La pelea por la primacía de la izquierda
Borja Ventura
Tres meses costó a Pablo Iglesias articular una marca que logró cinco escaños en las últimas elecciones europeas e inició el ascenso político más rápido visto en España desde la Transición. Y un año le llevó pasar de acariciar el primer puesto en los sondeos a derrumbarse hasta la cuarta posición.
En medio ha habido de todo, pero una cosa destaca sobre las demás: la izquierda, que parecía reunirse para repuntar como una marea que iba a engullir el bipartidismo, está a estas alturas más dividida de lo que ha estado nunca.
El punto de inflexión entre el despegue y el descenso se dio hace un año, en el acto fundacional de Podemos como marca política. Aquello no fue un mítin, sino un acto de fuerza: eran los recién llegados, pero se atrevieron a convocar a sus simpatizantes nada menos que en Vistalegre, el eterno feudo socialista. El gesto pareció tener un doble mensaje: por una parte no tenían miedo a intentar llenar un espacio de enorme aforo (algo de lo que muchos partidos huyen en los últimos tiempos ante la desmovilización de los suyos), y por otra se reivindicaban como la izquierda contra esa otra izquierda, la de los socialistas, que huía del lugar donde antes celebraban sus poblados aquelarres.
Entonces todo iba rodado. Pablo Iglesias era requerido en los platós porque su sola presencia levantaba la audiencia, lo que a su vez contribuía a aumentar la exposición mediática de su formación y afianzar su progreso en los sondeos. En pleno 'subidón', cuando mejor pintaba todo, supieron además tener la cabeza fría: llegaban las elecciones autonómicas y municipales, pero sabían que no tenían estructura ni capilaridad suficiente como para poder controlar las candidaturas necesarias, así que hicieron de la necesidad virtud y se sacaron de la manga la fórmula de las candidaturas populares.
La fórmula funcionó tan bien que les llevó a gobernar en Madrid, Barcelona, Zaragoza, A Coruña y Cádiz, además de emerger como contrapesos políticos en Andalucía, Asturias o Navarra. Izquierda Unida se desangraba, lenta como había sido para reaccionar a lo que se venía encima, y ni siquiera el discurso sosegado y magnético de Alberto Garzón lo remediaba. El PSOE se deshacía en guerras internas tras las traumáticas primarias de unos meses atrás. Formaciones como Equo, Anova, Compromís o Iniciativa aceptaban de una u otra forma unir fuerzas de cara al futuro apuntalando el crecimiento de esa izquierda a la izquierda.
Y justo ahí, cuando menos cabía esperarlo, empezó la guerra de la izquierda. Precisamente porque a Podemos la fórmula les funcionó tan bien que se vieron superados por ella: no eran candidaturas apadrinadas por ellos, sino que fueron listas que ganaron tanto poder que exigieron a Podemos repetir la fórmula para las generales. E Iglesias se negó.
El secretario general de Podemos dejó de frecuentar los platós al tiempo que el partido empezó a acusar la presión de los medios contrarios. La forma en que se llevaron a cabo procesos de primarias internas no gustaron a los críticos de dentro, y los enemigos de fuera aprovecharon para hacer daño. La formación intentó enseñar otras caras, como Carolina Bescansa o Luis Alegre, para diversificar y al mismo tiempo quitar el foco sobre su líder. Mientras, otra figura política carismática de muy distinto signo, Albert Rivera, comenzaba a convertirse en el nuevo 'niño bonito' de los medios.
Llegó el momento del paso final, el acuerdo que tenía que unificar a todos a la izquierda del PSOE bajo una misma enseña, pero no funcionó. Alberto Garzón propuso repetir la fórmula que Podemos hizo en las municipales, creando una marca para albergar a todos, pero Iglesias exigió que fuera bajo sus siglas. Garzón entonces, y huyendo del ruido de sables que ha acompañado a Izquierda Unida en los últimos meses, anunció que presentaría una lista como candidato en Ahora en Común, ese teórico paraguas de la izquierda al que Podemos no quiso arrimarse. Y arrasó.
Ahí terminó de romperse todo. El partido que arrasaba empezó a derrumbarse, y el candidato que languidecía empezó a quedar como el que había hecho el esfuerzo por buscar el acuerdo. Iglesias además recibió la negativa de Ahora Madrid y la carismática Manuela Carmena, pero al menos sí tuvo el apoyo con reservas de Ada Colau y Barcelona en Comú. El daño, pese a ello, ya estaba hecho.
En esta especie de guerra civil, la izquierda ha acabado por atomizarse. Podemos ha logrado sumar -además de a la citada Ada Colau- a Equo -cuyo líder, Juantxo Uralde, es cabeza de lista en una circunscripción vasca mientras otros, como Inés Sabanés, están en Ahora en Común-, Iniciativa ccon quienes ya concurrió en las elecciones catalanas sin demasiado éxito y cuyo exeurodiputado Raül Romeva prefirió unirse a la lista de Mas- o Anova -del exBNG Xosé Manuel Beiras-.
Mientras, Izquierda Unida, pese a los territorios que le han conquistado, ha logrado retener a la Chunta Aragonesista y a Decide en Común, la formación del exsocialista Alberto Sotillos. Y quedan cartas por repartir en el juego. Por ejemplo, se desconoce el destino de 'La Izquierda', la formación impulsada por Baltasar Garzón y Beatriz Talegón -aunque la exsocialista es cercana a Sotillos- o Izquierda Abierta -formación de Gaspar Llamazares, que parte de IU pero se ha mostrado favorable a una confluencia no liderada por Podemos-.
Con los sondeos en la mano, y aunque el resto de las formaciones acabaran apoyando a Alberto Garzón, nada hace dudar que Podemos tendrá una importante representación en el Congreso y que cualquier otra marca de ese espectro de izquierda será mucho más minoritaria. Sin embargo la herida en la izquierda es tan evidente y la lucha de egos tan marcada que muchos votantes que creían posible una candidatura única con todos esos nombres se han desencantado y, previsiblemente, desmovilizado. Ninguna de las dos plataformas (suponiendo que finalmente haya dos) lograrán un resultado satisfactorio para ellos.
Y mientras la izquierda se aniquila, con formaciones divididas entre dos mares y militantes en uno y otro lugar, los socialistas repuntan. Su discurso es otro, mucho más hacia el centro -dondequiera que eso sea-, incluso haciendo campaña con banderas nacionales y con amagos de participación en frentes antisecesionistas para apaciguar al aparato andaluz.
El PSOE ha sabido huir de la guerra de la izquierda entrando a competir directamente contra sus dos grandes enemigos actuales, el PP y Ciudadanos. Porque el cuarto en discordia, Podemos, parece haberse caído de la batalla final antes de que empezara. Porque no ha sobrevivido a su propia batalla. Al menos, de momento.