Política

De Hollande al miedo al terrorista: JFK, Carrero Blanco y otros magnicidios

    François Hollande. <i>Foto: Archivo.</I>


    "¿Y si hubiera sido un terrorista en vez de un reportero?". La pregunta, surgida tras el escándalo de la supuesta infidelidad de François Hollande con la actriz Julie Gayet, martillea en la conciencia pública de Francia, que se interroga sobre la seguridad del presidente de la V República.

    Hollande (Partido Socialista), actual pareja de la periodista Valérie Trierweiler, "no está bien protegido", denuncia el paparazzo Sébastien Valiela. Durante varias semanas, este fotógrafo de la Agencia Eyewitness alquiló un apartamento frente al número 20 de la parisina Rue du Cirque, a escasos metros del Elíseo y escenario de estos encuentros furtivos. Los servicios de seguridad, comandados por Sophie Hatt, ni detectaron al molesto voyeur (que acabaría publicando las evidencias en la revista Closer) ni investigaron el piso desde donde activaba el obturador.

    "Llegaba al edificio en una moto, con un solo guardaespaldas, sin un vehículo de apoyo detrás", ha descrito en RTL. "Todas las noches, sin apenas protección, le tenía al alcance de mi objetivo. Desde mi ventana hubiera podido atentar contra el presidente con gran facilidad". ¿Y si en lugar de una cámara hubiera sido un fusil de mira telescópica, qué hubiera pasado? El fantasma del magnicidio se asoma ahora al otro lado de los Pirineos, que aún recuerda los tres atentados frustrados contra Charles de Gaulle entre 1945 y 1962.

    Magnicidios y más magnicidios

    "Muerte violenta dada a persona muy importante por su cargo o poder", según la Real Academia Española, este termino remite etimológicamente al verbo latino caedere ("matar, cortar"). Desde el Tu quoque, Brute, filii mei! del romano Julio Cesar (44 a.C.), la Historia ha estado repleta de estos crímenes.

    Así, se ha asesinado a adalides de la protesta pacífica (Mahatma Gandhi, 1948), líderes raciales (Martin Luther King, 1968), tiranos, reyes, nobles, zares y hasta artistas (como a John Lennon, en 1980). Incluso se ha intentado matar a papas, la última vez a Juan Pablo II, en 1981 (aunque se frustró la tentativa).

    Con bombas, pistolas y fusiles, con venenos mortales (un intento contra el nazi Adolf Hitler no tuvo éxito en 1944), y hasta con piolets de montaña (así murió Trosky en 1948, a manos del estalinista Ramón Mercader), las herramientas que han usado los magnicidas -de una u otra tendencia política, ideológica y religiosa- para cometer sus fechorías han sido diversas.

    Algunos casos, como el asesinato del archiduque austriaco Francisco Fernando en Saravejo, en 1914, desencadenaron conflictos bélicos (en concreto, la I Guerra Mundial).

    Cinco casos españoles

    España tampoco se libra de este mal y, en concreto, Madrid se erige como lugar del delito predilecto.

    En el siglo XIX, el general Juan Prim y Prat murió de un trabucazo (1870), mientras que el liberal Antonio Cánovas del Castillo perdió la vida en un balneario de Guipúzcoa a manos de un anarquista italiano.

    El manto del luto tuvo que cubrir el siglo XX en otras tres ocasiones: en 1912, un balazo segaba la vida del regeneracionista José Canalejas mientras miraba el escaparate de una librería en la madrileña Puerta del Sol; y, en 1921, perdía la vida el conservador Eduardo Dato, tercer presidente de gobierno español asesinado tras Canalejas y Prim.

    El último de estos magnicidios fue el que más repercusión tuvo. El 20 de diciembre de 1973, y con Francisco Franco ya enfermo, la banda terrorista ETA dinamitaba y hacía volar por los aires el automóvil del almirante Luis Carrero Blanco, el delfín del dictador.

    La muerte, en directo

    Los avances tecnológicos han hecho posible que, de vez en cuando, estos magnicidios puedan ser captados por el objetivo de una cámara, ya sea de fotos o de televisión. Así, la muerte de John F. Kennedy, el crimen de este tipo por antonomasia, quedó grabada en la retina de toda una época.

    El 22 de noviembre de 1963 un francotirador acabó con la vida de Kennedy en Dallas. Era el cuarto asesinato de un presidente de EEUU, tras los atentados contra Abraham Lincoln, James A. Garfield y William McKinley. Además, otros seis mandatarios sufrieron ataques, pero consiguieron salir indemnes.

    Esta tendencia criminal no sólo se circunscribe a Europa y Estados Unidos. Como muestra un botón: el 6 de octubre de 1981, el presidente de Egipto, Anwar el-Sadat, fue abatido a tiros por cuatro uniformados mientras él asistía a un desfile militar.

    De Asia nos llegan las imágenes más sobrecogedoras de un magnicidio, el del socialista japonés Inejirō Asanuma. El 12 de octubre de 1960, el militante de extrema derecha Otoya Yamaguchi le acuchilló con una katana, en medio de un acto con un rival político. La televisión emitía ese debate en directo, en el que supondría el antecedente más brutal de la muerte de JFK.