"¿Te acuerdas de Apolo 13, cuando Tom Hanks contacta con Houston y dice: Houston, tenemos un problema?", pregunta la educadora islandesa Margrét Pála Ólafsdóttir. La escena de la película de Ron Howard es difícil de olvidar. "El tipo que está en Houston a cargo de la misión dice: "Nunca hemos perdido a un hombre en el espacio y no va a suceder bajo mi supervisión". Yo estaba igual, tenía un problema. Claro que ya lo había visto, pero, de pronto, lo entendí. La desigualdad estaba sucediendo delante de mí, bajo mi supervisión. Fue cuando decidí que ya no iba a participar en esto", relata en una charla con elEconomista.La discriminación a la que alude Margrét Pála nace de la construcción de género que conduce a hombres y mujeres, entonces y ahora, a oportunidades y derechos poco igualitarios. Su conmoción fue mayor porque lo estaba viendo en niños de cuatro años. En sus niños.Era el año 1989 en Islandia y ya desde hacía ocho, Vigdís Finnbogadóttir se había convertido en la primera mujer jefa de Estado del mundo. La igualdad había echado robustas raíces en el país tras su emblemática huelga de 1975. Y en este contexto, sin embargo, esta profesora y feminista islandesa reconocida con los más prestigiosos galardones se vio forzada a cambiar el método educativo de la escuela mixta y probó una medida que parecía del siglo anterior: separó a niños y niñas durante gran parte de las clases.Escuelas HjalliEn las escuelas Hjalli, las niñas saltan por las ventanas para acceder a su clase, trepan los árboles, danzan descalzas sobre la nieve y acaban encendiendo un gran fuego. Los niños se peinan unos a otros, se hacen masajes, preparan una fiesta con chocolate caliente y se abrazan para celebrar su amistad. Ellas aprenden a ser fuertes y poderosas; ellos, a expresar sus emociones y cuidar de otros. Este provocador modelo educativo está comprometido como ningún otro con la igualdad, incluyendo un currículo de género que se aplica en cada actividad de sus actuales 17 jardines de infancia y centros de Primaria. Es la escuela más popular del país, con lista de espera de meses. El año pasado, abrieron en Escocia."No quería hacerlo, pero era la única manera de recuperar el control", explica Margrét Pála, recordando la frustración que la invadía en la década de los años 80. En cada grupo de menores, durante años, se repetía el mismo patrón. Los niños ocupaban el espacio central en aulas y patios, eran más ruidosos y activos, y concitaban la mayor parte de la atención de los profesores. Las niñas, más calladas, cuchicheaban en los rincones que iban conquistando, participaban menos y no eran atendidas por los docentes del mismo modo que sus compañeros.Más protagonismoPara esta educadora y activista por la igualdad resulta obvio que, en la coeducación, alumnos y alumnas no disfrutan de los mismos derechos. Ellos reciben mucha más atención que sus compañeras y acaparan el protagonismo, lo que ya venían advirtiendo estudios desarrollados en Estados Unidos y Reino Unido desde los años 70, e incluso una investigación de referencia realizada en Cataluña en los 80.Separando a los niños por género, y trabajando con ellos en sus fortalezas y debilidades, aceptando sus diferencias y dispares ritmos de desarrollo, la fundadora del Modelo Hjalli observó beneficios inmediatos: tanto ellos como ellas recibían la misma atención, ocupaban idéntico espacio y eran educados en función de sus necesidades y con el objetivo de que todos, con sus diferencias, se expusieran a experiencias similares que les permitieran desarrollar las mismas capacidades.Espacios neutrosLa segregación no tenía sentido si no incluía un currículum de género. Este implica, por un lado, la creación de espacios neutros y amables para niños y niñas, sin juguetes estereotipados. Por otro, el aprendizaje de ser amigos, lo que se realiza en una actividad diaria mixta. Y, por último, implementando lo que la profesora islandesa bautizó como trabajo de compensación, el revolucionario hallazgo de su método.El trabajo de compensación funciona como una palanca para deconstruir el género y potenciar en niños y niñas aquellas capacidades que su socialización les está negando. La fuerza, el poder, la independencia, la seguridad y la confianza son los valores restringidos a la cultura masculina, los apropiados para ellos; frente a la sensibilidad, la comunicación, la solidaridad, la flexibilidad y la cooperación, cualidades adecuadas para ellas. Así, en sus clases segregadas, los niños hablan de cómo se sienten, se abrazan para saludarse y se dan masajes unos a otros para aprender a cuidarse; mientras que sus compañeras se lanzan desde barras, van a cortar leña y pintan con las manos sobre las mesas para practicar la transgresión de las normas.Con la segregación se evitan las etiquetas de "cosas de niños" o "de niñas", y se anula el "espejo inverso": ellos y ellas se miran no para aprender del otro, sino para identificar lo que no deben hacer porque no es apropiado para su género. "Los niños siempre se muestran serviciales cuando las niñas no están ahí para adelantarse… Deberías ver a un niño ayudando a otro más pequeño… ¡Es maravilloso!", exclama Margrét Pála. Sin embargo, cuando todos están juntos, los comportamientos de ambos sexos cambian y la magia de la deconstrucción desaparece."No digo que yo tenga las únicas ideas correctas del mundo. Solo planteo: ¿cómo vas a abordar la cuestión de género con lo que ya sabemos? Yo lo hice de manera distinta".