Opinión
Opinión: La distribución de la riqueza
Juan Carlos Giménez-Salinas
El modo de repartir la riqueza entre todos los integrantes de una sociedad determinada ha sido uno de los mayores retos de quienes se han dedicado al pensamiento económico en la época moderna. Desde que fue eliminada la esclavitud por las sociedades avanzadas, se ha discutido de qué modo se distribuye la riqueza de un país entre todos sus componentes.
El capitalismo salvaje consideró la mano de obra como elemento necesario pero sustituible, hasta que, derivado de un desequilibrio evidente, aparecieron las huelgas y los sindicatos para intentar equilibrar las fuerzas.
A mitad el siglo XIX, en plena efervescencia del desarrollismo industrial, apareció Marx, quien ideó la teoría de la estatalización de la producción y la desaparición de la propiedad individual y la iniciativa privada.
Con posterioridad a la segunda guerra mundial y ante el fracaso de cuantas teorías económicas y sociales habían aparecido, se desarrolló, por parte de los ideólogos de la social democracia, el actualmente llamado estado del bienestar.
Mediante esta doctrina se pretende que la sociedad se encuentre cubierta de todas las necesidades que precise para conseguir una vida estable. De acuerdo con estas ideas se generó una sanidad pública eficiente, según los medios económicos de cada país, a la que podían acogerse sus ciudadanos sin distinción alguna. Una enseñanza pública, unos ingresos mensuales a quienes se encontraran sin trabajo momentáneamente, ayudas a la maternidad y otras prebendas complementarias, dependiendo de cada país y su potencial económico.
Estos objetivos materiales los cubría y los cubre el Estado distribuyendo el dinero que ingresa por los impuestos que recibe y las actividades que realiza.
Las ayudas sociales derivadas del bienestar social las recibe el ciudadano por el mero hecho de vivir en aquel país, es decir, sin contraprestación alguna por su parte. Esta peculiaridad es buena para la persona que carece de posibilidades de llevar a cabo una actividad laboral o profesional. Por enfermedad, minusvalías, percances familiares y otras. Pero acostumbrar a una sociedad entera, desde la juventud, a que la mayoría de sus problemas se encontrarán resueltos por el mero hecho de vivir en un determinado lugar, adormece el esfuerzo.
La mayoría de las personas siempre se han movido por ilusiones, inquietudes y seguridad. Si el estado del bienestar les asegura todas ellas, las deja inertes para emprender cualquier actividad.
Existe un hilo muy fino para el que es necesario encontrar su equilibrio, entre asegurar por parte del Estado la cobertura de las necesidades de todas las personas incapaces de resolverlas por sí mismas debido a sus carencias, y generalizar estas ayudas a toda la población, ya que la adormece eliminándole cualquier estimulo.
Existe otra cuestión para tener en cuenta y es de qué modo se pagará este gasto social que puede llegar a ser inmenso y desproporcionado, porque cuanto más necesidades cubra el Estado, mayor es el gasto que debe asumir y menores serán las personas que trabajen porque carecerán de estímulos para ello.
Nos imaginamos un mundo feliz en el que toda la población entretiene su ocio mediante juegos inocentes y felices en un ambiente bucólico y despreocupado. Alguien lo pagará y éste alguien algo pedirá a cambio, que nadie se engañe.
Una cuestión derivada de estas ideas aquí vertidas es el hecho de que España es el país europeo con la tasa de paro más alta. Incomprensible. Las empresas dicen que no encuentran personas para cubrir sus puestos de trabajo y deben contratarlas en el extranjero. Hay déficit de médicos y enfermeras, nos faltan jueces, y el campo carece de jornaleros en los momentos álgidos de la cosecha, por ejemplo.
Es indudable que, si somos quienes tenemos más gente en el paro y a la vez quienes necesitamos con urgencia un montón de personas para cubrir nuestras necesidades, algo o mucho, falla.
Una posible solución que se me ocurre es que el trabajo se encontrara mejor retribuido
Una posible solución que se me ocurre es que el trabajo se encontrara mejor retribuido, sea cual fuere. Si hubiera mejores salarios nuestros jóvenes licenciados no se irían a otros países a trabajar. Seguramente el paro disminuiría porque trabajando se cobraría mucho más dinero que el que se recibe del paro. Los jóvenes que ni estudian ni trabajan, a lo mejor preferirían hacer lo uno o lo otro, dadas las mejores expectativas que poseerían en comparación con las que tienen hoy, el pasarse media jornada en el bar y la otra media en el parque público contiguo.
Si el trabajo estuviera mejor retribuido sería un sistema de redistribución de la riqueza, conllevaría un aumento del consumo con el consiguiente beneficio para las empresas y el Estado ingresaría más dinero derivado de los impuestos de todo tipo.
Como comentario final irreverente, no entiendo cómo estas ideas tan sencillas en una sociedad pensante plagada de grandes intelectos como la nuestra, no se hayan implementado. Seguramente estos argumentos deben tener un agujero negro que no alcanzo a ver.