Por algún motivo en el fondo desconocido da la impresión de que el ser humano está más preparado, o más motivado, para hablar que para escuchar. Algo sorprendente, puesto que es una tendencia que ciertamente dificulta nuestras posibilidades de aprender. Es posible que se deba a que mucho de lo que decimos en el fondo nos lo decimos a nosotros mismos, y a que incluso a nosotros mismos nos cuesta aclararnos. Sea como sea, aquellos que escuchan se han convertido en una preciosa rareza dotada de un poderoso atractivo.
Uno de los más potentes reforzadores que existen es la atención. Mirar a una persona, sonreírle o pronunciar su nombre son conductas que ejercen un influjo considerable. Quizá porque los seres humanos somos animales sociales, o bien porque son manifestaciones de ese sentido de pertenencia que ya nos dijo Maslow que nos resultaba tan esencial. Y la escucha es, posiblemente, uno de las mejores formas de demostrar a una persona que se le está prestando atención.
No hace falta ningún tipo de estudio científico para percatarse de que, quizá con excepción de quienes experimentan dificultades de relación social, ser oído es algo perseguido por la mayoría de las personas. Cuando somos escuchados percibimos que nuestro pensamiento importa, que somos divertidos o que nuestras ideas son originales. En definitiva, sentimos que estamos integrados en la comunidad que nos rodea.
Por eso las personas que escuchan resultan tan atractivas: porque poseen un escaso don que tiene la particularidad de magnetizar a todos los que tienen necesidad de hablar, que somos casi todos.
Motivo importante para aprender a escuchar: el éxito social.