Sesenta años de un cambio económico clave
Juan Velarde Fuertes
El relato no sólo de la historia económica de España, sino de la historia de España, no puede olvidar de ningún modo, el gran cambio producido en el conjunto del mundo tras las II Guerra Mundial, que también alteró, como sucedió en España, la vida española. Y ello tiene una fecha, que conviene conmemorar. Es la de 30 de junio de 1959, momento del envío de un Memorandum al Fondo Monetario Internacional y a la OCYPE, mostrando, de acuerdo con ambas instituciones, de qué manera se iba a desarrollar la economía española en adelante. Y del análisis de este Memorandum se desprende que tenía una originalidad extraordinaria. Por ello, parece obligado tener en cuenta la significación del cambio radical que, a partir de esa fecha, tenía lugar en España. Hasta entonces, el planteamiento de nuestra política económica estaba basado, fundamentalmente, en la creencia de la extraordinaria importancia de la industrialización, motivada por el fuerte auge que habían tenido las economías de los países industriales. Y para eso, como se partía de una realidad ajena a esa gran revolución había sido preciso, para acercarse a los países ya industriales, buscar puntos de apoyo. A estos se les dio el nombre de medidas de acción educativa, esto es, había que aprender de ellos, imitándoles en lo posible a través de barreras arancelarias y otras dificultades para que no existiese competencia exterior que perjudicase las actividades nacientes de algo radicalmente nuevo para España.
Pero además de esto, España había experimentado una crisis económica considerable. Por una parte, la generada por la Guerra Civil, pero cuando concluyó esta apareció la II Guerra Mundial, que acentuaba la crisis económica mundial por doquier, y que desde luego no ahorraba a España. Para salir a flote en aquella tormenta, además de acentuar la protección frente a productos extranjeros, y no llegar a comprar productos a ninguna potencia si estas no aceptaban importar productos excedentes, normalmente agrarios, españoles. Todo esto culminó gracias a un mensaje producido por un ingeniero y economista rumano, Manoilescu. Se convirtió en un apóstol de la industrialización en su país tras la I Guerra Mundial, y sus estudios y análisis pasaron a difundirse por toda Europa. Hubo traducciones al francés y al inglés, y los economistas pasaron a tenerlo en cuenta, por el impacto que generaba en las políticas económicas, aunque no ahorraron críticas muy duras. Entre sus visitas por Europa, Manoilescu no dejó hacerlo por Madrid, muy poco antes de nuestra Guerra Civil.
La II Guerra Mundial llegó a España en plena crisis económica tras la Guerra Civil
El modelo de Manoilescu era, en primer lugar, el de aceptación del proteccionismo industrial español que se había acentuado a través de medidas iniciadas por Cánovas del Castillo, por Maura, por Cambó y, por supuesto, por Indalecio Prieto, y que se consolidaban además con puntos de vista intervencionistas ligados a ingenieros, que, en caso de España, habían abandonado aquella tradición librecambrista que en el siglo XIX se había albergado en los mensajes de las Escuelas Técnicas españolas. Fue el momento en que ese mensaje cristalizó en los Areilza, los Robert, y los Suanzes. La idea era la de controlar, por parte del sector público, la actividad industrial, siguiendo el ejemplo, por supuesto dado por Manoilescu, pero que también tenía rasgos originales en Italia, para salir de la crisis de 1930 y en Alemania para el esfuerzo orientado hacia la preparación bélica de la Herman Göring Gesellschaft. Por ejemplo, en la orientación de Larraz vinculada al nacimiento del Instituto Nacional de Industria, estaba el modelo italiano, pero se impuso Suanzes y triunfó el modelo alemán.
No se puede olvidar que estos mensajes tenían un complemento de tipo social, y pretendían mejorar situaciones de amplios grupos. Eran los tiempos en que se difundía, mil veces de forma muy poco rigurosa, lo que en 1936 se había señalado por Keynes en su Teoría General: había creencia en las ventajas del gasto público, con fines productivos, pero también sociales. Manoilescu intentó superar estas tensiones a través de un planteamiento que encaja con el proteccionismo: el corporativismo del mundo empresarial, del mundo laboral y todo armonizado por la intervención del Estado. Pero para conseguir esto comprendió que era necesario, simultáneamente, la existencia constitucional y política de un partido único que fuese el que se encargase de este encaje general, pero sin olvidar el proteccionismo básico para aprender a ser industrial. La solución que ofrecía el programa de Manoilescu pasó a ser, en líneas generales, como ocurrió en otros países europeos, aceptado como el modelo adecuado para España. Todo esto se apoyaba en España con la insistencia de una Banca mixta que había sido creada de forma evidente por Cambó, y que acentuaba el grado de monopolio de la actividad industrial con todas las consecuencias derivadas para el proceso de distribución de la renta. La conmoción originada por la Guerra Civil -en España es clara: en 1935 el PIB, en millones de euros en 2010, había sido de 4.093; en 1940, era sólo de 3.362 millones de euros 2010. Pero, además, desde 1939 tenía lugar la II Guerra Mundial, que, como ya he señalado, acentuaba el derrumbamiento de la economía de Europa, esencial para España, más el problema de la expansión económica soviética, triunfante en el conflicto, que en el caso de España, hasta el inicio de la Guerra Fría, motivó la aparición de conflictos sociales, e incluso de una cierta acción guerrillera, que intentó mantenerse con la propaganda de Radio España Independiente, que proclamaba tener una "estación pirenaica", pero se encontraban en la Rumanía comunista.
