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Cómo una ciudad fronteriza de China mantiene a flote la economía rusa

  • A espaldas de las sanciones internacionales, este enclave estratégico juega un papel fundamental en el intercambio de recursos básicos y bienes procesados

Lucas del Barco

En la ciudad fronteriza de Manzhouli, al norte de China, los trenes cargados de madera siberiana cruzan diariamente desde Rusia. Los camiones rusos llegan con toneladas de semillas de colza para ser procesadas en modernas fábricas chinas. A solo unos pasos de la aduana, un fastuoso concesionario de autos usados vende vehículos a ciudadanos rusos deseosos de sortear las restricciones de importación impuestas en su país. Todo ello refleja una realidad incontestable: Manzhouli se ha convertido en un salvavidas económico para Rusia.

Desde la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022, y ante el aislamiento financiero al que Occidente ha sometido a Moscú, China ha intensificado su respaldo económico al Kremlin. Ese apoyo no solo se refleja en las declaraciones diplomáticas, sino también en un comercio bilateral que superó los 240.000 millones de dólares el año pasado, un aumento de casi el 70 % en apenas dos años.

Uno de los principales pilares de esta relación comercial es la estrategia que Manzhouli resume como "suministro ruso, procesamiento chino". Rusia exporta materias primas: petróleo, carbón, madera, semillas y gas, mientras que China las transforma en bienes manufacturados que luego reexporta o consume. A cambio, Rusia importa productos esenciales como ropa, electrodomésticos, electrónica e incluso automóviles.

Según datos del Ministerio de Comercio chino, publicados por el New York Times, las exportaciones hacia Rusia han crecido un 71 % desde el inicio de la guerra. Hoy, cerca del 6 % del total de la economía rusa depende directamente del comercio con China, una proporción similar a la de otros países sancionados como Irán.

El flujo constante de bienes subraya una realidad incómoda para el Kremlin: Rusia se ha convertido en un socio subordinado dentro de la relación, cada vez más dependiente de Pekín, que por su parte aprovecha esta dependencia para acceder a recursos estratégicos a precios favorables y reducir su dependencia de Occidente.

Las consecuencias se observan a simple vista en Manzhouli. Tiendas venden vodka y café de marca Stalin, bustos de Lenin y muñecas matrioshka con la cara de Vladimir Putin. La televisión en los hoteles ha eliminado canales estadounidenses, sustituidos por transmisiones favorables a Moscú. Y en las fábricas, como la planta de procesamiento de semillas Xinfeng, los operarios chinos trabajan con eficiencia industrial para convertir colza rusa en aceite de canola, evitando así comprar el producto a Canadá, con quien China mantiene tensas relaciones comerciales.

El sector maderero también florece. Huang Baoqiang, director de un aserradero cercano a la frontera, afirma que compran grandes volúmenes de madera siberiana para fabricar componentes de muebles y soportes industriales. Aunque el Departamento del Tesoro estadounidense ha intentado bloquear las transacciones en dólares entre ambos países, empresas como la de Huang operan en yuanes o rublos, gracias a acuerdos con bancos sancionados como VTB Bank.

Pero esta relación no está exenta de tensiones. Por ejemplo, Rusia impuso recientemente restricciones a la exportación de troncos de pino en bruto, obligando a que sean procesados parcialmente en su territorio antes de cruzar la frontera, lo que ha molestado a empresas chinas. A su vez, Pekín respondió con aranceles al carbón ruso tras quejas de sus propias mineras estatales.

El mayor punto de fricción, sin embargo, ha sido el mercado automotor. Tras la salida de los fabricantes occidentales de Rusia en 2022, las marcas chinas rápidamente ocuparon el vacío, alcanzando el 60 % del mercado automovilístico ruso. Pero esa bonanza se frenó cuando Moscú impuso un arancel de 7.500 dólares a los vehículos importados, con una excepción: autos usados comprados directamente por ciudadanos rusos.

Los comerciantes de Manzhouli han aprovechado esa laguna legal. A solo una calle de la frontera, un espectacular salón de autos usados, inaugurado hace apenas un año, ofrece vehículos de alta gama ligeramente usados —BMW, Land Rover, Volkswagen y modelos chinos como Zeekr— listos para ser enviados a Rusia. "No vendemos autos nuevos, pero tenemos usados con apenas un mes de antigüedad, y eso cumple con la ley rusa", explica un vendedor al citado medio.

Esta relación comercial creciente entre China y Rusia preocupa en Europa. Durante la última cumbre en Pekín, líderes de la Unión Europea pidieron a Xi Jinping que reconsiderara su apoyo económico e industrial a Moscú. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, advirtió que "China está, de facto, permitiendo que la economía de guerra rusa sobreviva", y que esta postura podría marcar el rumbo futuro de las relaciones entre Bruselas y Pekín.

A pesar de la presión internacional, el gobierno chino mantiene su apoyo firme. El ministro de Exteriores Wang Yi definió recientemente la alianza como "la relación entre grandes potencias más estable y estratégicamente significativa del mundo actual".

Mientras tanto, en Manzhouli, el comercio florece, las grúas descargan madera, las fábricas trituran semillas rusas y los concesionarios venden autos a ritmo constante. Lo que sucede en esta ciudad fronteriza puede parecer una dinámica regional, pero sus efectos se sienten a escala global. Manzhouli, en su papel discreto pero fundamental, ayuda a sostener la economía rusa en uno de los periodos más complejos de su historia moderna.