Opinión

La ventaja del crecimiento lento de China



    Después de cuatro años decepcionantes, los economistas chinos se han dado cuenta de que una desaceleración del crecimiento del PIB -desde un pico post-crisis del 12,8 por ciento en 2010 a alrededor del 7 por ciento hoy- es principalmente estructural, y no cíclica. En otras palabras, la tasa potencial de crecimiento de China se ha instalado en una meseta significativamente más baja. Si bien el país debería estar en condiciones de evitar un aterrizaje duro, es probable que el crecimiento anual se mantenga en 6-7 por ciento en los próximos diez años. Sin embargo, esto quizá no necesariamente sea una mala noticia.

    Uno podría preguntarse por qué el PIB en China, donde el ingreso per capita recientemente superó los 7.000 dólares, va a crecer mucho más lentamente de lo que creció el de Japón de 1956 a 1970, cuando la economía nipona, con un ingreso per capita que arrancaba en unos 7.000 dólares, promedió un crecimiento anual del 9,7 por ciento. La respuesta reside en el crecimiento potencial.

    Mientras que, según el banco central de Japón, la productividad laboral japonesa creció más del 10 por ciento anual, en promedio, de 1960 a 1973, la productividad china ha venido declinando marcadamente en los últimos años, de 11,8 por ciento en 2001-2008 a 8,8 por ciento en 2008-2012, y 7,4 por ciento en 2011-2012. La oferta de mano de obra de Japón (medida en horas trabajadas) también creció durante ese período, en más del 3 por ciento anual. Por el contrario, la población en edad de trabajar de China se ha venido achicando, en más de tres millones anualmente, desde 2012, una tendencia que, con un retraso de 4 a 6 años, hará que el crecimiento de la mano de obra se reduzca, y que inclusive se vuelva negativo.

    Dada la dificultad que implica revertir estas tendencias, es difícil imaginar de qué manera China podría mantener una tasa de crecimiento cercana al 10 por ciento durante otros diez años, a pesar de su bajo ingreso per capita. Pero hay más.

    Como señaló el economista japonés Ryuichiro Tachi, Japón también se benefició de una tasa de ahorro elevada y de un coeficiente de capital bajo (el ratio de capital y producción) de menos de 1. Si bien una comparación precisa es difícil, no existe ninguna duda de que el coeficiente de capital de China es mucho más alto, lo que implica una brecha mayor entre la tasa de crecimiento de la intensidad de capital (la cantidad total de capital necesario por cada dólar de ingresos) y de la productividad laboral.

    Hay veces en que una tasa de inversión elevada puede compensar el impacto negativo de un coeficiente de capital alto en el crecimiento. Pero la tasa de inversión de China ya es demasiado alta -representa casi la mitad del PIB- considerando que la intensidad de capital aumenta significativamente más rápido que la productividad laboral en China, la ineficiencia de la inversión es clara. En este contexto, una mayor inversión no haría más que exacerbar el problema.

    Para empeorar las cosas, la deuda corporativa de China ya es la más alta del mundo, tanto en términos absolutos como relativos al PIB. En este contexto, incrementar la inversión no sólo reduciría aún más la eficiencia del capital; también agravaría el riesgo que implica un índice de endeudamiento elevado de las empresas.

    Todos los indicadores principales sugieren una declinación significativa del potencial de crecimiento de China, de manera que los líderes chinos deben aceptar la realidad de un crecimiento menor y ajustar sus prioridades según corresponda. Sucumbir a la tentación de un estímulo monetario y fiscal masivo, como sucedió luego de la crisis económica global, no sólo no lograría impulsar el crecimiento de una manera sostenible, sino que en realidad minaría el crecimiento y la estabilidad en el mediano a largo plazo. Una mejor estrategia sería concentrarse en lograr un crecimiento económico más sustentable.

    En esta cuestión, Japón tiene algunas lecciones útiles que ofrecer. En los años 1970, al reconocer la inevitabilidad de una desaceleración, Japón retrasó su ambicioso plan de remodelar el archipiélago japonés. Los responsables de las políticas cerraron las fábricas que hacían un uso intensivo de energía en la industria química pesada, promovieron la innovación y tomaron medidas para abordar la contaminación del aire y del agua. En consecuencia, la calidad del crecimiento económico de Japón mejoró considerablemente, incluso cuando su tasa cayó aproximadamente la mitad en la década posterior a la crisis del petróleo de 1973.

    La buena noticia es que las autoridades de China parecen tener la intención de adoptar una estrategia similar, que incluye evitar una expansión monetaria y fiscal, a menos que se estime que el crecimiento va a colapsar. Por cierto, en el Congreso Nacional del Pueblo que acaba de concluir, el primer ministro Li Keqiang afirmó el objetivo del 7 por ciento de las autoridades para el crecimiento del PIB este año, a la vez que reiteró la importancia de profundizar la reforma y llevar a cabo ajustes estructurales.

    Para China, aceptar un crecimiento más bajo ofrece una oportunidad crucial para respaldar un desarrollo estable y sostenible. Si las autoridades chinas mantienen el curso de la reforma y el reequilibrio, la economía global en su totalidad estará mucho mejor.