La cuenta atrás del calentamiento global
La Cumbre Climática de Lima busca consensuar un acuerdo global de reducción de emisiones de CO2 que se firme en París el año que viene. ¿Cuánto hay que apretarse el cinturón del carbono?
El proceso de calentamiento que sufre el planeta Tierra tiene un umbral límite a partir del cual los efectos serán catastróficos, según alerta más del 95 por ciento de los científicos dedicados a estudiar el clima. Ese tope está en un incremento de la temperatura media de dos grados centígrados sobre los niveles preindustriales. A partir de ahí, las alteraciones climáticas, su potencial destructivo y el consecuente coste de adaptarnos a ellas, serán enormes.
Así, el aumento del nivel del mar, por la fusión del hielo en los polos, hará que desaparezcan grandes franjas de costa; bajará el rendimiento de las cosechas; habrá grandes desplazamientos y migraciones de refugiados climáticos; se multiplicarán los conflictos bélicos por el control de recursos e infraestructuras imprescindibles, y, en general, habrá un crecimiento muy importante de la pobreza, sobre todo en los entornos urbanos degradados, donde la población es consumidora neta de alimentos.
Costes económicos inasumibles
No son pocos los estudios de prospectiva realizados para evaluar el impacto económico del calentamiento. El más famoso es el Informe Stern, publicado en 2006, que sostiene que las pérdidas oscilarán entre el 5 y el 20 por ciento del PIB global anual a finales de siglo, a menos que se actúe rápidamente para limitar la temperatura a esos dos grados centígrados.
El Joint Research Centre (JRC), un prestigioso centro de investigación dependiente de la Comisión Europea, publicó el pasado mes de junio un exhaustivo informe sobre el impacto en la UE a finales del presente siglo y sus conclusiones son terribles: nos costará 190.000 millones de euros anuales -el 2 por ciento del actual PIB comunitario- y un 70 por ciento de los daños se concentrarán en la región mediterránea.
En la actualidad ya se aprecian claramente algunos efectos del calentamiento global y se empiezan a cuantificar sus costes; la aseguradora Munich Re calcula que las pérdidas económicas provocadas por él han pasado de los 40.000 millones anuales de la década de 1980 a unos 150.000 millones en la última década.
Cada vez es más frecuente que los estados destinen fondos para adaptarse a los efectos del calentamiento global y al aumento de los desastres que conlleva, o, como se dice ahora, para ser resilientes. México, por ejemplo, tiene un fondo específico de 800 millones, el 0,4 por ciento del PIB.
España acaba de incorporarse a este club de países que se previenen. Por primera vez, en los Presupuestos de 2015 hay una partida de 12 millones, que se destinará a proteger zonas costeras.
Ahora bien, marcar la frontera entre los gastos extraordinarios que ocasionan las inclemencias normales y las inclemencias calentadas no es nada fácil: el coste de reparar el litoral cantábrico tras los temporales del invierno pasado ascendió a 35 millones, un 18 por ciento menos de lo previsto originalmente.
De acuerdo con la ONU, si sumamos el gasto global en prevención y en adaptación a las inclemencias, fenómenos extremos inclusive, el monto anual asciende a 350.000 millones.
Contabilidad de gases de efecto invernadero
Al objeto de evitar esos astronómicos daños hay que establecer un acuerdo climático vinculante de escala global, que limite los gases de efecto invernadero. Ahora bien, a la hora de fijar ese límite, es imprescindible saber cuántos gases podemos seguir emitiendo, es decir, cuál es el margen de actuación del que disponemos antes de superar el fatídico umbral de los dos grados centígrados. En la jerga climática internacional a este colchón se le conoce como el presupuesto de carbono.
El hombre viene alterando la composición de la atmósfera con los gases de efecto invernadero desde que comenzase la revolución industrial en la Inglaterra del siglo XVIII. El principal de estos gases es el anhídrido carbónico (CO2), pero hay otros, como el metano, los óxidos de nitrógeno o los clorofluorocarbonos; seis de ellos están contemplados por el Protocolo de Kioto.
Los dos tercios de todos esos gases tienen su origen en la explotación de los combustibles fósiles -carbón, gas y petróleo- y el resto corresponde a la agricultura y la ganadería y a otras actividades.
