Cataluña
Europa, el Brexit y los nacionalismos
Juan Carlos Giménez-Salinas
El éxito de aquellos que deseaban desengancharse de Europa en el Reino Unido, ha conmocionado a las sociedades que la integran. En apariencia ha sido muy fácil olvidarse de tantos esfuerzos, negociaciones y proyectos empresariales y personales e intentar un nuevo caminar independiente en el seno de un país importante, casi diría que imprescindible, como es Inglaterra.
No obstante, los ingleses siempre peculiares, complejos e individualistas, nunca estuvieron muy convencidos que su caminar transitara a través de Europa.
Ahora, los países que deseamos construir una Europa sólida, económica y políticamente y alcanzar una sociedad en las que las personas se encuentren seguras para poder planificar su futuro en un ambiente estable, percibimos que un irresponsable contagio entre algunos de los países que la componen, puede destruir o demorar este ingente esfuerzo, llevado a cabo por muchas generaciones y encaminado al fortalecimiento de las instituciones europeas y el bienestar de sus ciudadanos.
La asociación, la integración, requieren renuncias y cesiones, compartir bienes y derechos con el fin de alcanzar nuevas metas o bien afianzar las conseguidas. La rémora europea con la que convivimos y que nos frena el desarrollo institucional, lo constituyen los nacionalismos, las tradiciones, las lenguas y costumbres, la falta de visión de un mundo más amplio, universal, potente y sin límites.
Todos nosotros, en mayor o menor grado, vivimos de un pasado idílico, aventurero, romántico y esplendoroso que nos hace soñar en poderlo recuperar algún día. Pero la historia nunca se repite de idéntico modo y por ello Francia y su 'grandeur', espejo intelectual en el que nos mirábamos todos, nunca volverá a poseer la influencia que tuvo. Ni Holanda, pequeño país, con enormes multinacionales, pero débil ante las amenazas naturales y de conquista. Ni Alemania, a pesar del ser el más rico de entre todos los socios y ejemplo de trabajo e industria, puede ejercer de potencia, ya que su pasado reciente, le impide demostrar su poderío. Ni Italia, dividida en varias regiones antagónicas y falta de equilibrios regionales y menos España, ya que su época de esplendor inició su declive a principios del siglo XVIII y desde entonces hemos perdido casi todos los trenes. Y así todos los demás.
Con ello quiero decir que Europa no tiene vuelta atrás y si queremos avanzar debemos intentar olvidarnos de nuestros orgullos patrios paralizantes.
Para luchar contra estas tentaciones nacionalistas, Europa debe incrementar la velocidad de sus reformas y democratizar sus instituciones, olvidándose de sus Estados miembros y fomentar elecciones en las que participen los ciudadanos de varios países. Debe proceder a debilitar los gobiernos centrales de cada país. Para eliminar unos nacionalismos deben fomentarse otros nuevos, ya que las personas precisan enraizarse. En primer lugar fomentar el nacionalismo europeo, que las personas consideren a Europa su país y en segundo lugar, fomentar los nacionalismos regionales, ya que debilitaran a los gobiernos centrales y a su vez serán mucho más fáciles de dominar desde Bruselas, ya que su fuerza y presión serán mucho menores que la de los países miembros.