Vivienda - Inmobiliario
Dejar un legado
- El suelo finalista se ha convertido en un bien más escaso
- La necesidad de vivienda ha incrementado a un ritmo que no se ha sabido satisfacer
Anna Gener
Los profesionales inmobiliarios hemos vivido varias vidas en pocos años. La Gran Crisis económica, financiera y social que arrancó a finales de 2007 y que nos acompañó durante siete interminables años alumbró un nuevo sector inmobiliario; internacionalizado, altamente profesionalizado, en el que resultan imprescindibles los conocimientos financieros.
Desde entonces, los márgenes de la actividad promotora se han estrechado, equiparándose a los de cualquier otra industria. Pocos perfiles se sienten cómodos asumiendo riesgo de gestión urbanística, por lo que el suelo finalista se ha convertido en un bien más escaso y valioso que nunca, lo que dificulta la promoción inmobiliaria, ya de por sí compleja, por su larguísimo ciclo productivo.
Supimos salir de la crisis aprendiendo la lección; nunca más se ha vuelto a promover sin previo análisis de la demanda. Nos quedó claro que las eventuales alzas del mercado ya no serían suficientes para corregir errores; tomamos plena conciencia de que la promoción entraña un riesgo elevado. La mayor exigencia de las entidades financieras a la hora de conceder préstamos acabó de vacunarnos de la dinámica bulímica del pasado.
La irrupción de las socimis supuso el paso definitivo a la profesionalización del sector inmobiliario
Respecto a la actividad inversora, la irrupción de las socimis supuso el paso definitivo a la profesionalización de nuestro sector. Nuestro mercado se dotó de transparencia y de datos fiables sobre los que poder tomar decisiones acertadas y justo por ello, logró captar mucho más dinero y de un perfil más sofisticado. Este refinamiento trajo consigo la introducción de la tecnología en los diversos eslabones de la cadena de valor inmobiliaria y la incorporación de los criterios de sostenibilidad medioambiental, como requerimiento inexcusable.
Pasamos de ser un sector profundamente imperfecto a tener en nuestras manos logros muy relevantes, como la configuración de un mercado de oficinas y logística de los más atractivos de Europa, por su exitoso binomio riesgo-rentabilidad. A pesar de los logros -poco glosados y casi nada celebrados-, nuestro sector aún arrastra una reputación dudosa, que tiene su origen en la etapa de excesos del boom (1996-2006).
El desprestigio, que décadas después todavía soportamos, no debe ser tomado a la ligera, pues a menudo dificulta nuestra interlocución con la Administración Pública -clave en todo proceso urbanístico y normativo- y daña nuestra imagen ante la sociedad, lo que puede dificultar aspectos como la atracción de talento a nuestro sector.
A la tóxica herencia del boom, se le suma el hecho de que a menudo se nos atribuye la responsabilidad de la dificultad de acceso a la vivienda, una de las mayores preocupaciones de nuestra sociedad. En los últimos años la necesidad de vivienda ha incrementado a un ritmo que el mercado no ha sabido satisfacer, en gran medida por la escasez de suelo en los lugares en los que se concentra la demanda, pues al proceso de urbanización imparable -cada vez más población quiere vivir en una pequeña parte del territorio-, se le suma el hecho de que a día de hoy necesitamos el doble de viviendas para satisfacer al mismo número de habitantes, pues cada vez menos personas conviven bajo un mismo techo, a causa de los cambios culturales que determinan la configuración de los hogares.
La solución a este problema no es sencilla; pasa por poner en marcha una batería de medidas, como establecer un marco de seguridad jurídica inquebrantable, dotar de mayor flexibilidad a la normativa urbanística para dar respuesta más rápida a las necesidades cambiantes de la sociedad, vincular las políticas de movilidad -básicamente transporte público de calidad- a las de vivienda y estructurar una estrecha colaboración público-privada sostenida en el tiempo, que permita proveer de gran cantidad de unidades, tanto en régimen de venta, como de alquiler. Sin estos elementos fracasaremos en todo intento de facilitar el acceso a la vivienda.
La responsabilidad del sector inmobiliario es crucial, pero la del sector público, lo es aún más. El entendimiento entre ambos mundos es apremiante. Puestos los problemas encima de la mesa, y una vez analizados los logros de la etapa precedente, nuestro sector debe encarar la reflexión sobre cuál debe ser el objetivo que nos fijemos en la actual etapa, la del mundo post-pandémico y sus inmensos retos.
A mi modo de ver, el objetivo no puede ser otro que el de conectarnos con las necesidades de nuestra sociedad, contribuyendo activamente a generar riqueza y progreso. Deberíamos empezar admitiendo que a menudo nos hemos presentado ante la sociedad con formas y narrativas poco acertadas, centradas en los intereses de nuestro sector, obviando que nuestra actividad tiene un impacto directo en el bienestar de la ciudadanía, porque en función de cómo sea la infraestructura inmobiliaria de un territorio, la población que lo habite tendrá más o menos oportunidades.
Una ciudad con un parque de oficinas con calidad arquitectónica, respetuoso con el medio ambiente y gestionado de manera eficiente, será más competitiva atrayendo empresas que generen puestos de trabajo intensivos en conocimiento. Una planta hotelera moderna, atractiva, con una conceptualización acertada, atraerá los perfiles de visitantes que mejores dinámicas generan. Qué decir tiene de cómo impactaría en el bienestar de nuestra sociedad si lográramos configurar un parque de viviendas -en venta y en alquiler- suficiente y a precios que supongan una tasa de esfuerzo equilibrada. Nuestra responsabilidad es enorme.
Esta etapa debemos centrarla en construir un legado, a base de aportar valor a la sociedad. Es la hora de centrarnos en generar oportunidades y resolver problemas, explicando a la ciudadanía hasta dónde llega nuestra responsabilidad y cuáles son nuestras limitaciones. Y aceptar que, para resolver el problema del acceso a la vivienda, el sector público y el privado deberemos trabajar conjuntamente y para ello, necesitamos construir una relación fluida y estable, más allá del ciclo político.