Desde la más remota y tierna infancia, cuando la madre llena con sus palabras las pausas que el bebé hace mientras se alimenta, el ser humano debería comenzar a aprender algo que está en la base de la comunicación humana, del diálogo productivo y hasta de la democracia, que es que una conversación es cosa de dos. Uno habla mientras el otro escucha, y luego al revés. Sin embargo, hay quien aún no ha adquirido la productiva costumbre de no interrumpir a quien habla.
Las personas que interrumpen a su interlocutor acaso no se dan cuenta de las implicaciones que conlleva esa conducta. La primera es, simplemente, que las constantes interrupciones denotan falta de respeto. Cuando alguien habla hay que escucharle, es una norma social básica y esencial. Interrumpir constantemente implica que quien lo hace piensa que sus ideas son más importantes o más urgentes que las de su interlocutor.
La segunda es no darse cuenta de que a cualquier persona se le ocurren cosas mientras escucha. Sin embargo, lo que diferencia a las personas que saben escuchar es que son capaces de recordarlo hasta que pueden intervenir.
La última implicación es quizá la más importante, porque tiene que ver con la propia capacidad de aprender de quien interrumpe. Y es que nunca se sabe cuando alguien que habla va a decir algo realmente inteligente, innovador o sugerente. Quien interrumpe zanja con un rotundo gesto la posibilidad de que quien le habla ilumine su sendero con ideas que podrían serle realmente interesantes.
Una de las claves del buen escuchar es, simplemente, no interrumpir.
Me parece interesantísima esto que dices, a ver si lo lee mucha gente y aprende de estos consejos. Es penoso estar en conversación con gente que no dejan que los demás expongan sin pensamientos interrumpiendo con tonterías. Gente que sólo ellos quieren ser el centro de atención.
Enhorabuena Jesús por estas ideas.
Efectivamente la comunicación humana es un aspecto de la vida en el que aún podemos mejorar significativamente. Gracias por tu comentario, Miguel.