Luis Miguel Gilpérez podrá recoger sus bártulos en el Distrito C con la certeza de haber dejado el listón muy alto para su sustituto y estrecho colaborador, Emilio Gayo. Su etapa al frente de la filial española se recordará por mucho más que por la feliz paternidad de Fusión. El tiempo confirmó el acierto de sacrificar parte de valor del negocio del móvil a cambio de impulsar otros servicios, como la banda ancha fija o la televisión de pago. La fuerza centrífuga del operador líder arrastró al resto del mercado. Vodafone y Orange tuvieron que seguir su estela y comprar a rivales para reforzar sus negocios de telefonía fija, como fue el caso de Ono y Jazztel. No quedaba otra que integrar bajo una única factura los negocios de telefonía fija y móvil, con sus correspondientes servicios de banda ancha. Millones de españoles posiblemente se habrán olvidado de que por lo que gastaban solo en móvil ahora lo hacen en acceso a Internet de súper alta velocidad, tanto en fijo como en móvil, con llamadas ilimitadas en fijo y móvil. Al mismo tiempo que se disparaba el consumo de datos, Movistar tuvo que acostumbrar al mercado a cambiar la dinámica de precios a la baja para así evitar algo parecido a un suicidio colectivo. Pero si mérito tuvo la invención de Fusión, no fue menos su arrojo por la fibra óptica. Su convicción por las cualidades de este tipo de infraestructuras ha situado a España al frente de la vanguardia mundial en despliegue de esta tecnología. Cuentan que Gilpérez convenció a César Alierta, antiguo presidente de Telefónica, sobre la necesidad de invertir con valentía en fibra óptica. Y lo hizo precisamente cuando la crisis económica más golpeaba al país. Entonces ya apuntó que el objetivo a medio plazo debería sustituir por fibra cada conexión del bendito par de cable. Y en ese noble afán se encuentra la compañía, ahora respaldada por los resultados. Gilpérez también puede atribuirse el logro de convertir Movistar en el referente de la televisión de pago, no sólo como distribuidor de contenidos, sino como generador de los mismos. Así lo hacen los gigantes en Estados Unidos y Telefónica no puede ser menos. Todo ese legado queda ahora en manos de su sucesor, exigido cuanto menos a mantener el listón, que no es poco.