Algunos de los primeros estudios sobre la inteligencia se centraron casi exclusivamente en un tipo de razonamiento lógico y abstracto que parecía poder aplicarse a la resolución de cualquier problema. A falta de mejor nombre, lo llamaron inteligencia general. Más adelante, la ciencia se dio cuenta de que había diversos tipos de inteligencia, y de tipos básicos como la verbal, la manipulativa o la matemática, se evolucionó hacia otros modelos en los que se contempla la inteligencia musical o la naturalista. Pero la asunción básica en cualquier modelo es que la inteligencia se demuestra a través de la actividad intencional. Y puede que eso no sea del todo cierto.
Uno de los descubrimientos más impactantes sobre el funcionamiento del cerebro es que ese curioso fenómeno que llamamos el soñar despierto, en el que la mente vaga errante sin control alguno por nuestra parte, puede llegar a ocupar hasta la mitad del tiempo de nuestra vida consciente. No hace falta tener un conocimiento científico profundo para caer en la cuenta de que algo que ocupa tanto tiempo tiene que ser necesariamente importante.
Efectivamente, hoy sabemos que el soñar despierto es una actividad productiva en la que nuestra mente puede ocuparse de reordenar nuestros recuerdos, pensar sobre nuestras relaciones y enfocar el futuro. También ese tipo de pensamiento está relacionado con la creatividad y con los momentos eureka, como el episodio de la bañera de Arquímedes o el de la manzana de Newton. Muy pocas personas tienen ideas cuando se les piden, pero muchas las tienen en la ducha, cuando menos se lo esperan. Soñar despierto no es inútil, solo lo parece.