Luz verde al primer programa estatal de prevención de residuos
Un hogar medio podría ahorrar unos 1.500 euros anuales con un buen sistema de prevención de residuos, al tiempo que se evitarían 600 kg de desperdicios
Es raro que los envases de lo que compramos para el hogar puedan volver a usarse, pero es muy frecuente en la hostelería -se reutilizan más de la mitad de los barriles y botellas de cerveza- o en la distribución comercial, donde el 80 por ciento de los embalajes para el transporte de productos frescos se usa varias veces.
La reutilización es una forma de prevenir los residuos, como también lo es innovar o modificar el diseño de un artículo para que genere menos desperdicios, o responsabilizar a los fabricantes de la recogida de sus productos cuando éstos lleguen al final de la vida útil.
En las opciones de gestión de los residuos hay un principio de jerarquía general. Siguiendo su orden, la prevención es la mejor opción, seguida por la preparación para la reutilización. Después está el reciclado y otras formas de valorizar los residuos, como darles un uso energético. Y al final de la cadena, el vertedero y la eliminación en general.
La prevención es la primera prioridad de la política de residuos de la UE porque es la opción ambiental y económicamente más sostenible. Y aunque haya socios comunitarios que han conseguido reciclar hasta un 80 por ciento de sus desperdicios, en Europa se generan al año 2.700 millones de toneladas de residuos, de los que 90 millones son peligrosos. Más de la mitad de la basura municipal acaba en vertederos o se incinera.
Así, pues, con la idea de que el mejor residuo es el que no se genera, la Directiva Marco de Residuos de la UE obliga a los Estados miembro a elaborar programas estatales de prevención. España aprobó el suyo, dentro del plazo establecido, a finales de diciembre. Tiene como objetivo reducir un 10 por ciento los residuos que se generen en 2020 en relación con los generados en 2010.
Un 42,7 por ciento de los residuos de un hogar medio son orgánicos. Se pueden aprovechar para hacer compost -con notable éxito si se hace de un modo comunitario a escala local-, pero también se puede actuar para que se reduzca la cantidad de comida que tiramos a la basura.
Hace poco, la Comisión Europea desveló que se desperdician hasta la mitad de los alimentos de consumo, convirtiéndose en residuos, con el consiguiente impacto ambiental y económico.
El despilfarro alimentario se da en toda la cadena de producción, distribución y consumo, ya sea por descartes -los productos no dan la talla mínima-, requisitos de caducidad o mala planificación de la cesta de la compra.
En este caso, unas buenas medidas de prevención de residuos -incluidas en el programa aprobado- son el fomento de la concienciación ciudadana, la difusión de buenas prácticas entre los agentes implicados, la articulación de los excedentes a los bancos de alimentos y la revisión de la normativa de etiquetado, para que se indique tanto la fecha límite de venta de los productos como su fecha límite de consumo.
El resto de la basura doméstica se reparte en envases, papel y cartón, vidrio y muchos otros residuos de la vida cotidiana, que, en total, suman sólo un 17 por ciento de los 137 millones de toneladas de residuos que se generan anualmente en España.
Los hogares, de hecho, son el tercer sector económico en cuanto a la generación de residuos, tras la minería y la cantería, por un lado, y la construcción y la demolición, por otro; detrás de los hogares están los servicios, la industria y la agricultura, la silvicultura, la pesca y la acuicultura.
El Programa de Prevención, al igual que con el despilfarro alimentario, debe actuar en toda la cadena productiva para minimizar el desperdicio:
Actuaciones en tres frentes
El primer frente son las condiciones del marco de referencia, donde es clave el fomento de la innovación, para obtener tecnologías y productos más limpios, junto con una buena normativa y una buena planificación. Igualmente importante es la aplicación de una fiscalidad y otras medidas económicas que premien el uso eficiente de los recursos, como la modulación de las tasas de basura en función de su cantidad y de su separación.
El segundo frente está en las fases de diseño, producción y distribución de los productos. Hay medidas que dan resultado, como la formación y capacitación de los agentes implicados, la introducción de etiquetas y certificados ecológicos, o la suscripción de acuerdos voluntarios.
Lo sucedido con las bolsas de plástico es un buen ejemplo de acuerdo voluntario: desde que en 2010 el sector de la distribución decidiera dejar de regalarlas, el consumo se ha reducido un tercio, aunque todavía genera 70.000 toneladas de residuos no biodegradables al año.
El tercer frente es la fase de consumo y uso. La concienciación de la población es básica, con campañas, jornadas, seminarios y otros eventos que promocionen la reutilización y el consumo responsable.
Otra medida eficaz afecta a la Administración, que, siempre ejemplarizante, podría incorporar criterios de prevención de residuos en sus compras, de la misma manera que ya dispone de planes de Contratación Pública Verde con exigencias ambientales.
En general, la prevención tendría un impacto económico muy positivo, que notarían directamente las familias. Un reciente estudio de la Generalitat de Cataluña indica que la adopción de hábitos sencillos puede suponer un ahorro anual cercano a los 1.500 euros por hogar, al tiempo que se evitan 600 kilogramos de desechos.
Las voces críticas han señalado que este primer Programa Estatal de Prevención de Residuos 2014-2020 no tiene fondos asociados -las actuaciones previstas "estarán sujetas a las disponibilidades presupuestarias"-, y, filosóficamente, que los planteamientos chocan con un modelo económico consumista donde florecen prácticas como la obsolescencia programada.