Opinión
¡Más madera, señor Draghi!
A corto plazo, el coste de financiarse seguirá bajando, pero se necesitan más medidas.
Las bolsas europeas recuperaron esta semana gran parte de las pérdidas causadas en agosto por las tensiones geopolíticas y el rendimiento de los bonos de deuda pública, sobre todo de los países del sur de Europa, que se situó en mínimos. Cualquier observador podría pensar, a simple vista, que la esperada recuperación de la economía europea está en marcha. Sin embargo, nunca estuvo más lejos de la realidad.
La Oficina de Estadística Europea (Eurostat) anunció esta semana que la tasa de inflación en agosto alcanzó el 0,3 por ciento comparado con el mismo mes del año anterior. En países como España, este porcentaje es negativo, por la caída del poder adquisitivo y de los precios. Si a ello se une una tasa de crecimiento próxima también a cero, con las dos principales locomotoras, Francia y Alemania, en parada, e Italia en recesión, el panorama pinta poco halagüeño.
Muchos pronostican una década de bajo crecimiento sin inflación, como ocurrió en Japón. La diferencia es que el País del Sol Naciente goza de pleno empleo, mientras que Europa, con excepción de Alemania, tiene tasas de paro altas o al alza, como ocurre en Francia e Italia.
¿Por qué lo celebran, entonces, los mercados? El responsable, como siempre, es el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, quien desde las montañas de Jackson Hole, donde se reúnen sus colegas de medio mundo, señaló como si fuera el nuevo Moisés, que es hora de poner en marcha políticas de corte fiscal y monetario para sacar a Europa de su actual atonía.
Los mercados interpretaron enseguida que Draghi, con el visto bueno de Alemania, se dispone a inundar el mercado de euros mediante la compra de deuda, bien sea pública o privada (probablemente ésta última). En otras palabras, habrá dinero abundante y barato, más barato que en la actualidad.
Draghi acierta de nuevo. El principal problema que frena la actividad es la falta de crédito. La culpa la tienen los bancos, que utilizaron todo el dinero, que les prestó a precios ridículos el BCE, primero para sanearse y después para comprar deuda pública, que luego revendían con pingües beneficios para mejorar sus balances y cuentas de resultados. Algunas entidades como Bankinter, se han adelantado ofreciendo créditos en torno al 3 por ciento para las pymes. Pero, en general, el pistoletazo de salida en la guerra del crédito no comenzará hasta noviembre, cuando las entidades pasen el examen de la Autoridad Bancaria Europea (EBA).
A corto o medio plazo, como recoge elEconomista, el coste de la financiación seguirá bajando. Europa salvó su moneda única gracias a la advertencia de Draghi de que haría "lo que fuera necesario para preservar el euro" y aún sigue viviendo de las rentas de esta declaración. ¿Cuánto durará eso? se pregunta The Economist en el número que salió a la venta este viernes.
El riesgo a futuro es que la banca vuelva a financiar negocios ruinosos, como hizo en el pasado, y la deuda se convierta, con el paso del tiempo, en una losa para el crecimiento.
J. Volpi, uno de los copropietarios de JV Capital Management, una firma de intermediación que dejó un agujero de 15.000 millones a sus inversores, escribió un libro que devoré este verano gracias a la gentileza de un amigo, sobre cómo se urdió la crisis de las hipotecas basura. Según Volpi, los gestores de JP Morgan cocinaron la fórmula para convertir el exceso de deuda en un negocio rentable, que revendieron a otras entidades.
El exfinanciero, en paradero desconocido, cuenta sin rubor: "Inyectamos el virus de los denominados CDS (Credit Default Swaps) en el mercado". Cuando este virus pasó de las hipotecas a otro tipo de activos, la situación se volvió inmanejable. Muy pocos en Wall Street fueron conscientes de la tormenta que se cernía en el horizonte.
Algunos comienzan a advertir de la burbuja de la deuda. Es inaudito que España, con un endeudamiento de un billón, equivalente al cien por cien de todo el Producto Interior Bruto (PIB) de un año, se financie a tasas de interés negativas a tres meses. O que Grecia y Portugal, incapaces aún de hacer frente a los vencimientos, paguen tasas inferiores a medio punto en ese período.
Es obvio que hasta el techo de inflación del 2 por ciento establecido por el BCE, su presidente tiene un considerable margen de maniobra. Pero el ministro de Economía germano, Wolfgang Schäuble, sale al paso sobre esta cuestión en una entrevista con Bloomberg, que recoge hoy nuestro periódico. "La política monetaria sólo sirve para ganar tiempo, no puede resolverlo todo", advierte.
Schäuble insiste en que "la única manera de que los inversores y los consumidores recuperen la confianza es que los gobiernos acometan reformas estructurales y logren cuentas saneadas". La tradicional receta germana de cumplir los objetivos de déficit.
Pero no es fácil. El primer ministro italiano, Matteo Renzi, se resiste a aplicar más ajustes con un país en recesión, y el presidente francés, François Hollande, sufrió esta semana una rebelión a bordo por parte del ala izquierda de su partido, que reclama el fin de la política de austeridad.
El motín se saldó, de momento, con el cese del exministro de Economía, Arnaud Montebourg, y su sustitución por un exempleado de la banca Rotschild, Emmanuel Macron, de ideas liberales. Al parecer, cuando Hollande ganó los comicios con la promesa de un superimpuesto de patrimonio del 75 por ciento para las rentas más altas, Macron exclamó: ¡Esto es Cuba, pero sin sol!".
Un golpe de timón que los socialistas franceses califican de "giro a la derecha". Con su popularidad en torno al 18 por ciento, no se sabe cuánto tiempo podrá aguantar Hollande si su política no ofrece pronto resultados.
Conscientes de las dificultades políticas, Merkel estudia la manera de relajar los objetivos de déficit para permitir un incremento de la inversión pública. Uno de los temas de conversación en el Camino de Santiago con Rajoy giró sobre este asunto. España podría obtener unas décimas más de déficit público en los próximos años, para dejar margen en los presupuestos a un alza del gasto público, al igual que otros países del euro.
El nuevo presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, puesto por Merkel, prometió en su discurso de toma de posesión en su cargo, un plan de inversión pública de 300.000 millones a tres años para levantar el vuelo de la economía europea.
El Gobierno germano estudia un programa de infraestructuras con aportación privada, para elevar el monto final de la inversión. Pero hasta Schäuble reconoce que el gasto público no siempre funciona
Europa no es EEUU, donde el déficit ronda el 10 por ciento del PIB, sin que preocupe gracias a la capacidad del dólar para atraer capitales. Pero algo se mueve. Draghi prepara más madera para que el motor de la locomotora europea no se pare y Merkel da vueltas a la forma de flexibilizar sus exigencias, aunque sin abandonar las reformas, que la mayoría de los ciudadanos europeos se resisten a aceptar. ¿Bastará con esto?