A Mas se le puede congelar la sonrisa
Víctor Arribas
El lunes 28 por la mañana no va a pasar nada en Cataluña. Ni siquiera con la previsible mayoría absoluta de diputados electos independentistas habrá ningún cataclismo en esa región española que seguirá conservando su estatus y su consideración constitucional como Comunidad Autónoma del Reino de España. EN DIRECTO | Elecciones autonómicas en Cataluña: el 27S, minuto a minuto.
No espere nadie un anuncio almibarado de proclamación soberana, lanzado desde el balcón situado frente a aquél en el que se colgó la bandera estelada como provocación a los no independentistas. Los responsables de este anuncio prolongado en el tiempo de golpe contra la Constitución saben bien a lo que se enfrentan si cometen ese acto de rebeldía y sedición.
Porque por ahora estamos sólo ante eso, el anuncio repetido una y mil veces de que se va a hacer algo ilegal caiga quien caiga y en contra de la voluntad de los ciudadanos españoles, que son los depositarios de cualquier soberanía en nuestro país.
En la terrible y tristísima imagen del balcón del Ayuntamiento de Barcelona hemos constatado varias cosas. La primera, que no hubo ninguna guerra de banderas en Sant Jaume, lo que ocurrió es que alguien decidió que era el mejor momento para demostrar su odio hacia los españoles y para provocar sentimientos enfrentados, para crispar y sembrar el rechazo mutuo de una parte del pueblo hacia la otra.
Un verdadero pacifista el concejal Alfred Bosch, que por supuesto no se equivocó con su acción como alega ahora en un comunicado, sino que acertó plenamente en los que eran sus objetivos.
Lo segundo constatado es que a las fuerzas de extrema izquierda les repele la bandera española, que no pudo ser colgada desde la misma barandilla porque nada menos que el Primer Teniente de Alcalde de la ciudad la asió con fuerza hacia dentro en un gesto de rechazo irrefrenable trufado además del uso de la fuerza.
Otro verdadero pacifista, el concejal Pisarello, tal y como demostró azuzando sentimientos de los barceloneses que no se sienten españoles con los de quienes sí ven algo suyo en la enseña nacional legal y constitucional. Y lo tercero constatado es que el president Artur Mas se regocija con estas escenas de provocación y ultraje.
Su sonrisa malévola, idéntica a la que esgrimió en aquella noche de junio cuando el himno español y la Corona fueron abucheados de forma masiva en un partido de fútbol, parece perpetua, tiene un acartonamiento perenne apoyado en la seguridad de que ese gesto molesta a la mayor parte de los ciudadanos españoles, pero encanta a aquellos que le impulsan en su proceso de derribo del orden legal. Una sonrisa de plena satisfacción. Mucho tendrá Mas que trabajar para mantenerla.
Quienes le acompañan en el viaje a ningún lado que ha emprendido planean la estocada al supuesto líder, solos o en compañía de otros. Si Juntos Por el Sí no necesita a las CUP, horadarán su liderazgo y le buscarán una salida porque la ideología radical de izquierdas que profesan Romeva y Junqueras no aceptará que siga gobernando un señorito catalán.
Y si las necesitan, con más razón aún porque la única condición que ponen sus representantes para jalear desde dentro el golpe anticonstitucional es que la figura de don Artur desaparezca del mapa político, ya sea para irse a Canadá o para retirarse al Ampurdán. Las posibilidades de que este superviviente de tantos suicidios políticos sobreviva otra vez tienden a cero, si se cumplen los deseos de aquellos que buscan el poder como medio de ruptura de la convivencia.