Política

El polvorín de Podemos: por qué se la juega en Cataluña con su enésimo cisma interno

  • En poco tiempo Podemos ha tenido que vivir varias rupturas internas
<i>El líder de Podemos, Pablo Iglesias, y el ya exlíder de Podem, Dante Fachín. Foto: EFE</i>

Borja Ventura

La elasticidad en política es una cualidad muy cara de ver. Incluso los terrenos más flexibles acaban desgarrándose en contextos de crecimiento repentino. Y es lo que le sucede a Podemos, una formación de crecimiento vertiginoso que en muy poco tiempo ha tenido que vivir no pocas rupturas internas. Es como un adolescente que crece de pronto y ve que su pantalón favorito se le rompe con cada movimiento: el muslo aquí, la ingle allá y el bajo a media canilla. Pero aquí no ceden costuras: ceden ideas, y miembros. Dimiten ocho miembros del Consejo Ciudadano de Podem tras la dimisión de Fachin.

Casi en cada región, la formación morada ha vivido una guerra más o menos velada. En Andalucía supuso un pequeño trauma que fueran los anticapitalistas quienes controlaran el aparato. En Euskadi se acabó descabezando a los precursores de la formación para que asumieran el mando otros dirigentes. En Madrid hubo un conato de rebelión que acabó teniendo ecos nacionales, con el traumático desplazamiento de Íñigo Errejón y el exilio voluntario de Carolina Bescansa. En Galicia costó un esfuerzo decidir quién decidía, sacrificándose hasta la marca. Y ahora en Cataluña se ha forzado al líder regional a apartarse por su posición respecto al debate soberanista. Es un resumen apresurado, porque hay muchos más casos.

Sin embargo, de cada pequeño trauma en Podemos han sido capaces de sacar una pequeña ventaja. No le viene mal a Podemos mostrarse mucho más a la izquierda del PSOE en Andalucía, ni tener una dupla tan fuerte como Errejón y Carmena para presentar batalla por Madrid, ni ha salido mal la jugada de las Mareas gallegas o de Podemos Euskadi vistos los resultados de ambas candidaturas en las pasadas autonómicas y municipales.

Pero en política la imagen lo es todo, y Podemos ofrece la sensación de crisis permanente. Apenas hay líderes regionales con los que Pablo Iglesias no haya tenido enfrentamientos, lo que implica que se perciba al máximo responsable del partido como un personaje con excesivo celo personalista, poco amigo de las discrepancias e incluso autoritario.

Pero Podemos no es un adolescente único en su especie. Es un mal común de los partidos de izquierdas ser poco flexibles. Mientras las formaciones conservadoras se muestran más disciplinadas e integradoras, las de izquierda pierden más tiempo en guerras civiles por cada matiz. Así las cosas Ciudadanos, un partido con un crecimiento tan repentino como el de Podemos -aunque ni mucho menos tan pronunciado- ha sido capaz de crecer de forma menos traumática: salvo alguna escaramuza en la Comunidad Valenciana, y alguna pequeña controversia municipal, no hay guerras, ni conatos de discusiones.

El caso catalán es, sin embargo, paradigmático. La salida de Albano Dante Fachín de Podem por sus posturas cercanas al independentismo ha sido bautizada por algunos medios como 'el 155 de Podemos', trazando un doloroso paralelismo basado en una intervención desde Madrid para aplacar una opción política que debilita a la formación en otros escenarios. No es distinta en ese sentido a otras guerras anteriores, pero sí sirve para romper una tendencia: la convivencia con el soberanismo gallego y -hasta ahora- catalán daba alas a sus confluencias, y la ruptura de ese escenario arroja no pocas dudas sobre su futura base municipal y autonómica.

Pero esta crisis con Fachín va más allá. La tensión nacionalista es una oportunidad política sin precedentes para los de Pablo Iglesias, porque sirve para abrir el gran debate que promueve la formación: la renovación de la Constitución del '78 y de cierta ordenación jurídica de la época -como la ley electoral-. Así pues, el juego de equilibrios de la formación a ese respecto son muy delicados.

Así, el debate independentista ha vivido escenarios totalmente enfrentados tanto dentro de la formación como dentro de la coalición CSQP, y 'els comuns': mientras Fachín apoyaba el independentismo, Colau se mantenía neutral y Coscubiela se mostraba contrario. Y de tanto estirar, las costuras saltaron.

La importancia estratégica de Cataluña, por tanto, es clave para Podemos. De su postura en la región no sólo depende el futuro de su granero electoral en un territorio muy disputado, sino también su argumentario en otras zonas. Es el caso del debate nacional, donde la reforma constitucional puede encajar bien pero el independentismo no. Pero también es el caso de Euskadi, donde Podemos es la fuerza más votada en las generales, y combate contra dos nacionalismos distintos: uno conservador moderado como el PNV, y otro de izquierda y radical como EH Bildu.

Podemos, además, tiene una ventaja clave respecto a sus rivales socialistas: pueden pactar con nacionalistas, promover una reforma Constitucional y oponerse a la aplicación del artículo 155 sin que les afecte -más bien al contrario-. Ellos no son un partido 'del sistema', y por tanto no tienen que actuar así. Y por eso precisamente deben ser aún más cuidados a la hora de gestionar sus equilibrios... sin que eso suponga que puedan dirimir continuas guerras internas sin que les acabe pasando factura.