Esas moscas que chocan una y otra vez contra los cristales de las ventanas constituyen una metáfora, triste aunque plástica, de la dificultad que el ser humano tiene para el cambio personal. Observándolas, uno tiende a pensar que lo hacen porque no ven el cristal o, lo que es lo mismo, porque hay un obstáculo real, no solo tangible sino muy duro, que no tienen capacidad para percibir. Es curioso que aún con la ventana abierta algunas de ellas persisten en el imposible empeño de atravesar el vidrio.
Quizá deberíamos pensar que tal vez un cristal que no vemos nos separa del logro de nuestros objetivos. Y quizá identificarlo o definirlo no haga que se disuelva, pero con toda seguridad puede ayudarnos a saber por qué nos planteamos una y otra vez los mismos objetivos sin conseguirlos, y nos puede dar pistas sobre cómo llegar hasta el extremo de la ventana, que evidentemente está abierta.
Una de las fundamentales causas de la existencia de ese grueso cristal es la forma que el ser humano tiene de percibir el exterior: pese a que nosotros pensamos que almacenamos información objetiva sobre la que tomamos decisiones fundamentadas, lo cierto es que lo que contiene nuestra memoria sirve, por encima de todo, al efecto de poder explicarnos a nosotros mismos y a los demás quiénes somos, es decir a narrar nuestra biografía. Y lo más importante, lógicamente, es que esa explicación tenga sentido. Por tanto a menudo cuando buscamos una explicación para un acontecimiento hacemos algo sorprendente, y es utilizar el grado de coherencia de la explicación como prueba de su veracidad. En otras palabras, si la forma de explicar un determinado hecho encaja con el resto de ideas que lo circundan, inferimos rápidamente que esa explicación es verdadera, en lugar de cuestionarla. Por tanto es el sentido global lo que nos hace colocar las piezas en el puzle de nuestra vida, y no la comprobación real de que las cosas son como pensamos. Porque el cerebro no registra hechos, sino que construye biografías. Por eso sería bueno cuestionarnos más las cosas en lugar de darlas por sentadas. Y por eso mismo también deberíamos pensar que, cuando creemos que no somos capaces de lograr algo, es muy probable que estemos escuchando una voz que intenta persuadirnos de ello simplemente porque nunca lo hemos intentado y porque al no encajar no tiene sentido. Si la creación de sentido es el objetivo fundamental de nuestro cerebro es muy posible que tengamos que acostumbrarnos a llevarle la contraria para tener una perspectiva más amplia sobre nuestros objetivos. Quizá así lleguemos a encontrar el lado abierto de la ventana para poder cambiar.
La lucha por el cambio está en crear nuevos sentidos, nuevas vidas.