Dialogamos para descubrir mayores verdades, para escuchar el remoto eco de desconocidas revelaciones y para clarificar nuestro propio pensamiento. El mundo del conocimiento es el universo más extenso que existe, entre otras cosas porque las estrellas y los planetas que lo habitan son diferentes para cada persona. Y la mejor ayuda de la que se puede dotar el transeúnte de ese espacio es la escucha activa.
Se escucha activamente cuando se está en la disposición productiva para completar el mensaje de un interlocutor con los matices agregados de la propia experiencia y conocimiento. Cuando se realizan interiormente aplicaciones de lo escuchado, y cuando se disfruta animando a quien habla para que revele su mayor verdad.
Se escucha activamente cuando se sustituye el “si, pero” por el “si, y también”, cuando se elimina el “no” y todos sus familiares cercanos, y cuando en general el lenguaje es empático y positivo, y habla de fundar, de colaborar y de futuro.
Se escucha activamente cuando se dejan a un lado los egos y, si se disiente, es para sumar una nueva perspectiva, y no para intentar alzarse con una verdad que, además, es un espejismo.
La escucha activa es el privilegio de los que comprenden que el diálogo no nació para enfrentar sino para edificar, y la herramienta de los que saben que la única manera de crecer de verdad es construir colectivamente el pensamiento.
Practiquemos la escucha activa, nos sorprenderá su magia