Es difícil encontrar un viraje político tan vertiginoso como el que ha experimentado la antigua Convergencia -ahora PDeCAT- en los últimos siete años. Y no tanto por su salto del nacionalismo al independentismo, sino por su giro social y económico. El liberalismo conservador con el que recuperó la Generalitat, ha dejado paso a políticas de corte social y aroma intervencionista, así como al coqueteo o la tolerancia con actuaciones de corte revolucionario. Poco o nada queda de aquel Gobierno "business friendly" que prometió Artur Mas en su discurso de investidura en diciembre de 2010. O de ese partido que apoyaba la convalidación de la reforma laboral del PP en marzo de 2012. Si bien es cierto que ni los consellers del PDeCAT ni desde el partido se ha apoyado el boicot a los bancos, un par de comentarios en Twitter no son una oposición frontal y enérgica a una acción que pretende dañar a entidades privadas a las que no puede exigírseles lealtad con ninguna opción política. Se deben a sus accionistas y a sus clientes, nada más. Ponerse de perfil ante actuaciones con el sello de los antisistema de la CUP es una muestra más del debilitamiento ideológico y político de la formación que representó durante muchos años las aspiraciones de la burguesía catalana. El error de cálculo de Mas La deriva de CiU comienza tras la Diada de 2012, en la que Artur Mas asume la ruta a la independencia y adelanta las elecciones autonómicas con la esperanza de consolidar una mayoría absoluta que libere sus manos para gobernar. Sin embargo, los cálculos del president fallan y, lejos de acercarse a un plácido escenario parlamentario, pierde 12 escaños y tiene que echarse en los brazos a la ERC de Oriol Junqueras, que gana 11 diputados. La debilidad de Mas queda reflejada en los términos del acuerdo con los republicanos. Junqueras garantiza su estabilidad pero permanece como líder de la oposición, salvándose así del desgaste de la aún desagradecida gestión económica con la que debía lidiar la Generalitat. El acercamiento ideológico y económico por la izquierda a ERC, tensa las costuras de CDC por la derecha con Unió hasta tal punto que, en junio de 2015, los consellers democristianos abandonan el Govern y rompen la federación. Las plebiscitarias del 27 de septiembre de 2015 también frustran los planes de Mas. El logro de integrar a ERC en la lista de Junts Pel Sí se topa, tras los comicios, con la dependencia de la CUP, que exige y consigue su cabeza. Con Puigdemont ya designado como sustituto de Mas -y Junqueras al frente de las cuentas de la Generalitat-, los peajes que imponen los antisistema desdibujan definitivamente el perfil liberal de Convergencia -en trámites de rebautizarse como PDeCAT-. Las partidas de gasto social se multiplican y su financiación surge de nuevos impuestos: del Artur Mas que en 2011 defendía los ajustes para que Cataluña "no acabara como Grecia", al Puigdemont que proclama que el déficit no puede ser una excusa para no proteger a los más débiles. Y como guinda, la apuesta por la desobediencia. Los flirteos con la ilegalidad cristalizan el 6 y el 7 de septiembre en el Parlament, con la aprobación de las leyes de desconexión, y el 1-O con los dirigentes separatistas llamando a los ciudadanos a confrontar con las Fuerzas de Seguridad.