Política
Análisis: Puede no haber primarias
El PSOE exhibe las elecciones primarias como una prueba fehaciente de democracia interna y tiene razón, pero no todos los socialistas aplauden este procedimiento de selección interna ni -justo es reconocerla- este método es el único verdaderamente democrático.
En esta ocasión, Alfonso Guerra se ha atrevido a cuestionar una vez más -su posición es conocida- la institución de las primarias, que a su juicio es una mala copia del modelo norteamericano, posible allí por la homogeneidad de la sociedad de aquel gran país pero difícil de implantar aquí por la mayor heterogeneidad de nuestro electorado.
Y aunque la mayoría de los socialistas del aparato no se atreva a hablar con esta claridad, lo cierto es que la experiencia acopiada por el PSOE no ha sido precisamente positiva.
El relevo en la secretaría general
Como es conocido, las primarias se instituyeron en el XXXIV Congreso Federal del PSOE de 1997, en el que se produjo el relevo de Felipe González por Joaquín Almunia al frente de la Secretaría General, recuperando así una vieja práctica de la II República que fue suspendida por la Guerra Civil (hasta 1936, los candidatos en cualquier proceso electoral, hasta los representantes socialistas en organismos públicos, eran designados directamente por los militantes). En abril de abril de 1998, mediante primarias, el ex ministro José Borrell se impuso al candidato del aparato y secretario general del partido, Joaquín Almunia tras un proceso que provocó un profundo desgarro en el partido.
A partir de entonces, el sistema ha sido utilizado con normalidad desde junio de 1998, cuando los socialistas celebraron un proceso de primarias en todo el territorio nacional para designar a sus candidatos a las autonómicas y municipales del año siguiente. Recientemente, las primarias madrileñas entre Tomás Gómez y la candidata de Ferraz Trinidad Jiménez han sido también cruentas.
Los posibles sucesores
En la hora actual, cuando se ha producido ya la oficialización de la marcha de Zapatero tras las próximas elecciones generales, aparecen consolidados los dos candidatos que se perfilaban durante los últimos meses: el primer vicepresidente y ministro del Interior, Rubalcaba, y la ministra de Defensa, Chacón.
Ante la potencia de ambos pretendientes, y con la sola duda de si Bono acabará cediendo a su ambición, será difícil que haya otros candidatos, que deberían reunir además cerca de 30.000 firmas (el 10% del censo de afiliados). Rubalcaba y Chacón, por su parte, no representan tanto matices ideológicos distintos cuanto generaciones diferentes. Rubalcaba (julio de 1951) es un genuino representante del felipismo, Chacón (marzo 1971) pertenece a la generación siguiente a la de Rodríguez Zapatero.
En estas circunstancias y si no se producen nuevas incorporaciones a la competición, la confrontación podría ser innecesaria. Difícilmente se podrá pensar que Rubalcaba representa al futuro del PSOE, aunque sea evidente que podría obtener mejor resultado que Chacón en las generales. No es difícil obtener de este razonamiento una idea de complementariedad que apunta al tándem Rubalcaba-Chacón. El brillante Rubalcaba sería el encargado de afrontar la difícil prueba de las urnas, contando con que para entonces la ciudadanía tenga ya elementos para vislumbrar el principio de la recuperación económica, llevando como número dos a Chacón, con el compromiso explícito de traspasarle luego el testigo en un congreso ordinario, en el que también Rodríguez Zapatero declinaría la secretaría general. Tal fórmula evitaría las 'primarias' y facilitaría al PSOE una transición nada sencilla en un modelo político tan personalista como el nuestro.
Ésta es, resumidamente, la situación. Ahora habrá que ver si quienes han de poner en marcha los procesos son capaces de acomodar las legítimas ambiciones personales al interés de partido y, en última instancia, al interés general.