De acuerdo con los cálculos del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático -Ipcc por sus siglas en inglés-, el presupuesto de carbono desde los niveles preindustriales hasta que se llegue al nivel que aumente los dos grados centígrados asciende a 3.670 gigatoneladas -cada gigatonelada equivale a 1.000 millones de toneladas- de gases.
Como la humanidad, durante los últimos dos siglos y pico de mundo industrializado, ya ha emitido 2.900 gigatoneladas de CO2, el presupuesto de carbono restante es inferior a las 1.000 gigatoneladas.
Pero... ¿Cuánto tiempo queda?
Más allá de ese número concreto, lo interesante es conocer el plazo temporal en el que ese límite se puede alcanzar y el esfuerzo de reducción que hay que hacer para no superarlo. Los escenarios de futuro elaborados por el Ipcc indican que el clima seguirá relativamente igual que hasta ahora durante las próximos dos o tres décadas, por el volumen de gases ya emitido y por la imposibilidad de cambiar bruscamente la tendencia actual.
Hoy por hoy se emiten anualmente unas 54 gigatoneladas de gases, de modo que, para no superar el límite de los dos grados, en 2025 las emisiones deberían ser un 4 por ciento inferiores, en 2030 un 14 por ciento inferiores y en 2050 un 40 por ciento inferiores.
Los escenarios planteados por el Ipcc arrojan un incremento de las temperaturas que podría llegar a superar los cinco grados, pero el mayor consenso científico está en que, de seguir la tendencia actual, alcanzará los 3,5 grados al final de siglo. Este es el escenario seguido por el JRC en su referido informe sobre el futuro impacto económico en la UE.
Inversiones millonarias en cualquier caso
Al igual que no actuar para prevenir el calentamiento tiene un coste inmenso, sí actuar también conlleva un coste, y de ahí las reticencias de los gobiernos a aplicar medidas ahora. Políticamente es mucho más fácil dejar que las generaciones que vengan detrás tengan que pagar; a fin de cuentas, la gente que aún no ha nacido no puede votar, ni, llegado el caso, tomar las calles y rebelarse porque el precio de los combustibles se dispara para internalizar unos costes ambientales que ahora se externalizan.
De hecho, las ayudas públicas a los combustibles fósiles están impidiendo que las tecnologías limpias ganen cuota de mercado. En Arabia Saudí, el gasto adicional de un vehículo el doble de eficiente que la media actual tarda en recuperarse unos 16 años gracias al ahorro en combustible, pero tardaría sólo tres años si la gasolina no estuviera subvencionada.
Cierto es que en los últimos tiempos, a raíz de la presión ejercida a través de los medios de comunicación por científicos, grupos ecologistas, sectores económicos afectados y gentes de buena voluntad, los gobiernos empiezan a tomarse en serio el calentamiento, pero tampoco todo lo serio que sería de ley. Buen ejemplo es el acuerdo al que han llegado EEUU y China, los dos mayores contaminadores, para reducir sus emisiones.
Acuerdo de EEUU y China para limitar sus emisiones
Obama ha declarado que EE UU bajará en 2030 entre un 26 y un 28 por ciento las emisiones en relación a los niveles de 2005, lo que supone doblar el objetivo de reducción actual, que coincide con la tendencia, del 17 por ciento para 2020. Sin embargo, es un compromiso débil porque no cuenta con el apoyo del Partido Republicano, que controla las dos cámaras legislativas del país, lo que impide adoptar la legislación que lo materialice, al menos durante los próximos años.
Y respecto a China, que se ha comprometido a frenar sus emisiones a partir de 2030, sin especificar más, tampoco supone un avance, porque, de acuerdo con la Agencia Internacional de la Energía, su tendencia actual es que por esas mismas fechas debería de empezar a reducir su consumo de carbón, el principal generador de emisiones de CO2. Alguna estimación hay sobre la evolución de las emisiones de China que augura su estabilización para 2025.
El mucho ruido y pocas nueces también ha llegado a la UE, cansada de predicar en el desierto. Poco antes que EE UU y China, anunció su compromiso de reducir un 40 por ciento las emisiones en 2030 en relación a los niveles de 1990, pero sin aprobar medidas vinculantes para los 28 que permitan alcanzarlo.
Los científicos dicen que el año que viene en París debe firmarse un acuerdo internacional sobre las reducciones de CO2 si no queremos morirnos de vergüenza al mirar a nuestros hijos y nietos.