Trasvase Tajo-Segura: al enemigo ni agua
Juan Carlos Higueras
Uno de los temas más controvertidos de la historia del pensamiento económico es la determinación del valor de las cosas. Las distintas teorías del valor han servido para diseñar los principios sobre los que se basan diferentes modelos económicos. Así pues, existen teorías objetivas y subjetivas del valor de las cosas que vienen determinadas por factores como el coste de producirlas, la escasez o los derechos de propiedad, entre otros. En un mercado libre, el valor se cuantifica mediante el precio que alguien está dispuesto a pagar mientras que en uno regulado se hace conforme a determinados principios sociales. Según el modelo que se utilice, las consecuencias en el orden político, social y económico son diferentes.
El agua es un bien imprescindible para la vida en la Tierra donde la hidrosfera ocupa tres de cada cuatro partes de la superficie. Es la fuerza motriz de la vida humana y su abundancia es un factor determinante en el desarrollo y localización de actividades económicas. Se dice que no se aprecia el valor del agua hasta que el pozo se seca y la expresión "cerrar el grifo" simboliza acabar con un derroche. Una zona sin agua conlleva despoblación y desaparición de la economía. Al contrario de otros recursos, todos coincidimos en que el agua es un bien común y de todos. Un vaso de agua no se le niega a nadie.
Muchos de nosotros estamos acostumbrados a tener un grifo cerca y poder obtener agua de una forma rápida y barata, aunque es un recurso escaso pues hay muchos lugares del mundo sin agua para sus habitantes, mucho menos para las actividades económicas intensivas en este fluido, como es la agricultura. Y no es necesario que nos vayamos muy lejos porque en España, también somos un país de contrastes en lo que a disponibilidad de agua se refiere. Mientras que en algunas regiones hay abundancia de recursos hídricos, en otras se las ven y se las desean para disponer de unos mínimos.
Ahora se vuelve a poner sobre la mesa la guerra del agua como uno de los posibles ejes de la campaña electoral del 28-M y se hace con restricciones en el trasvase Tajo-Segura que proporciona recursos hídricos para unas regiones agrícolas que producen el 70% de las frutas y hortalizas de nuestro país, sumando más de 29 millones de toneladas de las que se exporta casi la mitad, lo que supone unos 18.000 millones de euros en valor. Es la principal actividad del sector agroalimentario, y somos el primer productor de la UE, con el 26% de cuota y el tercer exportador del mundo tras EEUU y China.
Poca broma porque arriesgamos más de 12.500 millones de euros, nuestra posición en el comercio internacional, miles de puestos de trabajo de asalariados y autónomos mientras aumenta la despoblación de las zonas rurales. Además, aunque aparentemente afecta a los regantes, es probable que termine afectando a los ciudadanos conforme haya mayor sequía o mayores restricciones amparadas en el comodín del cambio climático con el que todo se justifica y un supuesto bien ecológico que puede tener efectos negativos en el medioambiente que se pretende proteger.
Para el citado trasvase, se establece un caudal ecológico, un concepto que es comprensible en el fondo, pero no en la forma. Su elevación podría suponer la caída de la actividad económica con el cierre de explotaciones agrarias, aumento de despidos, el impacto negativo en la balanza comercial y en el ecosistema por la desaparición de miles de árboles ante la falta de riego o el uso excesivo de agua de desaladoras. Además, obligará a los regantes a realizar nuevas inversiones para ahorrar agua y reutilizarla.
Todos coincidimos en el cuidado del medio ambiente como objetivo, pero no en su uso indiscriminado sin informes técnicos ni consenso científico para justificar cualquier decisión política que supone impacto económico y social. Lo peor es que entra en el tablero político la gestión de un bien común y se tensionan las relaciones entre regiones de un mismo país que se ven como enemigas y no como hermanas donde debería primar el concepto de solidaridad en un recurso tan fundamental como el agua y despolitizarlo mediante la creación de una entidad nacional independiente dirigida por tecnócratas.
Muchos expertos demandan un Plan Hidrológico Nacional con un sistema de gestión integral y centralizado que permita diseñar un mecanismo de vasos comunicantes para que el agua llegue a todos los rincones dónde sea necesaria mientras se evitan los daños en los ecosistemas de aquellas zonas donde hay excesiva extracción a la vez que se permite la llegada de agua a zonas con elevados niveles de sequía estructural o coyuntural.
Un sistema de gestión equilibrado que no termina de arrancar y donde cada vez hay más fondos de inversión que esperan elevadas rentabilidades futuras en un negocio que está en plena ebullición, como ya ocurre con el índice NQH2O del NASDAQ donde cotizan los futuros sobre los derechos del agua en California. Son los nuevos "aguatenientes" del siglo XXI que van a convertir el agua en un activo con el que especular. Por si acaso, llenemos las cantimploras.