EEUU y China miden sus fuerzas en la recta final del actual ciclo expansivo, con la reelección de Donald Trump de fondo y el riesgo de provocar una recesión económica global El Make America great again (Que América vuelva a ser grande) del presidente Donald Trump podría haber sido simplemente otro lema electoral vacío de contenido o, como realmente se ha mostrado, una peligrosa arenga patriótica y populista cuya hoja de ruta subyacente amenaza con hacer saltar por los aires al universo geopolítico actual. Dependía del convencimiento y de la profundidad con la que se expresara: si se hacía con coherencia o si se pronunciaba sin límites, evidenciando una voluntad de tensar la economía global desconocida desde la Guerra Fría. La batalla comercial entre Estados Unidos y China, que mantiene al mercado acongojado, es solo una faceta de la gran guerra por la hegemonía mundial que reside en el fondo y en la forma que ha adoptado este lema político y que hoy está frenando sin remedio el ritmo de crecimiento de los dos potencias implicadas y del resto del planeta. Y que, incluso, introduce el riesgo de acabar convirtiendo esta desaceleración en una recesión . Por un lado, por estar condicionada por la urgencia de las elecciones a las que se enfrenta el propio Trump en 2020. Por otro, al permanecer su impacto enmascarado por la acción de los bancos centrales y los estímulos fiscales –ver página 13–. También, por haber dañado la confianza. Y, por último, al encontrarse distorsionado por completo el interés que se exige a los países y al resto de agentes por financiarse, a pesar de soportar endeudamientos preocupantes."La guerra comercial revela claramente la competencia entre Estados Unidos y China por el dominio global, y puede extenderse a otros escenarios más problemáticos", observa Norman Villamin, estratega de UBP. "Los puntos de encuentro en las negociaciones comerciales son amplios: existe un interés compartido en mejorar el acceso al mercado, en fortalecer la protección de la propiedad intelectual y en eliminar las barreras existentes, pero la guerra comercial depende de otros factores", coincide Tom Orlik, economista jefe del servicio de análisis de Bloomberg. En resumen, tiene que ver con el dominio de la economía mundial y, en segundo plano, con las elecciones en las que Donald Trump pretende ser reelegido. "Es un atolladero mucho más profundo de lo que se piensa y el riesgo geopolítico es muy elevado con un ciclo político en juego", incide Matt Schreiber, estratega jefe de WBI Investments.Ciclo económico y electoralEl escenario ideal de Trump de cara a los comicios presidenciales es llegar con Wall Street en máximos, con la economía creciendo, con el paro en mínimos y con el orgullo norteamericano hinchado. Para ello, debe sortear el agotamiento de la fase expansiva, encajar el impacto en el crecimiento de la guerra comercial y de divisas que él ha exacerbado y superar la realidad de que China no está dispuesta a doblegarse tan fácilmente. De hecho, distintos análisis apuntan ya a que el presidente del gigante asiático, Xi Jinping, que no tiene que enfrentarse a ningún proceso para ser reelegido, está preparado para aguantar el pulso hasta los comicios estadounidenses de noviembre de 2020, lo que habría evidenciado con la última devaluación del yuan –ver páginas 8 y 9– y con la cancelación del compromiso de adquirir productos agrícolas made in USA. Ante este panorama, uno de los pesos pesados del mercado, Goldman Sachs, ya trabaja con el caso base de que no se alcanzará un acuerdo comercial antes de las elecciones de 2020, y Citi calcula que hay una posibilidad de un 60 por ciento de que las tensiones comer-ciales entre China y Estados Unidos empeoren en el medio plazo.Por el camino, los datos macroeconómicos, los indicadores adelantados y las previsiones y las encuestas de confianza advierten del debilitamiento de la economía global y apuntan a una incidencia cada vez mayor de la guerra comercial. "El crecimiento del producto interno bruto (PIB) mundial se debilitará y llegará al 2,6 por ciento en 2019, es decir 0,3 puntos porcentuales por debajo de las previsiones anteriores, reflejando una mayor incertidumbre política, que incluye la reciente escalada de las tensiones comerciales entre las principales economías, una desaceleración de la inversión mundial y una disminución de la confianza", reflexiona el Banco Mundial en su última revisión de estimaciones, en la que, además, alerta de que "las proyecciones del crecimiento del comercio mundial también se han revisado sustancialmente a la baja, y se espera que este año llegue al 2,6 por ciento, el ritmo más débil desde la crisis financiera mundial".Esta lectura –décima arriba, décima abajo, tanto