Por algún motivo perdido en la historia, en el que parece ser que Edison tuvo algo que ver, dormir o simplemente descansar se han teñido de connotaciones negativas o simplemente nos parecen intrascendentes. Y así es que hemos arrinconando al reposo a la última preocupación de nuestra vida cotidiana, olvidando que es uno de los tres pilares de la energía física para el ser humano, y por tanto de la productividad, junto con la nutrición y el ejercicio.
Cada vez se está estudiando más el efecto de la privación moderada de sueño, un fenómeno que afecta a muchísimas personas. Los resultados son a veces preocupantes. Por ejemplo, un estudio ha mostrado que compensar con más horas sueño durante el fin de semana las carencias acumuladas de lunes a viernes puede ayudar a recuperar la fatiga o la somnolencia, pero no parece reparar los déficits en el rendimiento. En otras palabras, una moderada pero prolongada falta de sueño podría provocar alteraciones no fácilmente recuperables en nuestra productividad.
Es curioso el poco caso que le hacemos a nuestro descanso. Por ejemplo, muchas veces permitimos que la televisión nos robe las necesarias horas de sueño. Nos entusiasmamos con tal o cual serie o partido un determinado día a altas horas de la noche, pero apenas lo recordamos semanas, meses o años después, como prueba inequívoca de la irrelevancia que estos programas a veces tienen para nuestras vidas. Y, por supuesto, consumimos anuncios publicitarios, que en la amplia mayoría de los casos no nos aportan nada de nada, en cantidades abrumadoras.
Muchas veces nos quejamos del estrés de las grandes ciudades como si fuera un gigante maligno al que nadie ve pero que deja sentir sus efectos en nuestras anatomías en forma de una especie de agotamiento crónico. Y a veces no nos damos cuenta de que ese agotamiento lo generamos nosotros mismos cuando, por ejemplo, no dormimos lo suficiente.
La solución es sencilla: hay que descansar más y mejor.