Vientos de la historia
Juan Carlos Giménez-Salinas
Contemplando la incapacidad de Biden para ser el nuevo presidente de EEUU que abrirá las puertas a Trump, el avance de los partidos de derecha nacionalista en Francia, Italia, Hungría y Holanda, debemos reafirmarnos en la existencia del determinismo social e histórico. Vientos de cambio se producen periódicamente y contra ellos no existe poder alguno que los haga cambiar de rumbo.
No cambian ni podrán hacerlo, porque estos cambios de rumbo sociales son producto de las vivencias, avances o retrocesos de las sociedades en cada etapa de sus vidas.
El mundo jamás permanece estable, se producen modificaciones de las reglas imperantes de un modo constante: la evolución de la sociedad ante el desarrollo tecnológico, la migración de enormes masas de personas que desean un futuro mejor, nuevas formas de convivencia, evolución del capitalismo y del socialismo, que dejan atrás, por incapacidad para hacer frente a los problemas actuales, la ideología en la que basaban su desarrollo y con la que convencían a sus seguidores.
Nuevos países y formas de organización social y política aparecen con fuerza en nuestro mundo. Pretenden, a medio plazo lo conseguirán, ocupar el espacio de la nación hegemónica que hasta hoy ha sido EEUU y, con ella, Europa.
Todo ello, nuevo y viejo a la vez. La historia siempre se repite. Otros países, otros lideres, otros pensamientos, otra tecnología, pero el efecto es el mismo, el cambio de lo establecido que comporta el temor de las sociedades por nuevas normas, actitudes. La nostalgia por las viejas tradiciones, por una vida mejor que la actual. El deseo por mantener el poder, las costumbres, el temor de perderlas, de fundirse en una nueva sociedad carente de sus raíces.
Todo ello producto de la pérdida de estatus, de poder, de temor por un futuro incierto que requerirá esfuerzo individual y colectivo que muchos no quieren afrontar.
La sociedad se mueve, cambia, sectores de ella luchan en contra de los avances, no los desean, los temen. Otro sector pretende adaptarse a las nuevas tecnologías, a los nuevos tiempos. Esta lucha entre quienes pretenden permanecer estables y quienes desean profundizar en los avances siempre aparece. Pasada la crispación entre unos y otros, siempre consigue vencer quien adopta el progreso, lo asimila y lo utiliza en su beneficio.
En el mundo occidental estamos viviendo unos momentos en los que prevalece el inmovilismo y la nostalgia por tiempos mejores. No aceptamos que otras sociedades puedan superarnos y los movimientos ideológicos y políticos que consiguen adeptos son aquellos que llamamos de extrema derecha, pero que en realidad son los que defienden la paralización del progreso.
Tienen éxito porque los partidos políticos tradicionales han sido superados por la historia y carecen de ideas para encarar con éxito el futuro.
El futuro inmediato de Occidente es ingrato porque deberá admitir que su prevalencia tecnológica e intelectual será superada por otras sociedades ajenas a sus tradiciones, las que llegan de Oriente. Admitir habitar una sociedad envejecida llevará un tiempo, hasta que nuevas generaciones admitan los cambios como incuestionables y decidan apuntarse al futuro o persistir en un declive imparable.
Es fácil adivinar que antes de aceptar los cambios, vendrán políticos y grupos que pretenderán engañar a sus posible votantes prometiendo una vida mejor si se mantienen sus raíces y cultura.
Cuanto antes sea consciente el ciudadano de que debe ser él quien resuelva su futuro, y no se deje engañar por ideologías, partidos políticos y personas que prometan el nirvana sin fundamento, mejor le irá a nivel personal y también será bueno para la sociedad que le acoja.