a nivel global como para los casos concretos de Estados Unidos, China o la eurozona (ver gráfico) y tras numerosas rebajas– la comparten la mayoría de instituciones internacionales, pero algunos nombres propios van más allá: Moody's elevó esta semana al 50 por ciento la probabilidad de la caída en recesión de la actividad económica en los próximos 12 meses y Morgan Stanley y Bank of America asumen este riesgo si Estados Unidos aumenta los aranceles sobre todos los bienes importados de China al 25 por ciento y si el gigante asiático responde con más medidas.La confianza está heridaUna contracción que sugieren los indicadores PMI –las encuestas a empresarios de Markit sobre confianza con mayor seguimiento en el mercado–, que desde enero describen un panorama especialmente frágil para la industria de la eurozona, que apuntan a una caída de la actividad en China desde abril y que en Estados Unidos, aunque todavía prometen expansión, se sitúan en mínimos desde la crisis. "Con los PMIs globales ya por debajo de 50 puntos –el límite del sondeo entre la expansión y la contracción–, este no es un buen momento para una mayor incertidumbre", lamentan en Citi. La tragedia también se palpa en indicadores como el índice de sorpresas económicas, que apunta a que los datos macro publicados desde febrero han estado por debajo de lo esperado de general, o como el Sentix Global, que ha entrado en terreno negativo este mismo mes de agosto por primera vez desde el turbulento arranque de 2016, que también estuvo marcado por las dudas sobre el aterrizaje de la economía china en su proceso de terciarización, que busca una clase media propia.Esta transformación de la fábrica del mundo, aunque está siendo estrictamente controlada por el aparato estatal, amenaza con destapar múltiples desequilibrios –como la ausencia de un verdadero estrato social consumidor, el elevado endeudamiento, el shadow banking (banca en la sombra) o la incapacidad de los mercados chinos para abrirse completamente al mundo sin desatar un cisma– y es la principal razón por la que el crecimiento económico del país se ha ido desacelerando paulatinamente, tras años de espectaculares crecimientos que le han llevado a disputar la hegemonía a Estados Unidos. Hasta el punto de que se multiplican las proyecciones que apuntan a un ritmo por debajo del 6 por ciento por primera vez desde 1990."Las perspectivas de crecimiento para la segunda mitad del año y más adelante empeorarán considerablemente si el enfrentamiento de las negociaciones comerciales resulta ser duradero", insisten los expertos de Bloomberg, que han desarrollado un modelo que estima un impacto trimestral de entre 2 y 6 décimas sobre el PIB global según el estadio que alcance la guerra comercial, incluyendo un desplome de las bolsas. "Teniendo en cuenta el enfoque del presidente Donald Trump respecto a Wall Street, quizá una corrección inducida por los escalada arancelaria puede ser el único motivo que devuelva a Estados Unidos a la mesa de negociación", añaden desde el departamento de análisis de la agencia de información económica.Los estímulos disimulan la debilidadEntretanto, tanto China como Estados Unidos están tapando las debilidades con políticas monetarias más flexibles y estímulos fiscales. Sobre todo, en el gigante asiático, donde los planes de reactivación del consumo y los apoyos a las distintas industrias para amortiguar la desaceleración del crecimiento económico se vienen sucediendo en los últimos años. Pero también en la primera potencia económica, donde la Reserva Federal (Fed) ha asumido su papel contracíclico, de contención, al haber planteando un ciclo de bajada de los tipos de interés preventivo. Un giro acomodaticio que no evita que Trump ponga una y otra vez en cuestión su independencia al exigirle un esfuerzo mayor para acompañar su agresiva estrategia geopolítica y debilitar al dólar, cuya fortaleza ha mitigado el efecto de los aranceles durante los últimos meses. "La idea de que los recortes del precio oficial del dinero compensarán el impacto de la deriva proteccionista ha envalentonado la política exterior de Estados Unidos", comenta el equipo de expertos de JP Morgan. Pero, a estas alturas, son cada vez más las voces que dudan de que la Fed pueda compensar todo el daño que está causando la guerra comercial, o de que realmente el banco central norteamericano esté dispuesto a intentarlo, y señalan un enmascaramiento de la verdadera incidencia en ambas economías del pulso comercial y de la gran batalla por la hegemonía mundial. Esta misma semana, el presidente de la Fed de San Luis, James Bullard, quiso dejar claro que no se puede esperar que la institución reaccione ante cada giro del conflicto arancelario.