Opinión

El coste para las empresas de no cuidar de la salud mental


    Anabel Fernández Fornelino

    "La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) han llamado a adoptar medidas concretas para abordar los problemas de salud mental en el entorno laboral. Tiene sentido. Es el lugar físico, después de nuestro hogar, donde pasamos más tiempo y donde se producen buena parte de nuestras interacciones sociales. Un entorno laboral amable donde nos sentimos valorados empuja nuestra autoestima y mejora nuestro bienestar, mientras que un clima inadecuado puede hacernos incluso enfermar, con consecuencias personales y económicas devastadoras.

    Cada 10 de octubre se celebra el Día Mundial de la Salud Mental, pero es necesario que cada día del año tengamos muy presente y reflexionemos sobre el impacto que tiene el cuidado, o más bien el descuido, de la salud mental en el entorno de trabajo y su alcance tanto en los afectados como en el tejido empresarial y en las economías locales así como en la global. También necesitamos pensar cómo vamos a actuar para cultivar unos entornos laborales adecuados y propicios. Es cierto que si miramos para atrás lo que vislumbramos es muy oscuro, venimos de un lugar donde hablar de salud mental en el trabajo era tabú y donde no existían políticas para atajar estas problemáticas porque directamente no se nombraban.

    Durante el estallido de la pandemia de COVID-19, se produjo un punto de inflexión y se aprendieron lecciones muy valiosas, pero no podemos conformarnos. Una vez concienciados necesitamos pasar a la acción. Las áreas de salud y prevención de las empresas se han posicionado estratégicamente, dotándolas de más recursos y relevancia. Sería una pena no aprovechar esta coyuntura para actuar con proactividad para protegernos de otras pandemias, como la depresión.

    Nos enfrentamos a un enemigo silencioso, pero muy destructivo. Y costoso: las consecuencias económicas de descuidar la salud mental de los empleados son inasumibles para cualquier empresa o sociedad. Para hacernos una idea de la magnitud del problema, en 2016 la Organización Internacional del Trabajo estimó el coste de la depresión laboral en Europa en 641.000 millones de euros anuales, una cifra que casi triplica el Producto Interior Bruto de un país europeo como Portugal.

    Un problema de salud mental derivado del trabajo afecta no solo al que lo padece, sino a todo su entorno: la familia, la empresa, la sociedad. Un trastorno como es el estrés puede dar lugar al absentismo laboral (con un impacto claro en la productividad de su empresa y en el clima general) y a costes en materia de sanidad (ya que la persona necesita ser atendida y, quizá, seguir un tratamiento farmacológico). Si la dolencia se cronifica el Estado tendrá que asumir unos gastos en materia de indemnizaciones y subsidios, además de los sanitarios. En la mayoría de los casos, estos costes, que paga toda la sociedad en su conjunto, podrían evitarse con la implantación de una adecuada política de prevención en el lugar de trabajo, que incluya la detección temprana de los casos de malestar para evitar que se desarrollen en patologías como la descrita. Está demostrado: invertir en prevención de salud mental ahorra costes (y sufrimiento) a todas las partes implicadas.

    Las actuaciones en prevención y salud psicosocial no deben valorarse nunca como un gasto, sino como una inversión: la OMS estima que, por cada dólar invertido en el tratamiento y prevención de trastornos mentales comunes, como la depresión y la ansiedad, se obtiene un rendimiento equivalente a 5,20 euros en cuanto a la mejora de la salud y la productividad.

    Los nuevos modelos de trabajo son uno de los grandes retos a la hora de abordar de manera integral el bienestar de los trabajadores y las empresas deben emplearse en proporcionar entornos seguros y saludables sea cual sea el patrón escogido. Aunque, en general, el teletrabajo ha sido acogido con entusiasmo por parte de los trabajadores, no olvidemos que algunos riesgos se han amplificado con su implantación.

    El uso intensivo de las tecnologías de la información y la falta de interacción presencial pueden dar lugar al tecnoestrés y por ello este es más frecuente en entornos remotos o híbridos. Se trata de una patología que provoca un gran malestar psíquico en forma de ansiedad, fatiga o adicción. La buena noticia es que el tecnoestrés puede prevenirse, evitando el daño al trabajador y a la empresa, mediante estrategias de intervención individuales y organizativas, que ayuden a la adaptación de la plantilla a las nuevas maneras de funcionar.

    En todo caso, tanto para prevenir estos riesgos psicosociales como para abordar los nuevos emergentes, es necesario que exista, en primer lugar, una voluntad de cambio, y en segundo lugar, que se pongan en marcha los recursos necesarios para llevarlo a cabo. Además, es vital que se haga con estrategia, es decir, que se mire a medio y largo plazo ya que los problemas de salud mental en el entorno de trabajo, por desgracia, no son una moda sino que requieren de una mirada amplia.

    Respecto a la voluntad de cambio, las empresas deben deshacerse del estigma que impregna a toda la sociedad cuando hablamos de salud mental y realizar un cambio de paradigma que integre estas afecciones como otras más en sus sistemas de prevención de salud y bienestar. En cuanto a los recursos necesarios, estos deben ser suficientes y contar con una gestión eficiente y profesionalizada. Y por último, a nivel de estrategia, no podemos seguir anclados en el cortoplacismo y en los planes improvisados, la prevención de riesgos psicosociales es un camino largo y la mirada debe estar puesta en el medio y el largo plazo.

    Reorganizar el entorno de trabajo para maximizar el bienestar de los trabajadores ahorra sufrimiento y costes. Como empresas y como sociedad debemos deshacernos del estigma e invertir en bienestar ya que sin salud mental no hay trabajo, y sin trabajo no hay riqueza.