Opinión

Economía y cultura, ¿qué cultura?

  • En verano se comprueba que el arte es parte fundamental del sector turístico
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Especialmente en verano aunque, desde luego, también durante el resto del año, es posible advertir la unión cada vez más firme entre la cultura y el turismo o, mejor dicho, entre la economía del turismo y la economía cultural.

Porque la cultura ya no es el pasado heredado, ni tampoco es ese pastiche trivial en que se han convertido hoy las artes y las letras, sino un sector económico, una industria que fabrica productos para el consumo generalizado. Es, literalmente, una industria. La industria cultural se dirige a las masas y eso hace que los bienes producidos para su consumo planetario se simplifiquen y eviten cualquier complejidad o cualquier esfuerzo cognitivo. La cultura hoy tiene un sentido unívoco: debe divertir, hacer posible la evasión.

La extraña mutación

Al revés que durante los siglos que nos precedieron, la cultura no trata hoy de ser patrimonio de las elites que permita profundizar en la estética o en el pensamiento, sino meros productos de consumo fáciles y accesibles sin erudiciones ni estudios. Esto no es ni siquiera parecido al extraño concepto de democratización cultural. Esto es una mutación. El arte y la cultura participan plenamente del sistema económico y son ya pura economía. Y acaso nada más que eso.

En verano, cuando más se viaja, es fácil comprobar que el arte se ha anudado al turismo de tal modo que el turismo cultural es una de las industrias de mayor rentabilidad en todo el mundo. Exposiciones, museos, conciertos, forman parte de los viajes que hoy atraen a multitudes porque el sector del turismo ha incorporado el arte como un elemento comercial más de su oferta. Y además, resulta tan productiva, tan rentable, que la cultura misma da vida a muchas actividades comerciales porque es un gran mercado, un sector económico en expansión.

Pero? ¿qué cultura? Hoy casi nadie lee a Homero ni a Tolstoi. Las mismas personas que, dentro de la oferta cultural contratada, dedican entre 15 y 25 segundos a contemplar Las Meninas en su ruta turística al Museo del Prado se detienen, sin embargo, mucho tiempo para comprar dentro del museo, merchandising sobre ese mismo cuadro, posavasos, lapiceros, meninas de plástico, con la extraña naturalidad con la que dedicaríamos seis minutos a hojear El Quijote y una mañana de largas colas para comprar el último Harry Potter.

Hoy se puede asistir a la alegre novedad de ver centenares de personas esperando entrar a una exposición de Picasso a la que ha habido que pedir cita previa mientras se ignora todo (todo) sobre el cubismo.

Masas de itinerantes turistas consumen una exposición a su vez itinerante, nueva fórmula para multiplicar la rentabilidad de los óleos flamencos, o de los dibujos surrealistas, o de cualquier cosa que sirva para estimular la economía cultural. ¿Pero? qué cultura? Ya no sabemos apenas quién era Petrarca o Giotto, ni Aristóteles?pero no podemos dejar de visitar la Acrópolis de Atenas cuando nuestro crucero toca tierra. No sabemos situar las fechas en que vivió Leonardo y nos detuvimos apenas 15 segundos delante de La Gioconda pero no regresamos del viaje sin comprar en el Louvre un cromo de ese cuadro.

El valor comercial de la cultura y del arte jamás ha sido tan alto. Ni tan rentable promover subastas o construir museos que ni siquiera tienen obra propia y se limitan a ser una marca, una franquicia, como los museos con sucursales, como el Guggenheim. Un buen museo, ante todo, es una buena inversión para la ciudad, no siempre para el arte.

Así que, en verano, la oferta cultural se hace más amplia, el turismo cultural crece, la rentabilidad comercial de la cultura se multiplica. Pero?. ¿qué cultura?

Juan Carlos Arce, profesor de Derecho del Trabajo y Seguridad Social.