La construcción de una economía más inclusiva, justa y ecológica en Europa
Iara Beekma Reis
Madrid,
La transición a una Europa más verde funcionará con las empresas o no funcionará. Ante la crisis social y los retos medioambientales, las empresas tienen un papel clave que desempeñar, que responde además a una demanda creciente impulsada por consumidores, empleados e incluso inversores, todos ellos atentos ahora a la sostenibilidad de los modelos de negocio y al impacto positivo de las empresas en la sociedad. Sin embargo, hoy sólo podemos ver lo mucho que nos queda por hacer para alinear toda la economía europea con nuestros objetivos de sostenibilidad.
No obstante, algunas partes de nuestra economía ofrecen fuertes razones para la esperanza. En todo el continente, decenas de miles de empresas, diversas pero complementarias en sus modelos de negocio, ya están contribuyendo positivamente a los grandes objetivos de transición de la Unión Europea. Estas empresas pioneras varían mucho en tamaño y operan en todos los sectores de la economía. Todas comparten la ambición de combinar el rendimiento económico con un impacto positivo en la sociedad. Innovan en toda la cadena de valor, favorecen la circularidad y los circuitos cortos, promueven la sobriedad y las tecnologías sostenibles y sitúan la equidad y la inclusión en el centro de sus modelos organizativos. Por su propia naturaleza, contribuyen a crear una economía más justa e integradora que respeta los límites del planeta.
Sin embargo, estas empresas siguen enfrentándose a un sistema económico con incentivos perversos que favorece los modelos y prácticas empresariales más nocivos: altos emisiones de carbono, consumo excesivo de recursos, desprecio de los derechos sociales y humanos, colapso de la biodiversidad, contaminación del suelo, etc. Este sistema favorece hoy la deslocalización de la producción y la explotación de la miseria social en detrimento de la protección del medio ambiente y del empleo de calidad en Europa. Este sistema también favorece la sobreproducción y el consumo excesivo de productos de baja calidad en detrimento del "Made in Europe", la economía circular y las cadenas de suministro cortas, y de nuestros objetivos de sobriedad y desarrollo sostenible. Nuestras normas económicas están obsoletas y alejan a nuestra economía de nuestros grandes objetivos de sostenibilidad.
Mientras el sistema actual debilita a estas empresas pioneras, abogamos por incentivos y legislación que defiendan a las empresas pioneras y animen a todo el tejido económico europeo a evolucionar hacia modelos empresariales más sostenibles e inclusivos.
Por desgracia, el contexto es preocupante y no parece avanzar en la dirección de un cambio de paradigma. La Unión Europea sufre una fuerte desaceleración económica y lucha por alcanzar sus objetivos climáticos, de economía circular y de biodiversidad, mientras que el Pacto Verde, que inició la transición de la economía europea, está siendo progresivamente cuestionado por razones puramente políticas en respuesta a la presión de las industrias rezagadas y los lobbies empresariales tradicionales.
Por último, y para empeorar las cosas, el probable ascenso de la extrema derecha en las elecciones europeas representa una gran amenaza para iniciativas progresistas como el Pacto Verde, que ya está encontrando una importante resistencia.
La necesidad de continuar la transición - y, por tanto, de no renunciar al impulso del Pacto Verde - es crucial en más de un sentido.
Renunciar pondría en peligro el desarrollo de empresas impulsadas por el impacto y, por tanto, la prosperidad de esta economía para el bien común.
Renunciar pondría en peligro nuestro avance hacia los objetivos de sostenibilidad de la UE: Europa se quedaría rezagada en su transición hacia una economía más inclusiva, justa y ecológica.
Renunciar favorecería finalmente un enfoque de «todo sigue igual» que se basa en viejos modelos económicos que han demostrado su vulnerabilidad en crisis recientes; por el contrario, el Pacto Verde marcaría el comienzo de un nuevo modelo que haría un uso eficiente de los recursos, sería autónomo, mantendría la cohesión social y, en última instancia, también protegería a las empresas frente a posibles recesiones.
La competencia internacional exige un nuevo modelo de actuación económica justa que respalde el
modelo social europeo. Para evitar el declive de la economía europea, debemos dar prioridad a las empresas que contribuyen al bien común, convirtiéndolas en las piedras angulares de una economía más centrada en el impacto medioambiental y social.
Ha llegado el momento de una nueva economía en la que el impacto positivo ya no se considere una carga, sino un activo para las empresas europeas. Esta es la única manera de restaurar tanto la soberanía como la resiliencia de la Unión Europea, garantizando al mismo tiempo que las empresas respondan a los retos críticos de nuestro tiempo.