Opinión

Las navidades que caminamos todos en el mismo sentido

  • La ciudad sale a la calle para devorar la vida urbana y comercial
  • La economía depende de la buena marcha de campañas especiales
<i>La calle Preciados, una de las más concurridas de Madrid. Foto: Getty</i>

Víctor Arribas

La vida diaria de una gran ciudad se mide con la felicidad y el optimismo de sus habitantes. Ese termómetro no suele fallar y si marca elevados índices de satisfacción, la marcha de la urbe será próspera y productiva. Los madrileños pueden presumir de ser moderadamente optimistas, felices en su desarrollo vital diario y luchadores, sobre todo por el sacrificio con el que levantan cada día un edificio colectivo admirable. Así ha sido desde hace cinco siglos, y así sigue siendo en la actualidad.

Pero Madrid tiene problemas. Desde hace casi 30 años reclama al Estado una ley especial que compense los perjuicios de ser capital. Su financiación debe tener una consideración que la distinga del resto de grandes ciudades españolas porque ninguna de ellas sufre las consecuencias negativas de la capitalidad. Todos los equipos de gobierno municipales desde los años 90 han reclamado esa consideración que el alcalde Ruiz Gallardón logró solo en parte, porque la reforma legal que arrancó a Rodríguez Zapatero no comportaba un plus de financiación para atender a sus gastos especiales.

Estas fiestas navideñas que tenemos ya encima, la ciudad sale a la calle para devorar la vida urbana, comercial, de ocio y cultural. Un verdadero placer humanista que es el alma de las grandes urbes como Nueva York, París, Roma, Barcelona... Las aglomeraciones son en estas fechas otro hándicap añadido a las consecuencias negativas de la capitalidad, pero con su espíritu ciudadano los habitantes de Madrid siempre han sabido llevarlo con buen ánimo y talante amable. La economía de la ciudad, del país entero, depende de la buena marcha de campañas especiales como la de estas fiestas.

Por primera vez, el Ayuntamiento de la capital ha adoptado medidas insospechadas hasta ahora para regular esa avalancha humana que, en las calles peatonales del centro, se convierte en marea difícil de controlar. Nadie niega la buena intención de esa obligación de caminar todos en el mismo sentido en la calle Preciados. Pero la sensación que causa una imposición como esta al ciudadano, cercana a la limitación de libertades fundamentales como la de moverse a su libre albedrío, no beneficia la imagen de una urbe que compite con las más importantes en la captación del turismo y las divisas.

Es fácil la comparación de esta normativa del sentido obligatorio para caminar con parábolas vaticinadas por grandes pensadores de la Historia. La pregunta es si es exagerado echar mano de Orwell y su 1984, o de King Vidor y su emblemática imagen de The Crowd en la que un atribulado ciudadano rompía el caminar uniforme de la masa y comenzaba a caminar en sentido contrario.

Pero el sentido positivo de los ciudadanos de esta ciudad parece haber encajado la obligación con buen humor incluso. No es muy distinto de esto lo que a uno le ocurre en determinados centros comerciales que te obligan a entrar por una puerta, a recorrer todas sus secciones sin poder dar marcha atrás, y a salir casi marcando el paso por una irremisible puerta de salida a la libertad. Ya vemos que la obsesión por controlar el movimiento de la gente npo es exclusiva de los poderes públicos...

Le rebelión del individuo frente a estos recortes constantes de su voluntad es la mejor contestación a la uniformidad que se trata de instaurar. La nueva normativa madrileña de las navidades es solo un detalle más que no debe pasar inadvertido.