Opinión
El proteccionismo, una amenaza evidente para España
Juan Velarde
Madrid,
España, en el año 1957, cambió su modelo básico de política económica muy a fondo. Se remontaba éste a 1874, y al Gobierno de Cánovas del Castillo. No iba a ser alterado esencialmente desde el reinado de Alfonso XII, hasta los gobiernos de Franco, pasando por la Regencia de María Cristina, por todo el reinado de Alfonso XIII y por la etapa de la II República. Pero a partir de 1957, aquella política española, fundamentalmente proteccionista, de cierre cada vez más amplio ante la competencia de bienes y servicios exteriores, se alteró esencialmente, dejando de ser España un país muy cerrado y escasamente exportador.
Esta política, con orígenes basados en las doctrinas, primero de Federico List, y después ampliadas y realizadas, tras la I Guerra Mundial por Manoilescu, buscaba que la economía española, al no tener competencia de otros países, acabara creciendo con fuerza y, además, que la balanza comercial tuviera un saldo positivo.
Parecía, por ende, que se empujaba en ese sentido, porque el proteccionismo, desde Lincoln en Estados Unidos, a Bismarck en Alemania, había planteado algo análogo en el siglo XIX. Se olvidaba en España, con ello, aquella frase del célebre economista Cobden, pronunciada en un acto en Madrid, donde señaló que "si España opta por la apertura, quien la promueva, hará más por el futuro de su país que Colón descubriendo América". Varias presiones regionales, encabezadas por Cataluña y pronto seguida por el País Vasco y Asturias, defendieron el proteccionismo que pronto fue secundado por la búsqueda, en el interior de España, de otro relacionado con su proyección sobre el cereal.
Pero la II Guerra Mundial y, derivaciones de la Guerra Fría, junto con el peso de economistas muy importantes, lucharon contra ese nacionalismo económico, movimiento de reforma secundado por tres políticos europeos, los católicos Adenauer, Schuman y De Gásperi.
Estados Unidos apoyaba, entonces, esa nueva línea española. La aparición de las Naciones Unidas y sus derivaciones, lo acentuó. Los acuerdos de Bretton Woods lo consolidaban. Instituciones como el GATT o la OECE ratificaban esta línea. Simultáneamente, en España, los economistas serios la apoyaban. Torres, por ejemplo, criticó el proteccionismo, señalando que producía "autofagia". Señaló, en este sentido, que, por ejemplo, la protección a Altos Hornos de Vizcaya, a Duro Felguera y, en general a la siderurgia, provocaba la existencia de un acero inexportable, pero además, para su producción, se eliminaban las posibilidades de exportación del mineral de hierro, todo lo cual generaba déficit comercial.
Ahora, en cambio, somos exportadores. Según datos de Eurostat, difundidos el 12 de marzo de 2018, las exportaciones españolas de bienes y servicios, en porcentaje del PIB, supusieron en España el 34,1 por ciento; en el Reino Unido, esa magnitud era el 30,3 por ciento; en Francia el 29,8 por ciento; y en Italia el 31,3 por ciento. La España proteccionista de 1874 a 1957, o sea en 83 años, multiplicó su PIB por tres. De 1957 a 2017, o sea en 60 años, el PIB se multiplicó por 7,7. Y esta realidad continúa ahora mismo. Ha sido una transformación verdaderamente espectacular y acompañada, como vemos ahora, de un equilibrio en el saldo de la balanza exterior por cuenta corriente.
Pero he ahí que la ruptura de esa liberalización, además universal, ha pasado en muchos países por derivaciones de la crisis subprime. El profesor Requiejo ha señalado con claridad esta cuestión, en su obra Economía Mundial, en las páginas 364-367 de su cuarta edición (2017). Puntualiza cómo el proteccionismo naciente, al estar ligado a actividades industriales, vinculadas a transferencias tecnológicas y de capitales, a varios países, para fabricaciones conjuntas, se encuentran en la raíz de auténticas catástrofes coyunturales. Por ejemplo, dentro de este marco, la exportación de automóviles de España, que depende de la importación de multitud de elementos fabricados en otros países y que se montan en las fábricas españolas, puede esfumarse, y así sucesivamente. La amenaza, sin embargo, se aumenta día tras día. No solo por parte de Estados Unidos, sino en Europa por nacionalismos. Recordemos, no ya el Brexit, sino también los populismos nacionalistas en auge en todo el continente, y también en políticas subyacentes, a través de medidas administrativas. En Francia son clarísimas, pero también en Polonia.
¿Vuelve a crecer el mundo de la protección vinculado a fronteras na-cionales? La amenaza para el modelo español es evidente. Creo que debemos empezar a pensar, por las noticias que nos llegan, que nuestra actual realidad puede convertirse, desgraciadamente, en aquella explicada así por el demonio en El alguacil endemoniado de Quevedo: "Más diablos son unos para otros, que nosotros mismos".