Turismo sostenible y low-cost. ¿Son compatibles?
Andrés Martínez Artal
Durante años, el turismo low-cost en España ha estado marcado por percepciones negativas. A menudo, se asocia este modelo con viajeros que "gastan poco" o con un tipo de turismo que "no aporta valor a la economía local". Estas ideas han ido calando tanto en el discurso público como en el sector, relegando al turista de bajo presupuesto a un segundo plano.
En el imaginario colectivo, esta etiqueta se ha llegado a asociar incluso a un turista extranjero que satura las infraestructuras públicas como los centros de salud o el transporte, las playas o las terrazas, además de exhibir comportamientos a veces poco cívicos con los profesionales del sector o causar molestias a sus vecinos de los bloques de viviendas destinados a alquiler vacacional.
Poco antes de Semana Santa, un análisis sobre tendencias de viaje que presentamos a partir de los datos recopilados en nuestra plataforma inspiraba un reportaje publicado en The Sun, donde se recomendaba A Coruña como "la ciudad más asequible de España" y "una joya secreta de Europa" a los más de ocho millones de lectores diarios de este tabloide británico. Y es que Barcelona, uno de los destinos más populares en España, recibe cada semana casi tantos turistas como A Coruña en todo el año.
El debate que suscitó era si un destino considerado low-cost podía aspirar a ser también un destino de calidad. Porque cuando se dice que A Coruña es "barata y una joya", lo que se quiere transmitir es que ofrece una buena relación entre calidad y precio. Y eso invita a una reflexión: ¿es posible un nuevo modelo de turismo low-cost en España?
La inteligencia artificial como palanca de cambio
Los viajeros más digitales tardan horas o incluso días en analizar todas las opciones turísticas con la esperanza de encontrar su viaje ideal. Por ahorrar tiempo, muchos acaban copiando el plan más popular que encuentran en Internet. Por otro lado, el viajero más tradicional continúa optando por paquetes vacacionales prefabricados. Es decir, se termina ofreciendo un "helado de vainilla" a ambos tipos de turista.
Sin embargo, hoy en día, la inteligencia artificial ya posibilita analizar de forma objetiva y casi instantánea miles de opciones ("sabores de helado") desde el prisma de cada turista, o lo que es lo mismo, desde sus preferencias personales. Esto no solo permite al viajero ahorrar dinero, sino también encontrar su viaje ideal con la mejor relación entre calidad y precio.
Esta tecnología se ha convertido en una palanca fundamental que está contribuyendo a que el low-cost deje de interpretarse como una renuncia y sí como el arte de viajar mejor sin gastar de más. Además, las líneas rojas de algunos viajeros, como "viajar únicamente en fin de semana" o "viajar exclusivamente a destinos con aeropuerto", son oportunidades de ahorro para otros que no las contemplan.
Un nuevo turismo low-cost
Desde hace meses, me obsesiona una idea: ¿es posible impulsar en España un turismo low-cost que, al mismo tiempo, sea sostenible? La sostenibilidad no debería ser un lujo reservado solamente a quienes pueden pagar más. Sin embargo, en la práctica, muchas iniciativas responsables acaban derivando en una oferta premium que resulta inaccesible para el turista medio.
Las nuevas generaciones no solo quieren gastar poco, también intentan gastar bien, aunque ello implique programar desplazamientos en temporada baja, elegir destinos menos demandados o compartir transporte. Y, por supuesto, incluir la sostenibilidad en su concepto más amplio.
Para mí, un viaje low-cost en la actualidad puede significar moverme en temporada baja buscando destinos menos populares o del medio rural y con menos aglomeraciones. El viajero saca el máximo partido de la relación entre calidad y precio, además de favorecer la redistribución de los flujos para aliviar la masificación en los destinos tradicionalmente más demandados.
Además, es importante recordar que España cuenta con una de las redes ferroviarias más extensas del mundo. Integra paradas en cientos de municipios pequeños y rurales que no tienen los problemas de masificación de los grandes destinos y están deseando ser descubiertos por el turismo internacional.
Por otro lado, cada vez son más numerosos los profesionales que trabajan con su ordenador portátil desde cualquier parte del mundo. La flexibilidad laboral está en auge. Este contexto facilita el impulso de un nuevo turismo low-cost, capaz de equilibrar calidad, precio y sostenibilidad, no solo desde el punto de vista del medio ambiente, sino también desde el prisma del desarrollo de las economías locales.
Pero quizá no sea low-cost el mejor término para este modelo de turismo que me gustaría se impulsase en España. Pienso en un turismo de temporada baja y con estancias más largas, que dé mayor protagonismo a destinos que hoy son secundarios y esté dirigido al turista low-cost tradicional. Y eso, sin duda, merece una nueva narrativa.
Me viene a la memoria un agente inmobiliario que le dijo a un multimillonario futbolista internacional: "La gente rica no compra muebles en IKEA". A lo que él respondió: "No, pero la gente inteligente sí".