Uno de los criterios de salud emocional consiste en vivir emociones que estén ajustadas a lo que nos pasa. Aparentemente es una cuestión simple, pero sin embargo es fácil notar que la mayoría de las ocasiones en las que experimentamos sufrimiento emocional tienen su origen en que simplemente estamos reaccionando de forma excesiva.
Porque no es lo mismo inquietud que ansiedad, ni tristeza que depresión. De la misma manera, uno puede sentirse responsable de algo, pero otra cosa es señalarse como culpable. Podemos ruborizarnos, pero sentir vergüenza es algo mucho más desagradable. Y la desilusión puede ser una emoción más o menos frecuente, pero vivir un engaño es claramente más dañino. Del disgusto a la ira y de la frustración al sentimiento de fracaso hay también distancias considerables, y desde luego una cosa es criticar algo y otra muy diferente condenarlo. Y por supuesto nadie está libre de aburrirse, pero la soledad es claramente otra cosa.
El tema de fondo está en que algunas emociones bloquean nuestros objetivos en la vida, los que tengamos, y otras no. Con unas es más fácil convivir que con otras y algunas entre estas últimas son simplemente paralizantes. Y en la diferencia entre las primeras y las últimas está la distancia entre tener una vida naturalmente fluida o bloquearse.
La clave está en aprender a sintonizar con las emociones que son convenientes.