Raúl Compés, director del CIHEAM Zaragoza: "Sin agricultura es difícil mantener los pueblos vivos todo el año"
Eva Sereno
Zaragoza,
Zaragoza ha acogido el XIV Congreso de la Asociación Española de Economía Agroalimentaria sobre 'Estrategias de los sistemas agroalimentarios ante los desafíos globales', con el fin de abordar el estado económico del sector y los retos que tiene ante sí. Más de 300 expertos de distintos países se han dado cita en este evento, que se ha celebrado en Zaragoza por segunda vez, y en el que se han conocido las fortalezas y debilidades del sector, aparte de abordar los retos y las medidas más urgentes. El director del CIHEAM Zaragoza, Raúl Compés, habla de la situación presente y futura del sector con elEconomista
¿Cómo ve la situación actual del sector agroalimentario?
Nuestro lema en el congreso hace referencia a los problemas graves, algunos de ellos son globales, a los que hay que hacer frente, a las necesidades del sistema agroalimentario y a dar una respuesta ambiciosa articulada en forma de estrategia público-privada en la que participen todos los actores. Es verdad que se dice que el sector agrario siempre está en crisis. Desde hace más de un siglo, se habla de la crisis del sector agrario y las noticias siempre están asociadas a la despoblación, al éxodo, a la baja rentabilidad, a veces sobre las dificultades de la innovación. A lo largo del tiempo, este diagnóstico ha ido cambiando, pero siempre ha tenido un trasfondo pesimista de un sector que requiere apoyo. Es estratégico, pero en el día a día, muchos agricultores y ganaderos, cooperativas y empresas sufren problemas de rentabilidad, relevo generacional, de subsistencia… Es una historia larga de diagnósticos críticos o negativos. Ahora el sector es más fuerte, tecnológicamente más avanzado, las políticas agrarias son más sofisticadas y destinan más recursos –se puede cuestionar si son o no necesarios y si se emplean o no de forma adecuada-, y hay una ambición política gracias a la que es posible que se mantengan esos sistemas agroalimentarios.
¿Y, en concreto, en España?
España tiene un sector muy competitivo y el saldo exterior de la balanza comercial es cada vez mayor. Lidera la innovación, la exportación y la calidad en muchos subsectores, aunque es verdad que en otros somos menos competitivos y se importa. En el sector agroalimentario, los recursos naturales importan mucho y no se pueden hacer grandes producciones en ganadería o producción vegetal si no tenemos los recursos adecuados, pero también es verdad que, al mismo tiempo, los problemas subsisten. Hay agricultores y ganaderos que están en situación difícil, están los problemas con los recursos naturales, con los insumos... y a raíz de la pandemia han surgido cisnes negros con importantes daños, pero tenemos capacidad de resiliencia. Ahora llevamos una racha mala y la cuestión es qué capacidad de resistencia hay en un sector en el que se acumulan las posiciones difíciles como la crisis geopolítica con filtros militares que alteran los aprovisionamientos, problemas en la distribución y comercialización, crisis energética… Todo es igual, pero nada es igual. No hay que dejarse llevar por un análisis rutinario porque tampoco es verdad. Hay retos nuevos, fortalezas nuevas y debilidades nuevas.
¿De qué retos estaríamos hablando?
Ahora el cambio climático es una evidencia y tiene un impacto enorme porque las condiciones climáticas influyen en la producción agraria en calidad y en cantidad. Un cambio de un grado o grado y medio en el patrón de lluvias en agricultura, lo cambia todo. También está el tema de la sostenibilidad. A veces se banaliza y se emplea de forma poco rigurosa como un argumento comercial, pero al final es un nuevo paradigma que nos obliga a plantearnos cómo producimos, consumimos y asignamos nuestros recursos productivos.
Frente a estos retos, ¿qué fortalezas tiene el sector?
España tiene un sistema agroalimentario que es competitivo e industrialmente y comercialmente está muy bien desarrollado. Tiene productos de calidad en una gastronomía que están considerada una de las mejores del mundo -esto es parte de una política de promoción de los productos españoles-, y mucha biodiversidad, que también es un recurso importante, y un tejido agroindustrial y de empresas auxiliares muy potente, así como unas redes de centros tecnológicos e instituciones, muchas de ellas vinculadas con el sector público, algunas son mixtas, lo que favorece la innovación y ayuda a las empresas a posicionarse en materia tecnológica o de innovación como la Plataforma Tecnológica del Vino. Pero son grandes fortalezas que pueden ir más allá como en innovación, marcas, promoción y prestigio país. Hemos avanzado mucho, pero nos queda por mejorar. Por ejemplo, en el vino se ha avanzado, pero todavía queda por hacer porque exportamos muchos graneles que son importantes, pero no es donde está el valor añadido y se puede hacer un esfuerzo mayor en diferenciación, calidad y en ocupar nichos de más alta gama. Todavía en España hay muchos productos para ser considerados de gama alta en los mercados internacionales. Si se piensa en vinos de Francia son de alta gama, Italia también se ha posicionado bien y la marca España está ahí, pero hay que hacer más esfuerzo. Esto nos pasa en muchos productos.
