Uno de los pilares del triángulo de la responsabilidad es la claridad en los objetivos. Nos vinculamos de manera responsable a las tareas porque vemos claro cómo llevarlas a cabo. Lógicamente, una de las formas de debilitar el compromiso que tenemos con nuestras ocupaciones, y así plantear una soberbia excusa, es aducir que no sabemos exactamente lo que tenemos que hacer, porque no está claro.
Es algo que vemos casi a diario. Alguien tenía que hacer algo, y no lo ha hecho. Y las excusas son variadas, pero al final responden a la misma estructura: “no quedó claro quién tenía que hacerlo”, “no lo especificaron lo suficiente y estaba esperando que me enviaran los requerimientos”, “no nos facilitaron el formato”, “al final no se concluyó nada”, y así sucesivamente.
Los excusadores profesionales también utilizan un recurso que les permite posponer indefinidamente sus tareas, y es solicitar recurrentemente más información. Esto también lo vemos a menudo. Enviamos un mensaje a alguien solicitando una tarea, y nos responde inmediatamente pidiéndonos más información, o documentación al respecto, o innumerables detalles aparentemente imprescindibles pero en realidad intrascendentes.
Todo este tipo de maniobras señalan claramente a profesionales irresponsables que, además, creen ingenuamente que el resto de personas que trabajan con ellos no se dan cuenta de que esgrimen excusas en lugar de razones. Entre otras cosas porque la claridad no es una dimensión física con la que se pueda medir las tareas. Algunos profesionales siempre lo ven todo claro, mientras que a otros todo le genera dudas. La claridad es subjetiva, y por tanto cuando decimos que una tarea no está del todo clara no estamos en realidad valorando esa tarea, sino la percepción que tenemos de ella.
La falta de claridad no es excusa, porque la claridad es subjetiva.