El análisis|España será ingobernable si PP y PSOE no se unen para solucionar el problema independentista
La solución del problema catalán depende de que PP y PSOE lo aparten de la rivalidad partidaria y lo conviertan en una cuestión de Estado que requiere grandes dosis de inteligencia y diálogo para encauzarse hacia una salida no traumática y reconciliadora. Si no saben hacerlo, la deriva hacia organizaciones periféricas continuará y la gobernabilidad de España se volverá preocupantemente precaria.
En el Estado, PP y PSOE tienen intereses comunes, pero discrepan en los procedimientos: el PSOE se manifiesta federalista, arrastrado por el PSC, y el PP no quiere oír hablar ni de federalismo ni de reforma constitucional. Esta discrepancia, que demuestra la falta de una acción coordinada, resulta preocupante ya que podría degenerar en una confrontación inadmisible en un asunto tan grave.
La coordinación entre los dos grandes partidos estatales es exigible en este caso. Y su ausencia podría poner en graves dificultades a ambos partidos, que, en la última encuesta de Metroscopia, ya ni siquiera alcanzan el 54% de los votos de este país.ç
Una mercancía política
Aun sin poner en cuestión la sinceridad de las pulsiones soberanistas de algunas fuerzas políticas catalanas, es claro que el independentismo se ha convertido también en mercancía política, con clara y evidente utilidad electoral. Sólo teniendo en cuenta esta evidencia se comprenderán las vacilaciones del discurso de CiU ?una formación acostumbrada a mantener a la vez varios discursos- y de las demás formaciones implicadas en el contencioso.
De entrada, hay que poner de manifiesto que Artur Mas, con inusitada habilidad, conseguirá un portento inédito: su partido, que ha gobernado durante los últimos dos años en Cataluña practicando un brutal ajuste que ha dejado en precario los grandes servicios públicos, en parte por la ola general de austeridad y en parte por la mala gestión de los gobiernos anteriores (la deuda catalana es la mayor de las autonómicas), conseguirá el prodigio de revalidar el gobierno, e incluso puede aspirar a obtener una mayoría absoluta sin que se celebre una verdadera discusión sobre su paso por el poder.
En buena medida, no se juzgará a Mas por la práctica de gobierno, cuando menos opinable, sino por su énfasis soberanista. Dicho de otro modo, se ha aceptado acríticamente la falacia de que Cataluña ha de apretarse el cinturón sólo por el hecho de pertenecer a España, algo que, bien pensado, no debería seducir ni a los más crédulos porque el hecho de que una parte del memorial de agravios sea cierta, no autoriza a digerir toda la demagogia derrochada sobre este asunto.
Así las cosas, la gran disputa catalana en las elecciones de noviembre será singular. Por una parte, el hoy desarbolado PSC podría encontrar la oportunidad de salir del pozo y de ponerse al frente del catalanismo genuino, sin ribetes independentistas, que presumiblemente tiene un gran apoyo.
Por otra parte, es previsible una enconada y sorda confrontación entre CiU, los advenedizos del independentismo, y ERC, los independentistas de toda la vida. No hay que perder de vista que para los políticos provincianos, la expectativa de estar al frente de un Estado nuevo debe ser muy tentadora.
Como es evidente, la propuesta parlamentaria de ERC para que el Estado transfiriera a la Generalitat la convocatoria de referendos se inscribe en esta batalla interna, en la que los republicanos se habrían apoyado un tanto.
El independentismo está también presente en la vida empresarial, a pesar de que, como es evidente, los grandes empresarios huyen por sistema de lo que huela a fragmentación del mercado. De hecho, es clara la campaña contra el presidente de la patronal CEOE por parte de la fracción españolista de la organización, pese a que Rosell, catalán y catalanista, ha calificado claramente de 'disparate' la iniciativa independentista.