Estados Unidos
Trump mide sus opciones en el 'supermartes' más temido por los republicanos de EEUU
Borja Ventura
Una viñeta circula por las redes estos días. En ella, una pareja sigue desde el sofá de su casa un discurso televisado del demonio. "Sí, es Satán, príncipe de las tinieblas, rey del infierno, señor de las mentiras, el traidor, el portador del mal y la tentación, pero no teme decir lo que la gente piensa", dice el hombre a su mujer. Y es uno de los mejores retratos posibles a la convulsión que la política estadounidense vive en estos meses.
Lo que empezó tomándose como una broma, como la última extravagancia de un multimillonario haciendo su aparición en la industria del espectáculo, ha dejado de serlo. Donald Trump presentó su candidatura a las primarias republicanas tarde y sin posibilidades, y unos meses después es el mejor situado en las encuestas y a quien más teme el establishment bienpensante norteamericano.
No es que Trump sea el demonio, sino que dice directamente lo que piensa. Sin más. No es una cuestión de coherencia, ni de libertad de expresión, sino de falta de racionalidad. Porque justo eso es el populismo: decir lo que la gente quiere oír, la respuesta a sus preocupaciones y miedos más irracionales e inconfesables, el sentimiento muchas veces falto de base real.
Por eso Trump no es tanto el demonio sino un nuevo Obama. La diferencia entre la estrategia de ambos no es tan grande como cabría imaginar, porque ambos dirigen su campaña con la venta de sentimientos: uno vendió esperanza y construyó una imagen de un país integrador, mientras que el otro vende fortaleza y crítica a esos sueños incumplidos.
Obama empezó su campaña cuatro años antes de empezarla, cuando hizo el discurso clave en la convención demócrata para apoyar la finalmente fallida candidatura de John Kerry. Basta echar un vistazo a la entrega de la gente al escuchar a un desconocido senador negro para entender cómo se construyó el mito que acabaría llegando a la Casa Blanca.
Trump ha elegido una estrategia similar, pero con unos ladrillos distintos. Escepticismo, críticas contra todos, ningún complejo a la hora de enfrentarse a cualquiera y una elocuencia incontestable. Da igual si parafrasea a Mussolini, si rechaza condenar al KKK o si se enfrenta directamente al Papa: una sociedad descreída, convaleciente del legado de Obama, premia la honestidad. Premia a quien dice lo que ellos mismos piensan y sólo dirían en el bar con los amigos, aunque sea el príncipe de las tinieblas.
Hace cuatro años una facción ultraconservadora dentro de los republicanos atenazó sus movimientos. El Tea Party era una nueva ola, los más liberales entre los liberales, los más conservadores entre los conservadores. Les faltó tener un líder carismático para terminar de asaltar el poder republicano. Y entonces llegó Trump y les superó. Tan directo como ellos, pero rompiendo su disciplina. Él no es conservador, ni liberal, es un multimillonario que ejemplifica -como lo hizo Obama con su historia de integración- los valores de Estados Unidos: el hombre supuestamente hecho a sí mismo a través del trabajo y el esfuerzo, que quiere defender lo que es suyo contra toda amenaza externa.
La retórica de Trump se ha convertido en su mejor arma, pero también en su peor amenaza. Por eso, a pesar de sus victorias en las primeras primarias celebradas (ha ganado la mitad de los delegados de Nevada y New Hampshire, todos los de Carolina del Sur y un cuarto de los de Iowa) los apoyos oficiales han tardado en llegar. Por el momento suma a dos gobernadores a su causa: su exrival, el carismático líder republicano de Nueva Jersey Chris Christie, y el de Maine, Paul R. LePage.
Con esta situación llega al 'supermartes', en el que once Estados celebran sus procesos para elegir al candidato republicano. Hasta ahora hay 125 votos decididos, 641 se deciden en esta cita? y se necesitan 1.237 para lograr la candidatura republicana.
Mientras, sus rivales han ido desvaneciéndose. Las despedidas más llamativas hasta la fecha han sido las de Jeb Bush, heredero de la dinastía conservadora por excelencia, hermano e hijo de expresidentes, y de la carismática Carly Fiorina. Antes que ellos tiraron la toalla precandidatos que ya lo intentaron antes, como Rick Perry, Rick Santorum, Rand Paul o Mike Huckabee. Los próximos, quizá después del 'supermartes', podrían ser Ben Carson, único negro en la contienda, y el voluntarioso John Casich.
Eso, temen los analistas, dejaría a Trump frente a sus dos probables rivales: Ted Cruz y Marco Rubio. El miedo es que si el supermartes no inclina la balanza hacia alguno de ellos, se vaya hacia unas brokered primaries. Es decir, cuando el proceso no resulta concluyente porque ninguno logra la mayoría necesaria antes de la convención demócrata. Es algo que ha sucedido en unas pocas ocasiones, y suele tener terribles efectos electorales: la atención se centra en la disputa interna y su consecuente división en lugar de dirigir los esfuerzos hacia combatir a quienquiera que sea el candidato demócrata.