Monsanto, la desconocida aldea portuguesa de granito
Jorge Barreno
Bolos de piedra. Castillos abandonados. Casas atrapadas entre bloques graníticos. Cuevas repletas de flores, y de mosquitos. Da la sensación de que en cualquier momento puede aparecer Frodo Bolsón con su amigo Gandalf, el mago. Pero no, no estamos en La Tierra Media del Señor de Los Anillos.
Hemos llegado 'a Aldeia mais portuguesa de Portugal', así designada en los años setenta, cuando nuestros vecinos lusitanos celebraron un concurso en el que votaron por el pueblo más portugués. Se trata de Monsanto, una freguesía del término de Indaha-a-Nova, en el distrito de Castelo Branco, a pocos kilómetros de la frontera con la provincia española de Cáceres.
Llama la atención la localización de esta singular aldea, construida en lo alto de un monte de granito de 750 metros de altura, el Cabeço de Monsanto, desde donde se domina una vasta extensión de bosque de alcornoques, encinas y quejigos, las especies características de la dehesa mediterránea.
Los habitantes de esta pequeña aldea medieval, de origen paleolítico, parecen haberse mimetizado con su entorno. Entre las empedradas y estrechas calles aparecen enormes domos de granito, conocidos como montes-isla, que con el tiempo fueron rodando ladera abajo desde lo alto de la montaña. ¿Cómo es posible el Cabeço de Monsanto escupa semejantes pedazos de roca?
Monsanto es conocido como 'a aldeia mais portuguesa de Portugal', la aldea más portuguesa de Portugal.
Comenzamos el paseo en el tiempo. Nada más entrar en el pueblo nos topamos con El Mirador de Monsanto, desde el que se divisa todo el valle. A su lado vemos la iglesia mayor, una compacta estructura del siglo XV. Un poco más adelante aparece La Rua da Chapela, el lugar de reposo de los comerciantes que cruzaban la frontera. Desde ahí se divisa la pequeña y acogedora Plaza de la Misericordia, con su esbelta torre del reloj. La Fuente do Ferreiro, cuya "agua [...] ha quitado la sed de muchos reyes y príncipes".
Los monsantiños han integrado los enormes sillares graníticos como parte de la fisonomía urbana. Aún hoy, numerosas casas utilizan las enormes piedras a modo de tejado. A una media hora del pueblo, caminando por un agradable paseo entre árboles, llegamos hasta el espectacular castillo templario de Monsanto.
El castillo templario se camufla a la perfección entre los imponentes bloques graníticos.
En un lugar así bien podríamos ser caballeros templarios del siglo XIII o los protagonistas del Señor de Los Anillos. Es increíble que a pesar del estado de semi abandono en el que se encuentra la construcción se conserve tan bien. La tenacidad constructiva de los monsantiños es el reflejo de su resistencia histórica.
Frontera de batallas
Numerosas batallas se han librado en estas tierras fronterizas. Ya en el siglo II a.C. los ciudadanos de este recóndito pueblo, semejante a la Ciudad Encantada de Cuenca, soportaron durante siete años a las hordas del Imperio Romano. La hazaña se sigue conmemorando en la actualidad en la conocida Fiesta de las Cruces.
Años después, los lusitanos lucharon contra el Reino de León. La fortaleza de Monsanto quedó destruida y fue el rey Don Sancho I quien se encargó de reconstruir y repoblar la fortaleza. En el siglo XII el rey Alfonso donó la villa a la Orden de los Templarios, que bajo las órdenes de Don Gualdim amplió una vez más el castillo.
Se dice que quien conquiste Monsanto, conquistará el mundo. Con la aparición de los nuevos reinos las batallas se incrementaron. En 1658, un ejército castellano sitió el castillo, pero la plaza no se rindió. Fue entonces cuando nació la leyenda más famosa del pueblo, la de la vaca despeñada.
La dehesa mediterránea bordea las inmediaciones de Monsanto.
Monsanto llevaba sitiado largo tiempo y casi se habían acabado los víveres. Solo quedaba un becerra y un saco de trigo. La fortaleza estaba a punto de rendirse pues sus habitantes se encontraban al borde de la muerte por inanición. Una vecina tuvo la idea de darle el trigo al becerro y después lanzar el animal desde la muralla del castillo. La vaca se reventó en la caída hasta el pueblo y dejó ver el trigo de su estómago. Los sitiadores creyeron que sobraba comida y se fueron.
De vuelta en el pueblo, y antes de irse, hay que estar atento a las señoras mayores que venden unas muñequitas sin cara vestidas con trajes de trapo de colores. Son las marafonas, muñecas legendarias que hace de diosas de fecundidad y, metidas debajo de la almohada, ahuyentan las tormentas.
No hay que abandonar Monsanto sin entrar a la 'Taverna Lusitana', con su hermosa terraza enclavada en lo alto de un cerro, ni en el restaurante 'Petisco e Granitos', el primer geo-restaurante de Portugal.
No hay nada que rejuvenezca más que un tranquilo paseo hasta el castillo templario.
Los amantes del senderismo están de enhorabuena en este desconocido pueblecito portugués. Uno de los tramos más bellos de la GR 12 sale de Monsanto en dirección a Idanha-a-Velha, aprovechando una antigua calzada romana en muy buen estado. Dos horas y media de camino entre alcornoques, encinas y riachuelos unen estas dos localidades de leyenda.