2019, la segunda economía del continente dejará de ser oficialmente miembro del principal bloque comercial del planeta, con un impacto crucial para el músculo privado. Compañías acostumbradas a planificar estrategias plurianuales se encuentran en la actualidad en la extraordinaria tesitura de ignorar si contarán siquiera con los permisos para operar, si podrán recibir el material necesario para su actividad, o si será posible seguir vendiendo a su principal destino exportador.
Sin visos de acuerdo
De ahí que la premura reclamada desde el referéndum de hace dos años se haya convertido en una urgencia que limita con la desesperación. Los intentos del Ejecutivo por aplacar los ánimos resultan insuficientes cuando hay indicios de que la salida sin acuerdo constituye uno de los ases en la manga de Theresa May para presionar en Bruselas. Por ello, su campaña tiene un objetivo claro: o hay claridad en cuestiones específicas como el marco regulatorio post-Brexit, o los arreglos arancelarios, o el desembarco fuera de Reino Unido será una realidad inevitable.
Quienes han hablado ya de mover personal y gasto fuera suman suficiente capital como para perturbar al ejecutivo más impasible. Airbus, BMW, Ferrovial (a través de su filial en las islas, Amey), Nissan, Jaguar y grandes de la City que han buscado ya oficinas al sur del Canal superan los 200.000 empleados en Reino Unido y sus hojas de balance constituyen el impulso vital del que dependen unas arcas públicas que aún luchan por tapar el agujero presupuestario. De hecho, la banca y la automoción representan los sectores más inquietos ante la nueva era. El 98 por ciento de los representantes de la industria financiera consideraba antes del plebiscito que la continuidad en la UE iba en su interés. No en vano, su dependencia del sistema de pasaporte bancario, el salvoconducto para operar libremente en el Área Económica Europea, convierte la fluidez de relaciones con el continente en necesidad de supervivencia.
Aquellos cuya actividad se basa en la compleja cadena de suministro internacional, posible gracias a la presencia en el mercado común y en la unión aduanera, ven en la falta de avances un riesgo existencial a su modelo de producción. Cualquier retraso en el intercambio fronterizo entre Reino Unido y la UE amenaza no solo sus operaciones, sino su capacidad misma de producir.
Así, el hartazgo de los Airbus, o Jaguar Land Rover, resultaba inevitable, después de que las advertencias en los más de 15 meses transcurridos desde la activación del proceso hayan topado con la aparente indiferencia de un Ejecutivo fracturado a la mitad entre quienes apuestan por mantener lazos con la UE, y los convencidos de que la única interpretación del resultado del 23 de junio implica sesgar cualquier vínculo con el mayor bloque comercial del planeta.
El sentimiento dominante fue expresado ayer gráficamente por el jefe de Airbus, coincidiendo con la crucial cumbre a la que Theresa May había convocado a la plana mayor de su gabinete. Tom Enders evidenció el escepticismo en el que se ha transformado la expectación inicial y acusó a la primera ministra y compañía de "no tener ni idea" de cómo abandonar la UE sin dañar la economía.
Las amenazas de un potencial éxodo corporativo se han convertido en una nota más en la sintonía del divorcio. Ya sea por necesidad derivada de su propia división, o por simple incapacidad de resolverla, el Ejecutivo se ha limitado a prometer el mejor acuerdo posible con el mercado al que Reino Unido destina la mitad de sus exportaciones. Su voluntad es loable, aunque infructosa: May ha reunido en numerosas ocasiones en el Número 10 a líderes empresariales, pero sus inquietudes apenas perturban a un gabinete que no se molesta en ocultar la guerra interna entre el Ministerio del Tesoro, o el de Empresas, favorables a los desvelos del músculo privado, y los departamentos dominados por euroescépticos empeñados en agitar la amenaza de una dimisión en cadena.