Turismo y Viajes
Simatai, la Gran Muralla China... ¿cerrada al público?
José David Jurado, del blog www.viajarcomeryamar.com (@aitor_vca), nos envía este artículo desde China, donde está pasando sus vacaciones.
Hace unos días tuve la oportunidad de vivir una ocasión única. No siempre se puede disfrutar de la Gran Muralla China para uno solo.
Este gran monumento, al contrario de lo que se suele creer, ni es una construcción continuada, ni toda es de la misma época, ni se ve desde el espacio. Si quieres verla tienes que ir a China. Son cuatro los sectores más conocidos y, de ellos, Jingshailing el más restaurado y realista de cómo se vería en su momento.
Yo elegí Simatai para evitar ver ese monumento como si estuviera en un parque de atracciones. Quienes hemos conocido China desde los parques temáticos, antes que en persona, siempre nos queda ese poso de tópico de lo que nos han vendido en el entretenimiento. Y, aún así, en el propio lugar, el turista (bendito donde lo haya) acaba, en ocasiones por transformar el entorno y la naturaleza de lo visitado.
Todo apuntaba hacia una misma dirección: Simtatai está cerrado y no se puede visitar. Parece que por razones de seguridad y deterioro, el sector de Simatai, se encontraba cerrado al público, cosa que es cierto, pero no del todo.
Por suerte, y con un poco de insistencia y preguntando aquí y allá, di con alguien que me contó cómo poder hacer el recorrido entre Simatai y Jingshailing, aún estando cerrada al público. Algo que, a priori, preguntes donde preguntes en Beijing, te dirán que es imposible. Si algo tiene la Gran Muralla es que es tan grande que se hace difícil controlar el acceso. Y Simatai tiene su punto débil en ese sentido.
El truco está en el horario. A partir de las 16:30 de la tarde, el guarda deja la puerta que da acceso a la muralla. Y por la mañana no vuelve a ocupar su puesto hasta las 8. Lo único importante, es que si vas hasta Jingshailing recorriéndola, tienes que superar la torre 10 antes de las 7:30 de la mañana, porque a veces ponen allí algún control a esa hora. Cosa que parece poco habitual.
De esta forma, por la tarde pude disfrutar del tramo Este, que es el más escarpado y complicado de todo su recorrido y desde allí (hasta donde se puede pasar) ver el atardecer. Es la llamada puerta del cielo.
Por la mañana, madrugón a las cuatro de la mañana y desayuno (que para sorpresa mía pude tomar sin problemas), y ganas de disfrutar de cerca de 14 km de historia.
La niebla matutina da un color y textura al paisaje espectacular. El silencio y las luces te acompañan en tu solitaria aventura. Sólo hay una dirección y no hay pérdida, aunque hay que prestar atención dónde se ponen los pies porque hay secciones bastante deterioradas. Ten en cuenta que por algo está cerrada al público.
Mientras avanzaba tranquilo, me preguntaba: ¿cuántos millones de piedras y ladrillos habrían allí? ¿Y en los 6.500 km de toda la muralla? ¿Cuánta gente habrá trabajado en ella? ¿Y el agua para todo aquel cemento? La muralla transcurre por encima de las crestas de las montañas y su acceso es realmente complicado. Una obra de ingeniería en toda regla que no deja de sorprenderte, aún cuando tu mirada no vaya más allá de unas piedras antiguas de entre las montañas.
Acercarse al sector de Jingshailing es evidente. Empiezas a encontrar vendedores de bebidas y souvenirs en algunas torres. No está de más aprovechar un momento de descanso para colaborar y comprar una cerveza a una de aquellas mujeres, quien por cierto me fue más amable y simpática que las que me atendieron en Beijing. Eran sólo las ocho de la mañana y quizá (seguramente) muy pronto para una cerveza, que aunque caliente, frente a aquellas piedras, resultó ser un momento agradable de compartir.
Más adelante, en pleno centro de Jingshailing, empiezan a oírse a los primeros turistas. Asiáticos todos, pero se les escucha a voz en grito y consumiendo aquellas piedras como si de una atracción de parque temático se tratara. El escándalo está servido. Y es una lástima, porque la muralla en este sector es especialmente estética.
Por suerte, yo ya había cumplido con mi objetivo y había disfrutado durante cuatro horas de Simatai en todo su esplendor, a ritmo de paseo, al ritmo que las fuerzas en las subidas y caminatas me permitían, pero consciente y disfrutando con respeto de cada una de aquellas piedras.