El estrés tiene su origen en un fenómeno en principio positivo que está instalado en nuestra anatomía desde hace cientos de miles de años, quizá millones, y que está destinado a protegernos. Con la aparición de un peligro tienen lugar una serie de cambios orquestados por el sistema nervioso autónomo, que están destinados fundamentalmente a entrar en combate o a huir. Es bastante evidente que este sistema, en origen, se diseñó para enfrentarse con peligros físicos tales como alimañas, incendios o contiendas con enemigos.
Pero claro, hoy día el ser humano rara vez tiene ocasión de toparse con amenazas de ese tipo, y lo que nos estresa son cosas como la caída de las ventas, los proyectos complejos, las fechas límite, los conflictos o las deudas. Y como lo que podemos hacer para enfrentarnos con este tipo de cuestiones es todo menos físico, experimentamos una incongruencia entre el problema y la solución que normalmente vivenciamos como desagradable. Esto es lo que comúnmente llamamos ansiedad. Así que en el fondo lo que ocurre es que el entorno nos hace una pregunta y nosotros no tenemos la respuesta, porque cuando nuestro cuerpo se inventó no existían ese tipo de preguntas.
Evidentemente no toda la ansiedad que sufren las personas se explica de esa manera, pero es bueno darse cuenta de que la ansiedad que generalmente experimentamos en el entorno laboral es debida simplemente, o nada menos, al desajuste que existe entre las exigencias no tangibles del entorno y lo que nuestro organismo sabe hacer.
Así que nuestra ansiedad persigue fantasmas.