Política
Los peregrinos chiitas se encaminan a Kerbala, una ciudad santa
"No tenemos miedo a los atentados", afirma Um Aya, que viaja acompañada por su familia, durante una pausa cerca de Hilla.
Hace cuatro días salieron de Diwaniya. Y desde entonces están caminando.
"Cada año desde la caída del regimen, dudábamos en ir a pie a Kerbala (110 km al sur de Bagdad). Pero este año, decidimos hacerlo", dice con una sonrisa que ilumina su cara, aunque no consigue ocultar el cansancio acumulado.
Banderas negras y verdes, niños en los brazos o acompañados de discapacitados en sillas de ruedas, cientos de miles de files se dirigen a Kerbala desde todos los rincones de Irak para celebrar la fiesta del "Arbain" o "de los 40 días", que marca el cuadragésimo día después de la muerte de imán Hussein, una de las figuras más respetadas del chiismo, que murió justamente en el campo de batalla de Kerbala.
"Todos los días emprendemos la marcha hacia las 06H00 locales (03H00 GMT) y nos detenemos cada 30 km para descansar", explica Um Aya, mientras protege a su bebé del fresco del amanecer con su amplia túnica negra que le cubre hasta la cabeza.
Mientras tanto los hombres, que esperan recibir la gracia de Dios, distribuyen té caliente y una colación a los fieles, que descansan en tiendas de campaña sobre las cuales han colocado banderas verdes con la efigie del iman Husein.
El domingo, en una de esas paradas para descansar, un kamikaze no dudó en hacer estallar su carga. Entró en una tienda de campaña en Iskandariya, a unos kilómetros de aquí, y se hizo estallar a la hora del almuerzo, matando a unas 50 personas.
"Es cierto que hay atentados, pero ir a Kerbala es un deber para nosotros, como chiitas", asegura Um Aya, cuya voz queda cubierta por los gritos de fervor a la gloria del imán Mahdi, el último de los imanes chiitas que según la tradición reapareció para establecer una sociedad musulmana justa.
"Oh nuestro Mahdi, vuelve a la Tierra para nuestro infortunio", repiten varios jóvenes en sus oraciones mientras se golpean el pecho con la mano.
Naím Obaíss, un ingeniero de 47 años, salió de Numaiya, a más de 200 km de Kerbala, junto a su amigo Ahmed con un simple bastón de madera en la mano y sandalias en sus pies, que a esta altura ya están cubiertas de barro.
El imán Husein, muerto por la dinestía sunita de los Omeyas en el año 680, "sufrió mucho y debemos sufrir como él", explica Naím. "¿Los atentados? Usted sabe, un día u otro la muerte nos encontrará a todos", asegura en un tono irremediablemente fatalista.
Todos recuerdan las épocas en que las peregrinaciones chiitas estaban prohibidas por el ex presidente sunita Sadam Husein.
Desde el derrocamiento de su regimen, en 2003, nada parece frenar el fervor religioso de la comunidad chiita, mayoritaria en Irak, y reprimida durante décadas.
"Con Sadam quienes iban a Kerbala morían o se les disparaba en las piernas para que no pudieran caminar más", recuerda Husein Hamad, que va caminado solito a sus 74 años. "Hoy, el amor de Husein guía nuestros pasos y ya nada puede impedirnos ir a rezar allí", añade.
Al acercarse a la ciudad santa de Kerbala, la multitud se hace más compacta y los cánticos más apasionados, aunque todavía deberán pasar el imponente dispositivo de seguridad.
A 22 km de las puertas de la ciudad, la policía y el ejército iraquíes revisan a todo el mundo y confiscan sus armas.
"Hasta ahora, todo ha ido bien", asegura Basem Abdel Husein, un sargento de policía. "Hemos establecido seis cordones de seguridad alrededor de la ciudad y controlamos todas las carreteras y los campamentos", agrega.
"Nadie puede filtrarse en el dispositivo", asegura su colega, el comisario Aqil Hamza.
Pronto empieza a escucharse el eco de los tambores. Es la llegada a Kerbala.
Ante los ojos aparecen la cúpula dorada y las luces rojas del mausoleo del imán Husein. Fin del viaje para unos peregrinos que volcarán su inmensa devoción en las celebraciones, que el jueves alcanzarán su paroxismo.
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