Viaje del mes
Glaciar de Briksdal: un marco de magia
Entre los múltiples espacios naturales que atesora Noruega está el Parque Nacional de Jostedalsbreen, abierto al público desde abril hasta octubre, y en cuyo territorio destaca el glaciar de Briksdal.
Contaba un mentiroso que decía la verdad, que vivir son dos días, pero uno y medio hay que pasarlo viajando. El glaciar de Briksdal es una experiencia inolvidable. Es un brazo del glaciar de Jostedal, el más grande del continente europeo con sus casi 500 kilómetros cuadrados. Atraviesa la región de Nordfjord iluminada de pueblecitos como Loen y Olden, con su pintoresco lago en donde las palabras se encogen para pintar los distintos juegos de luz sobre el cristal del agua. Es como un sueño conocer y descubrir esta parcela abrupta del Paraíso cubierta de hielo. Estar allí, sentirlo, incluso olerlo. Es parecido a dar un paseo por el Jurásico. A nadie le chocaría encontrarse un dinosaurio en medio de esa ominosa geometría de piedra y hielo donde enmudece la belleza.
Cuando llegamos al pie de la morrena del glaciar tras un paseo indescriptible de cuarenta minutos, que también se puede hacer en una especie de calesa, nos quedaremos desbordados por las proporciones del hielo, ver tal masa de cristal elástico cayendo por la montaña es algo impresionante, fastuoso, magnífico. Es una función natural irrepetible. Desde lejos se puede oír cómo su lomo crepita: contemplar su intensa luminosidad en todas las tonalidades del azul y el escaparate de formas y figuras que el entorno y nuestra imaginación son capaces de llegar a componer. Es como una sinfonía al aire libre.
Briksdal es una gran masa de hielo en movimiento. Hielo vivo que se mueve 1 ó 2 kilómetros diarios en su descenso por las laderas de las montañas y los valles. Cada invierno cae más nieve de la que desaparece en verano. La presión que ejerce la sobrante es como un émbolo de churrero al servicio de la Naturaleza. Ver de cerca la lengua del glaciar es como transportarse a la Prehistoria. Es, además, un marco ideal para practicar desde los deportes de nieve hasta los de alto riesgo. O bien, una suave caminata y poner a prueba los mimbres de la Nikon para retratar unos paisajes espectaculares donde la imagen es la única palabra válida. Para apreciarlo mejor podemos optar por una excursión en helicóptero y mimarnos un poco más con la espectacularidad de lo que tenemos delante. El paisaje devora cualquier grito. Cuando uno entra en el glaciar tiene la sensación de ser el alfiler de corbata de una hormiga.
El glaciar de Briksdal está en el Parque Nacional de Jostedalsbreen, que sólo permanece abierto desde abril hasta octubre, ya que el resto del año la claridad se reduce a tres horas diarias, aunque aquí descubramos que la luz ilumina el viaje hacia la noche, visitando sus tiendas, tomando un helado caliente y comprando un simpático recuerdo, porque el que llevamos en la retina no tiene precio. Aquí el viaje se convierte en un libro escrito sin páginas.
Llegado el verano, el sol derrite el hielo y el torrente de Briksdal crece y se vuelve un rugido. El paisaje se desnuda de su armiño de nieves y aflora un escaparate donde el zumo de verdores y sombras sirven de mantel a las agujas de las pequeñas iglesias de madera que asoman entre la vegetación y se encuentra uno más cerca del perfil de un sueño que lo que pueda descorrer la cremallera de la mirada en un paisaje sin dimensiones.
El viajero avisado debe buscar sus lodges típicos de madera con sus tejados peinados de musgo, donde en su interior nos abrigará el confort, pero vistas desde fuera, parecen casitas de trolls, los duendecillos de los bosques nórdicos.
Por cierto; quiero derribar un tópico: que los nórdicos son fríos. De muestra un botón: atrapo el testimonio de una viajera del glaciar de Briksdal, Ángela Vallejo, manchega de Daimiel, profesora de matemáticas y buscadora de rincones en el mundo. Ángela nos confirma: "Es verdad que los nórdicos son cálidos, hospitalarios y simpáticos. En las mesas siempre hay patatas cocidas, verduras y frutas silvestres. Y las sobremesas con velas y vino blanco. Aprecian mucho la calidad de vida ante el consumismo. Prefieren las cosas duraderas y hermosas".
En fin, un destino idóneo para el viajero umbilical que la curiosidad le lleva a un nuevo destino. En este caso, a un lugar donde la fauna de la mirada sale en estampida.
Volver a Briksdal será siempre una primera vez.
Más información:
Turismo de Noruega
http://www.visitnorway.es