¿Qué puntos débiles se detectan?
Son muchas. En el sector primario tenemos un problema de relevo generacional y la mano de obra en agricultura es escasa y lo que es peor sin la capacidad y competencia profesional necesaria. Tenemos también un problema con las explotaciones familiares que han sido durante mucho tiempo el sustento tradicional de la estructura agraria, pero que muchas de ellas han ido desapareciendo. A veces han aparecido fórmulas de cooperación entre explotaciones familiares que han conseguido combinar la producción familiar con más innovación y capacidad de exportación -por ejemplo las cooperativas-, pero ahí también hay que hacer un esfuerzo porque el tejido empresarial primario agrario es frágil, vulnerable en muchas ocasiones. En cuanto a los recursos naturales, tenemos que ser conscientes de la dependencia del regadío y la amenaza que supone. Es una fortaleza, pero también al mismo tiempo es una debilidad en un contexto de cambio en las precipitaciones, aumento en los precios de la energía, aumento de la sequía, temperatura y erosión… Son factores limitantes que van a dificultar los próximos años.
¿Es necesario poner en valor el trabajo del sector?
Siempre está la tarea pendiente de dignificar el trabajo agroalimentario. Cada vez más jóvenes y mujeres se incorporan, pero de alguna forma esto todavía no compensa la pérdida o destrucción de empleo. Una buena parte de las explotaciones está en manos de personas mayores y jubiladas que no tienen los incentivos ni mecanismos de una persona más joven para emprender. Por ese lado, una elevada tasa de envejecimiento es una debilidad.
¿La situación ha mejorado en cuanto a la formación?
En la formación hemos mejorado en las capacidades. Tenemos un sistema de escuelas de capacitación, FP, grados, ingenierías, masteres... muy potente y existe mucha demanda para estas actividades y hay muchos puestos de trabajo que no se cubren adecuadamente. Necesitamos agricultura, productores, técnicos… pero al mismo tiempo vemos que en algunos eslabones de la cadena tenemos dificultades para encontrar los perfiles que se necesitan porque, en buena medida, el sector acarrea una imagen con lo que ocurría en el pasado y no en el presente y se piensa en una imagen más tradicional y en un sector poco atractivo para personas creativas. Ha cambiado, pero todavía esa imagen supone un lastre. Hay que seguir trabajando en la dignificación y darle al productor de alimentos la importancia social, cultural y territorial que se merece porque en muchas zonas la agricultura sigue siendo el principal soporte de la población. Sin agricultura es muy difícil que tengamos pueblos vivos todo el año y no sean pueblos turísticos de fin de semana, que está bien, pero no es la savia que buscamos para nuestro sistema agroalimentario y medio rural.
¿Y qué se puede hacer?
Los retos son tan potentes que tendríamos que trabajar más conjuntamente y pensar en clave de sistema agroalimentario sostenible. Si no es con un enfoque sistémico integral en el que veamos todas las necesidades de toda la cadena y con la cooperación de todos agentes. Hay que incluir también el sector público y privado, que están obligados a entenderse. La nueva formulación de la PAC es un buen paso para generar estrategias sistémicas que sean ambiciosas. Se debe hacer una cooperación y colaboración ambiciosa y en clave estratégica, lo que significa que tenemos unos objetivos y unos recursos para alcanzarlos y un calendario, un cronograma. Hay que poner encima de la mesa temas de seguridad alimentaria, recursos naturales, innovación, producción científico-química, modelos…
¿Cómo está influyendo la geopolítica en el sector agroalimentario?
Tenemos una crisis geopolítica actual que están suponiendo un coste, retroceso y la vuelta a una etapa en la que pensábamos que no habría conflictos bélicos en Europa. Esto afecta a las personas y al sistema agroalimentario, aparte de los daños. Con un conflicto militar, las inversiones, comercialización… se ven alteradas y supone un retroceso. Tenemos un tema de corto plazo para ver cómo respondemos a estas crisis como la invasión de Ucrania por parte de Rusia, cómo afecta a las exportaciones de grano y cómo los países restringen sus exportaciones por el cambio climático para abastecer el mercado interno. Antes teníamos un mecanismo que ha caído en los últimos años en su posición en el terreno político: la OMC, que era capaz de jugar como árbitro por lo menos en su dimensión comercial. Hoy, ha perdido fuerza política y este papel no lo puede representar. Es una pena porque la OMC representa una organización de poder blando multilateral en la que los países voluntariamente cooperan en aras de establecer un sistema equitativo y justo.
