Es la pregunta del millón: ¿se puede disfrutar en el trabajo? A la semana pasamos 40 horas trabajando y es inevitable plantearnos si nuestra actividad laboral es una tortura o una oportunidad para realizarnos.
En parte todo depende de cómo quieras ver el vaso, medio lleno o medio vacío, pero lo cierto es que realizar actividades que no satisfacen tus intereses personales, realizar servicios para los que no te has preparado preparado, la inestabilidad laboral, la mala relación con los compañeros, la sobrecarga de funciones... son algunas de las causas por las que el trabajo se puede convertir en un suplicio.
La mala relación con el jefe, poca seguridad en el trabajo, salario por debajo del mercado, falta de formación... tampoco ayudan.
Muchos especialistas, subrayan que el período de un trabajador satisfecho en una compañía es de cinco años, después la persona continúa creciendo hasta alcanzar su nivel de infelicidad. Irremediablemente, todo empleado está condenado a repetir este ciclo: desarrollo-satisfacción-desencantamiento-insatisfacción-búsqueda de mejores oportunidades... y vuelta a empezar.
Dos factores de salud mental tienen que ver con el amor y el trabajo. Disfrutar queriendo y disfrutar trabajando definen a una persona adaptada y feliz. Un puesto de trabajo idílico permanentemente no existe, pero hacer lo que uno sabe y recibir un dinero a cambio es una suerte. Echamos la culpa de los males al trabajo, y cuando hay más depresiones, ansiedad y conflictos es en situaciones de inactividad.
Cambia el chip
1. No pretender imposibles
2. No pelearse con la realidad y poner sensatez con las peticiones. Siempre debemos plantearnos objetivos cercanos, casi diarios
3. Tomar la iniciativa, reformular procedimientos que consideremos poco operativos en la empresa
4. Delegar tareas que nos superan
5. Aprender nuevas formas de realizar el trabajo, mantenernos al margen de compañeros con actitudes negativas y de victimismo...
Si ves que el estrés puede contigo, siempre puedes pedir ayuda terapéutica, recurrir a un coach o como última opción cambiar de trabajo. Siempre teniendo claro que ningún trabajo es bueno o malo en sí mismo. Lo que lo hace mejor o peor es la manera en que nosotros lo aceptamos, las armas con las que combatimos las malas rachas, y la decisiones que tomamos.