Opinión

¿Recomprar acciones o devolver favores?


    Jim O'Neill

    Cuando el primer ministro británico, David Cameron, me pidió que encabezara una comisión de estudio del problema de la resistencia antimicrobiana lo último que imaginaba era que aceptar el puesto me llevaría a cuestionar una de las herramientas más populares para la gestión financiera corporativa: las recompras de acciones.

    El problema de la resistencia antimicrobiana es serio. Si no se atiende podría ser responsable en 2050 de la muerte de unos 10 millones de personas por año, más de las que actualmente se mueren de cáncer, junto con un demoledor daño económico de 100.000 millones de dólares. Afortunadamente, sin embargo, hay mucho que podemos hacer para mitigar la amenaza, siempre que contemos con los recursos adecuados.

    Un camino importante que se puede emprender es el desarrollo de nuevos medicamentos. En un documento de próxima publicación, la Revisión sobre Resistencia Antimicrobiana, estima que introducir nuevos medicamentos de este tipo en el mercado y mejorar su administración costará unos 25.000 millones de dólares -una suma importante, pero que palidece en comparación con los costos para la sociedad si el problema no se controla-. Es también aproximadamente lo que dos de las principales compañías farmacéuticas del mundo gastarán este año en recomprar sus propias acciones.

    Si bien la revisión todavía tiene que ofrecer recomendaciones para financiar el desarrollo de nuevos medicamentos, me parece claro que está perfectamente dentro de la capacidad de la industria farmacéutica el contribuir. Un argumento común que formulan las compañías farmacéuticas es que necesitan que se les garantice una recompensa si han de invertir en desarrollar medicamentos que improbablemente ofrezcan el tipo de retornos que pueden proporcionar otras inversiones. La única manera segura de garantizar el desarrollo de medicamentos, sostiene el argumento, es permitir que los precios aumenten hasta que la demanda equipare a la oferta.

    Y, sin embargo, existe una buena razón por la cual la industria farmacéutica puede y debe jugar un papel importante a la hora de financiar algo como un fondo de innovación común para ofrecer financiación a una investigación inicial de la solución del problema de la resistencia antimicrobiana. Y esa razón es algo con lo que me familiaricé durante mis años en Goldman Sachs: el interés propio bien entendido.

    Seis años después del estallido de la crisis financiera global se sigue responsabilizando a la industria bancaria por la catástrofe. Y, en consecuencia, los bancos se ven afectados por restricciones regulatorias que limitan algunos aspectos de su negocio. Sospecho que si la industria hubiera demostrado un mayor liderazgo en algunas cuestiones -por ejemplo, un pago a la cúpula ejecutiva excesivo- hoy estarían en un entorno mucho más favorable. Lo mismo es válido para la industria farmacéutica. Las recompras de acciones a veces pueden ser legítimas, pero en algunas ocasiones no parecen estar justificadas -especialmente, cuando se las considera desde el punto de vista del interés propio bien entendido-. En diciembre, el gigante farmacéutico Merck gastó 8.400 millones de dólares para comprar Cubist Pharmaceuticals, un fabricante de medicamentos con sede en Massachusetts que se especializa en combatir la bacteria Staphylococcus Aureus (MRSA) resistente a la penicilina, y a muchos tipos de antibióticos.

    A principios de marzo -menos de tres meses después de la adquisición-, Merck anunció que cerraría la unidad de investigación inicial de Cubist, despidiendo a unos 120 empleados y quizá cercenando sus esfuerzos por introducir nuevos medicamentos en la línea de producción. Tres semanas después, Merck anunció que invertiría otros 10.000 millones de dólares para recomprar algunas de sus acciones. Es difícil para un observador externo no trazar una conexión entre las dos decisiones.

    Por supuesto, las recompras dudosas no se limitan a la industria farmacéutica. Apple es otro buen ejemplo. Los últimos resultados de ventas trimestrales de la compañía demuestran que la empresa se ha convertido en algo más que una firma tecnológica; ahora es una marca importante de consumo de la clase media china. En el lapso de un año China probablemente se convierta en un mercado más grande para sus productos que Estados Unidos.

    Y aun así, más sorprendente incluso que esta confirmación de la importancia todavía creciente de las economías BRIC (Brasil, Rusia, India y China), es el tamaño del programa de recompra que Apple está llevando a cabo actualmente. En abril, la compañía anunció que había autorizado que se utilizaran otros 50.000 millones de dólares para la recompra de acciones, llevando el total a 140.000 millones de dólares.

    Como se produce en un momento en que la industria de la tecnología está, cada vez más, bajo un escrutinio importante en el mundo desarrollado en tanto los Gobiernos tienen que lidiar con una escasez de presupuesto y un aumento de la deuda, ésta me parece una decisión cuestionable. La capacidad de las compañías de minimizar su carga impositiva global, impulsando a la vez sus ingresos por acción a través de las recompras-en algunos casos financiadas con deuda, no me parece una tendencia estable. Cuando las empresas son incapaces de identificar áreas de investigación e inversión que ayuden a sus empresas (y empleados y clientes), estarían en una situación mejor si devolvieran los ahorros a los accionistas en forma de dividendos más elevados que si autorizan recompras de acciones. O, mejor aún, en un mundo confrontado con una serie de problemas -desde el cambio climático hasta la resistencia antimicrobiana- los líderes de la industria deberían empezar a preguntarse de qué manera pueden contribuir a evitar las crisis del futuro.