Opinión

Erdogan y sus 'elecciones exprés'

  • Hay riesgo de bancarrotas a nivel empresarial y particular
Recep Tayyipp Erdogan, presidente de Turquía./Reuters

Marcos Suárez Sipmann

El 24 de junio Turquía acudirá a votar por primera vez al Presidente y el Parlamento en una misma jornada. Se las ha bautizado como "elecciones instantáneas". Son comicios históricos al introducir el sistema presidencialista -aprobado en referéndum- concentrando los poderes ejecutivo, legislativo y judicial en la persona de Recep Tayyip Erdogan. Pero paradójicamente estas elecciones se celebran porque Erdogan se encuentra debilitado.

A falta de un mes, Erdogan se encuentra bajo una fuerte presión. Se debe en buena medida a la situación económica. Erdogan decidió adelantar las elecciones (fecha inicial noviembre de 2019) porque el ejecutivo prevé que la economía del país "no va a ir bien". Sería más acertado calificar la situación de desastrosa. Pese a mostrar durante 2017 un vigoroso crecimiento del 7,4 por ciento esto no refleja el estado real de la economía turca.

Una porción esencial de ese incremento se basa en el consumo interno. Esto incluye tanto los grandes proyectos estatales de obras públicas como los gastos de empresas y particulares; todo financiado con créditos. La lira turca ha perdido valor de forma continuada. Un problema muy grave para un país que importa más de lo que exporta.

El desempleo es alto. La tasa de inflación duplica la meta trazada por el banco central que debería subir los intereses para frenar la caída de la moneda. No solo no lo hace sino que recibe presiones de Erdogan para bajarlos. El mandatario afirma que si gana los comicios aumentará el control sobre la entidad. Si con ello intenta tranquilizar a empresas y familias empobrecidas, está al mismo tiempo enviando un mensaje fatídico a los mercados de capitales.

La caída de la lira pone en aprietos a las grandes empresas que se han endeudado en moneda extranjera. También las empresas más pequeñas y los hogares se ven afectados, porque una moneda nacional débil fomenta la inflación en un país dependiente de las importaciones. En la actualidad se eleva a casi un 11 por ciento.

Turquía necesita capital extranjero para mantener el crecimiento basado en el consumo. La confianza de los inversores se desvanece. No están dispuestos a seguir prestando dinero al país en las mismas condiciones. Los intereses de los bonos estatales turcos han subido a niveles récord. La agencia de rating S&P rebajó la calificación de Turquía a "BB-". Moody's ya la había rebajado en marzo.

El margen de maniobra a nivel estatal, empresarial y ciudadano es limitado. La consecuencia, previsible y conocida. Erdogan arremete contra todos para hacerse fuerte en el ámbito interno. Echa mano del famoso enemigo externo empeñado en dañar al pueblo turco.

El problema esta vez es más arduo. Existe un riesgo real de que se produzcan insolvencias y bancarrotas a nivel empresarial y particular. Si la lira turca se sigue devaluando, el capital extranjero podría abandonar el país en estampida. Algo que ni siquiera puede impedirse mediante controles de flujo de capital.

Para su política exterior, Erdogan ansía un papel de potencia en una región cada vez más conflictiva. Su ejército controla territorios en Siria e Irak y construye bases en Qatar, Somalia y Sudán. Buscará vías para fundamentar relaciones adecuadas en un espíritu de alianza con EEUU, "superando los problemas experimentados". Washington y Ankara, ambos miembros de la OTAN, han protagonizado desde hace dos años enfrentamientos diplomáticos tanto por sus posturas divergentes en la guerra civil siria como por la pretensión de que EEUU extradite al predicador islamista Fethullah Gülen, antiguo aliado y ahora archienemigo de Erdogan.

Ankara ha condenado el traslado de la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén así como la intervención israelí contra las manifestaciones en Gaza en protesta por el gesto estadounidense. Erdogan calificó a Israel de "estado terrorista", al que acusó de "genocidio", achacando parte de la culpa a Washington.

El presidente ofrece desarrollar "aun más las ya buenas relaciones con Rusia", al tiempo que reafirma su defensa de la integridad territorial de Ucrania y de la seguridad de los tártaros de Crimea, una minoría de habla turca.

Y, en un nuevo cambio de actitud ante la Unión Europea, promete reforzar las relaciones con Bruselas, como elemento del programa electoral de su partido, el islamista Justicia y Desarrollo que recoge la adhesión a la UE como objetivo estratégico. En cualquier caso, Erdogan no lo considera una alternativa a otras relaciones sino un "complemento".

Erdogan se fortalece en su país que va camino de convertirse en una república superpresidencialista, si no lo es ya. Sin embargo, en lo referido al futuro de la economía y las relaciones diplomáticas su cometido se presenta bastante más complejo.