Opinión

Italia no es un 'campo de refugiados'

    Imagen: Dreamstime

    Marcos Suárez Sipmann

    Una relativa calma sustituye en Bruselas el pánico provocado por el flamante Gobierno antisistema italiano. La UE sugiere una disminución progresiva de la deuda pública, en torno a los 2,3 billones de euros. El primer ministro Giuseppe Conte afirmó además que no se evitarán "las inversiones públicas en infraestructuras que son parte de nuestro programa", lo que se entiende como un estímulo a las inversiones y a la creación de empleo. Y será difícil mantener las promesas de desproporcionada expansión fiscal.

    No obstante, la incertidumbre continúa por la promesa de "cambios radicales". La eurozona y la inmigración siguen en jaque. Sobre todo, la segunda cuestión. Conte ha dejado claro que luchará para acabar con "el negocio de la inmigración", asumiendo la línea dura de su ministro del Interior.

    El número de solicitantes de asilo y migrantes en Italia ha disminuido en un 75 por ciento en comparación con el año anterior. En lo que llevamos de año, 13.000 personas han llegado en barco, en especial desde Libia. Los acuerdos con este país, el aumento de los controles fronterizos y la consiguiente disuasión muestran el efecto esperado por la UE e Italia. Las agencias de ayuda para solicitantes de asilo y refugiados en Roma cuentan con que el número continúe disminuyendo.

    A pesar de esto, el Gobierno populista sigue actuando como si hubiera una "invasión", como insiste el titular de Interior de extrema derecha, Matteo Salvini. Si bien es cierto que alrededor de 700.000 solicitantes de asilo e inmigrantes vinieron a Italia en los últimos cinco años, no está claro si 500.000 siguen viviendo de forma ilegal en la península itálica, como sostiene el nuevo Ejecutivo. A muchas de estas personas se les ha reconocido el derecho de asilo. Y un gran número se ha trasladado a Francia, Alemania o a otros lugares de la UE. El "problema", inflado por los populistas, es cada vez más pequeño.

    Italia no es un "campo de refugiados de Europa", según ha afirmado el líder de la Liga Norte, más xenófoba que su socio de coalición el M5E. El anuncio del ministro del Interior de que los "ilegales" deben hacer las maletas probablemente tendrá poco efecto.

    Habrá, eso sí, algunas acciones de deportación simbólicas, para que la xenófoba Liga pueda jactarse de haber cumplido sus promesas. El refuerzo de las deportaciones ya era el objetivo del antiguo Gobierno italiano; las autoridades llevaron a cabo 6.500 el año pasado. Ahora, Salvini quiere deshacerse de 500.000 personas más. Para esto, y después de encontrarlos, tendría que construir enormes campos de deportación, buscar países de acogida y, en último término, recaudar más de 2.000 millones solo para el transporte.

    Los críticos consideran a Salvini un racista oportunista. Pero el nuevo mi-nistro se defiende diciendo que el "único antídoto contra el racismo es el control, regulación y limitación de la inmigración". Su mensaje cala entre los que se encuentran agobiados por el desempleo, en particular en el sur, y los que temen por su seguridad. Salvini suele denunciar rápidamente en las redes sociales supuestos crímenes cometidos por inmigrantes. Lo cierto es que, según las propias cifras del Ministerio del Interior, la tasa de criminalidad ha bajado en Italia en la última década, a pesar de que subiera el número de extranjeros llegando al país.

    Los populistas celebrarán como su propia victoria lo que son los frutos de la anterior política de asilo en la UE. Desde hace tres años, los ministros del Interior de la Unión han abogado por el aislamiento y la disuasión, primero en las fronteras turco-griegas y luego por mar a Italia.

    Mostrar hostilidad hacia los solicitantes de asilo y los migrantes se ha vuelto cada vez más aceptable en el seno de la sociedad italiana. Y ello a pesar de que a menudo son explotados como jornaleros baratos en el sur del país. Y la violencia contra los migrantes está aumentando.

    Hay acuerdo entre los ministros responsables de la UE en que Italia y Grecia, como principales países de primera entrada, tienen una carga desproporcionada. Sin embargo, el intento de establecer un sistema de redistribución vinculante de solicitantes a gran escala a otros Estados miembros ha fracasado.

    Está bloqueado por Gobiernos intransigentes en Hungría y Polonia. Les acompaña en su postura de rechazo el Gobierno populista de derecha de Austria.

    Por si fuera poco, los populistas italianos obstaculizan aún más el debate sobre el asilo en Europa. Quieren renunciar al principio de que el país de la primera entrada sea responsable, la llamada regla de Dublín. Salvini quiere imponer un sistema de distribución permanente para todas las llegadas. Será complicado conciliar estos dos enfoques tan dispares.