Opinión

Por qué Rajoy y Tsipras se fuman un puro



    Dicen que el Palacio de la Moncloa envuelve a sus inquilinos, que acaban perdiendo la sensibilidad por los problemas de la calle. Zapatero negó la crisis durante meses y Rajoy se obstina en no reconocer el nefasto veredicto salido de los comicios autonómicos y municipales.

    Un estudio en elaboración por elEconomista muestra que si trasladamos los resultados de las municipales y autonómicas a las generales, se requeriría el acuerdo de al menos cinco partidos políticos para alcanzar la mayoría absoluta en el Congreso. Y lo peor es que sólo se podría lograr mediante la agrupación de formaciones de izquierda, porque la suma de los escaños de PP más Ciudadanos se queda a más de 50 diputados de la mayoría absoluta.

    Después de la "incuestionable" derrota del pasado 24-M, el entorno del presidente le convenció de que debía emprender una profunda remodelación. La idea era fortalecer con personas de confianza las cúpulas directivas, tanto del partido como del Gobierno.

    En el PP optó por su jefe de Gabinete, Jorge Moragas, manteniendo en la secretaría general a Cospedal, dada la dificultad de celebrar una congreso extraordinario antes de noviembre. En el Ejecutivo se pensó en un superministro encargado de propagar a los cuatro vientos las excelencias de la economía. Los dos nombres en liza fueron los de José Manuel Soria y José Manuel García-Margallo. Sobre todo el primero. Una opción más radical era quitar a Cristóbal Montoro, uno de los ministros peor valorados y que hace meses trasladó al presidente su deseo de dejar la política, cansado de enfrentarse con los barones autonómicos y con los alcaldes, que le culpan de su derrota. Pero Rajoy actuó como buen gallego, en principio asintió y luego se echó atrás. "Lo que funciona, no se cambia", señala el presidente, que está "satisfecho de cómo van las cosas".

    El razonamiento es válido tanto para su equipo económico como para la vicepresidenta. Soraya Sáenz de Santamaría tiene una imagen excelente en la opinión pública, pero las peleas por el control de las teles privadas, las riñas permanentes con Cospedal y el distanciamiento con los ministros del G-8 la alejaron de Rajoy.

    Paradójicamente, Santamaría, quien encabeza la corriente crítica, que exige una renovación a fondo del PP para ganar las próximas elecciones, acabó pidiendo árnica para que todo siga igual.

    Rajoy se replegó porque tiene un grave problema: no puede tocar a la vieja guardia sin provocar una hecatombe que se lleve por delante a todo el PP, incluido a él mismo. El sumario de las cuentas B es una bomba de relojería a punto de estallar. El juzgado número 5 de la Audiencia Nacional, dirigido por el magistrado José de la Mata, dejó a finales de mayo el caso listo para la apertura de juicio. El dinero utilizado para pagar sobresueldos a cargos públicos del PP en las anteriores legislaturas procedían de los 7,5 millones recaudados entre empresarios, en su mayoría de la construcción, según el sumario.

    El Juzgado no ha podido acreditar que uno de los perceptores de estos sobresueldos como ministro y alto cargo del PP sería el propio Rajoy. Pero hay muchos colaboradores y empleados del partido que están en el secreto de las presuntas irregularidades. Una información, de momento, reservada, que mantiene maniatado al presidente para acometer las reformas que debería.

    En estas circunstancias, a Rajoy sólo le queda la opción de vender los logros económicos e intentar que la recuperación llegue a la calle. El Gobierno aprovechará la buena marcha de los ingresos fiscales para lanzar un plan gigantesco de gasto público, que incluye mejora de las pensiones (uno de los colectivos más numerosos), incremento y recuperación de las pagas de los funcionarios, rebaja adicional de impuestos, etc. "Hay que meterle el dinero en el bolsillo a la gente, para que valore nuestra gestión", claman en el partido.

    El otro foco de atención informativo está en Grecia. La democracia más antigua del mundo está a punto de quebrar, lo que prolongará la crisis y los sacrificios de su población, al menos, durante otra década más. El primer ministro griego, Alexis Tsipras, conduce a su pueblo hacia el cadalso, inmune a las advertencias y señales externas, como ocurrió en el Titanic.

    Primero se ganó la animadversión del FMI, al exigir una quita de la deuda, que el organismo internacional no puede conceder porque tendría que extender al resto de acreedores. Después acabó con la paciencia de sus socios europeos. Ha perdido el apoyo de sus dos grandes valedores en Europea, el comisario de Asuntos Económicos, el francés Pierre Moscovici, y del presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker. Grecia se juega a un solo cartucho su futuro, como si fuera una ruleta rusa. Tsipras, como Rajoy tras la derrota electoral, prefiere fumarse un puro antes que afrontar la realidad.