Ante ese panorama, ¿tenía sentido abandonar todos estos planteamientos señalados? Daba la impresión de que había que continuar por el camino tradicional. Pero no opinaba lo mismo todo un amplio conjunto de economistas que se agruparon, a partir de 1944, en la entonces denominada Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad de Madrid. Y estos profesores, por un lado, no tuvieron freno alguno para criticar con fuerza el panorama existente, y para recomendar medidas concretas de alteración. Todos ellos indicaban que era preciso liquidar, radicalmente, ese conjunto de complementos nacidos con el proteccionismo. Por ejemplo, Perpiñá Grau señalaba que eso no era más que crear una autarquía lamentable; Valentín Andrés Álvarez, señaló en sus clases, como se recoge en su libro "Introducción a la Economía Política. Apuntes" (Ediciones Guía –era la editora del SEU-, 1944) que aquello, como se analizaba en la teoría de la competencia monopolística, no provocaba más que desastres, incluso con presencia del Estado como se intentaba en la llamada "economía nacional sindicalista". Basta ver las páginas 62-64 de esa obra para contemplar una feroz crítica de ese aspecto del modelo existente. Pero además, Manuel de Torres en clase desarrollaba como base de sus explicaciones sobre la Teoría del Comercio Internacional, la obra de Haberler, que recogía las críticas durísimas de Viner a Manoilescu. Olariaga, en sus cursos de Teoría Monetaria criticaba con extraordinaria dureza las pretensiones, que se suelen llamar sociokeynesianas derivadas del gasto público. Todos ellos, admiraban a Stackelberg sobre la necesidad de que el mercado libre fuese el que, fundamentalmente, rigiese el conjunto de la actividad económica. Stackelberg había venido a España, con motivo de la conjura de Canalis contra Hitler, para orientar, si triunfaba ésta, la política económica alemana en la forzosa realidad pacífica que se crearía.
Simultáneamente, como consecuencia del avance de la macroeconomía con la llegada de profesores que habían estudiado en Inglaterra y en Estados Unidos, se planteó por parte de Valentín Andrés Álvarez en el Instituto de Estudios Políticos, y Manuel de Torres en el Ministerio de Hacienda, y muy pronto con el añadido de Sardá, en el Banco de España, de disponer de modelos macroeconómicos de suma perfección.
Este impulso crítico, que los modelos macroeconómicos mostraban sobre la política económica hasta entonces existente, culminó, cuando Manuel de Torres, en una conferencia hipercrítica, señaló cómo la decisión del ministro de trabajo Girón, de aumentar fuertemente los salarios generaba con rapidez un empeoramiento en la distribución de la renta, con lo que al cabo de poco tiempo nada habían conseguido los trabajadores, o incluso habían empeorado. Los trabajos estadísticos de Alcaide mucho contribuían a dejar claro todo esto, y no se puede olvidar, dentro de las opiniones de los recién graduados, las de un Fabián Estapé, ampliando los senderos de Torres, o en la misma dirección, los trabajos de Carlos Muñoz Linares, que procedente de la New School for Social Research neoyorquina había pasado a Madrid. Y tampoco es posible dejar a un lado a Fuentes Quintana y numerosos economistas recién graduados. Se agrupaban en multitud de instituciones. No olvidemos el papel que tuvo entonces la Sección de Economía del diario "Arriba", donde colectivamente desarrollaban exámenes hipercríticos de la política económica.
El gran cambio vino con la creación de una nueva política monetaria y la globalización
Ese alud de ideas es lo que generó que, iniciada la Guerra Fría y eliminada la posibilidad de mantener la neutralidad de nuevo ante el conflicto que avanzaba, España decidiese aceptar su entrada en él. Esto había tenido lugar en 1953, lo que produjo, por un lado, la llegada de ayuda norteamericana, pero simultáneamente la inserción entonces en el Fondo Monetario Internacional, en el Banco Mundial y en las nacientes organizaciones europeas vinculadas con Estados Unidos, desde la OECE a la OCYPE.
Este conjunto de circunstancias, intelectuales, políticas, internacionales se encuentran en los cimientos de una radical política económica nueva. A partir del 30 de junio de 1959 España dejó de aceptar tener una economía nacional, y pasó a aceptar incrustarse en un mundo globalizado, desde el punto de vista, además, del ámbito comunitario. Pero si eso se consolidaba, era evidente que generaría un cambio extraordinariamente favorable. Era el que tuvo lugar hace exactamente 60 años.