También hay sobre la mesa una posible ampliación de la Unión Europea.
En el medio plazo está el reto de la ampliación, que es compleja porque tiene múltiples dimensiones. Para los europeos, la entrada de un país que se siente europeo y respeta sus reglas es preceptivo. Pero una ampliación no bien planteada en la que la parte que entra no está bien preparada puede ser contraproducente. Y luego hay intereses contrapuestos: lo que nos interesa a corto plazo –que un país entre y adopte nuestras reglas del juego-, puede ser contraproducente porque tiene estructuras productivas y comerciales precarias que requieren muchas ayudas. Como todo en la vida, es una oportunidad y una amenaza. La UE necesita un liderazgo para saber hacia dónde vamos a ir en los próximos años.
Uno de los principales retos actuales es la sostenibilidad. ¿Qué pasos se pueden dar?
Hay dos caminos. Uno es el macro porque tenemos unos ODS y la Agenda 2030 que nos marca un punto de llegada y unos objetivos que a priori generan un consenso amplio. Eso es una tarea compleja porque requiere participación de todos los actores públicos y privados y hay que adaptarlos a las posibilidades de cada país. El problema es que se convierten en una receta para todos cuando las capacidades son muy diferentes y las necesidades también. Además, una ampliación muy burocrática puede tener efectos perjudiciales. Después están las empresas que desde hace tiempo están comprometidas con su responsabilidad social y el impacto en el medio, las relaciones con los clientes y trabajadores… Se ha convertido en un elemento importante de atención, pero las cuentas tienen que salir. Los costes no son una invención de la economía de mercado, existen y determinan el éxito o no. Se trata de que más empresas se comprometan con estas buenas prácticas, pero algunas dudan porque hay muchas certificaciones, son costosas, les generan problemas… El tema de fondo, que realmente es el importante, es que tenemos que intentar producir generando poca externalización y que haya mecanismos que castiguen las externalidades negativas (contaminación, daños al medio) y también mecanismos que compensen las buenas prácticas. Realmente, hay mucho trabajo por hacer y que se puede hacer al margen de preferencias políticas.
¿Y de cara al cambio climático?
Es un reto importante. Los parámetros ambientales están cambiando muy rápido. Hay que tener en cuenta que las transiciones también tienen un impacto. No podemos imponer y lanzar a una sociedad a un cambio tecnológico radical y a un cambio cultural radical sin haber ponderado bien sus costes, que van a afectar a la calidad de vida de las personas y a la posibilidad de seguir, en muchos casos, manteniendo el nivel de vida que tenían. Estamos de acuerdo en la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, pero tenemos que ser conscientes de que esto nos va a afectar y hay que ver cuál va a ser esa afección y si hay o no alternativas. Tiene que haber un debate más amplio con connotaciones y argumentaciones tecnológicas, pero también sociales porque la ciencia no lo es todo y la tecnología tampoco es una panacea de que las cosas vayan a ir a mejor.
Y en todo este contexto, ¿qué sería lo más urgente?
Sin recursos no hay producción. Después nos podemos plantear si más o menos sostenible, más o menos ecológico… Los recursos críticos en estos momentos son naturales, así como la mano de obra, porque hoy no hay un problema financiero rural., En las empresas, se podría mejorar la estructura productiva. Igual necesitamos menos empresas en algunos sectores pero que se agrupen para ser más competitivas. El agua debe ser una prioridad y una política de estado, necesitamos saber cuánta agua necesitamos, cómo se va a conseguir, qué precio se va a pagar, qué cantidad de agua puede utilizar el sector agrario… para darle también a la población un mensaje de garantía de aprovisionamiento. Pero para esto, hay que hacer antes un plan. También el suelo, que a veces se olvida. Hay algunas iniciativas para mantener la fertilidad del suelo por ejemplo. Existen cosas muy sofisticadas pero no podemos pensar en un sistema agroalimentario grande con capacidad para satisfacer nuestras necesidades y exportar sin disponer de los factores naturales. Y nos falta mano de obra en calidad y cantidad adecuada, que es un factor limitante, porque hay muchas explotaciones que no pueden tirar porque no disponen de la mano de obra. Ahora los productos nos llegan más caros por la inflación, aunque no hemos visto un desabastecimiento ni una carestía generalizada. Pero, cuando se piensa en el largo plazo, son situaciones que están ahí. Aunque la probabilidad sea baja, hay que tener un plan de contingencia. Estar en la UE es una garantía porque somos un mercado común porque se supone que no se van a establecer factores de distorsión o que penalicen el comercio, pero estos factores institucionales, igual que los creamos, se pueden destruir. No se pueden dar por descontado.