En casi todas las ciudades, más grandes o más pequeñas, hemos acabado incorporando a nuestra vida cotidiana la idea de que el camino más corto entre dos puntos es utilizar un medio de transporte. Y ya casi nunca vamos caminando a ningún sitio. Lo que ha ocurrido a continuación es que, al haber dejado de caminar como medio de cubrir la distancia entre dos lugares, hemos casi abandonado también la costumbre de caminar para cualquier otra cosa. Y con ello, hemos dejado de percibir los beneficios que tiene. Y no son solo físicos.
Alguien escribió una vez que pasear se ha convertido en un lujo en los países llamados desarrollados. Porque para pasear hace falta tener tiempo, y entre todos hemos llegado al extraño consenso de que el tiempo es precisamente la única dimensión que nos falta. Sin embargo, caminar tiene múltiples beneficios. El primero de ellos, lógicamente, es a nivel físico, pues es una forma como cualquier otra de hacer ejercicio.
Desde Aristóteles hasta Virginia Woolf, pasando por Hemingway, Thoreau, Nietzsche o Watt, son incontables los personajes célebres que se han valido del paseo como medio para conectar con sus ideas. Es posible que sea una consecuencia del contraste creado entre nuestro mundo interior y el paisaje que observamos, y también hay quien dice que el ejercicio en sí mismo es el que hace que seamos más creativos. Lo cierto es que es difícil que tantos artistas y científicos estén equivocados: por los motivos que sea, el caso es que perder tiempo paseando es una clave de la creatividad y, con ello, de la productividad.