Especial Cumbre del Clima

Cuando el mercado no se autorregula: los precios sobre el carbono, la clave económica para detener el cambio climático


    Patricia C. Serrano

    Cuando una persona enciende el aire acondicionado, su factura verá reflejado el consumo de electricidad que el aparato genera, pero no el impacto en emisiones nocivas que provoca a la atmósfera. Que el precio incorpore el factor del daño externo causado por el uso de algunos bienes y servicios es la principal reivindicación de William Nordhaus, premio Nobel de Economía 2018.

    Tras la publicación de su último libro (El casino del clima, Deusto, 2019), su tesis vuelve a planear con fuerza en medio de la Cumbre del Clima COP25, que se celebra en Madrid del 2 al 13 de diciembre. Nordhaus es claro y avisa de que de las decisiones que tome la Humanidad en los próximos 100 años dependerá el devenir del planeta. Pese a que ensalza el papel de las ciencias naturales para medir, describir y explicar el proceso del cambio climático, el laureado economista incide en que son precisamente las ciencias sociales, la política y la economía, las disciplinas llamadas a regular su acción, ya que "el calentamiento empieza y termina en acciones humanas".

    Nordhaus llama la atención sobre la ambigüedad de que aquellos responsables de la producción de las emisiones de dióxido de carbono, letales para la atmósfera terrestre, no pagan por ese "privilegio", mientras que los que se ven afectados por esa actividad no reciben compensación alguna. El economista e investigador se refiere al problema del calentamiento global como una "externalidad", lo que en economía alude a costes que no se computan pero que impactan en terceros que nada tienen que ver con la actividad que los ha provocado.

    Apoyándose en este argumento, el profesor de la Universidad de Yale que lleva toda su carrera integrando el cambio climático en la macroeconomía defiende la sencilla solución de poner un precio al carbono para desincentivar el consumo de bienes o servicios que generen altas emisiones dañinas para el entorno. Nordhaus apunta en El casino del clima que estamos ante un claro ejemplo de que los mercados no resuelven por sí solos con su famosa "mano invisible" los conflictos que causan. Ante la falta de una autorregulación entre la oferta y la demanda, "los gobiernos deben garantizar que las personas paguen el coste de las emisiones que provocan".

    Cobrar 25 dólares por tonelada de carbono

    Nordhaus plantea el cobro de 25 dólares por cada tonelada de carbono escondida tras la producción de un bien o servicio determinado, y esgrime dos opciones para realizar el cobro. A través de un impuesto especial al carbono, de la misma manera que sucede con bienes como el tabaco o la gasolina, o desplegando un mercado con derechos de emisiones, en el que las empresas tengan un permiso de emisiones de CO2 y, a partir de ahí, puedan "comprar o vender los derechos que les sobren o les falten, dependiendo de su eficiencia".

    ¿Cómo impactaría esto a los ciudadanos? En el caso del uso de electricidad, el economista californiano pone el ejemplo de un hogar que consumiese 1,000 dólares por año, la mitad de ellos, procedentes de energía generada a partir de carbón. Fijando el precio del carbono a esos 25 dólares citados, el coste anual de la electricidad de ese hogar repuntaría un 20% más, hasta los 1.200 dólares, según sus cálculos. Un vuelo internacional en clase turista aumentaría su precio en 16,80 dólares, siguiendo este precio pautado, que se traduciría en un 5,61% más sobre el billete; el gasto anual en carburante para el automóvil se incrementaría casi un 8%.

    Lo que la medida busca, en primera instancia, es desincentivar el consumo de determinados bienes y servicios. Así, si sobre el coste de un billete de avión repercutiese una cantidad extra vinculada al impacto de emisiones de este medio de transporte en el medio ambiente, el ticket se encarecería, lo que redundaría en que los individuos descartaran esta vía de viaje en preferencia de otras. Con un mayor precio relacionado con el daño causado se conseguiría un uso más moderado de los bienes y servicios. El significado de esto implica una reducción global de las emisiones de dióxido de carbono trabadas con la suma de las decisiones de todos y cada uno de los ciudadanos del planeta.